Solemnidad de la Natividad del Señor, Ciclo B

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

2Is 52, 7-10; Sal 97; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: "Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo." Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.

Jn 1, 1-18


Cada vez que celebramos la Eucaristía, según toda la afirmación de los padres apostólicos y de los padres de la Iglesia, y confirmado por el Magisterio de la Iglesia a través de la teología de la celebración eucarística; cada vez que celebramos el sacramento de nuestra fe: La Santa Misa o la Eucaristía, se unen la asamblea del cielo con la asamblea de la tierra. Hoy la Iglesia al celebrar el nacimiento de Nuestro Salvador, el tiempo entra en la eternidad y nuestra humanidad se une a la divinidad porque el Emmanuel, el Dios con nosotros, con su nacimiento comienza a dar cumplimiento a las promesas del Padre.
En el nacimiento de Jesús por lo tanto nace la nueva humanidad, la humanidad recreada. El acontecimiento producido en Belén se considera por tanto como el inicio de la historia nueva: la era cristiana parte desde el nacimiento de nuestro Redentor. Cuando el Padre ha mandado a su Hijo al mundo, ha querido a través de su Hijo revelarnos su presencia; así es como le responde Jesús a Felipe en el evangelio de San Juan: “…Felipe quien me ha visto a mí, ha visto al Padre, ¿cómo dices muéstranos al Padre?...”. Tenemos por lo tanto que manifestar que el hecho de la Encarnación exige que el Dios con nosotros, el Emmanuel, tomara íntegramente nuestra condición humana; con la sola excepción del pecado original. Signo y garantía de su condición humana, por lo tanto, es el hecho, el evento: del nacimiento de Nuestro Salvador que hoy la humanidad celebra.

En el primer y segundo capítulo del Génesis, se relata como culmen de la creación realizada por Dios: la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios. Siguiendo en esta línea debemos decir que la primera pareja creada por Dios y puesta en el paraíso, por engaño del acusador es expulsada. Hoy al contemplar el acontecimiento del nacimiento de Cristo; el hecho que Cristo nazca en medio de un hombre y una mujer (José y María), es signo de que el proyecto de Dios, su designio sobre el hombre y la mujer sólo a través de Cristo pueden vivirlo; por eso que el matrimonio cristiano como lo señala la tradición de la Iglesia es un reflejo del amor de Dios hacia la humanidad, porque Dios que es el amor mismo por esencia, al hombre y la mujer desde el principio los ha creado para vivir en esta comunión de amor; que el diablo con su engaño ha perturbado, ha desnaturalizado este designio de Dios para con el hombre y la mujer; pero que en Cristo se recrea este designio divino. En el matrimonio cristiano no son dos sino tres porque Dios, Cristo, es el que hace posible el milagro de que el hombre y la mujer sean una sola carne, y no dos, sino una sola carne: “…por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer… y lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre…”.
De esta manera hoy la Iglesia nos invita a unirnos a la exultación del coro angélico, no porque seamos ángeles sino por la alegría que ha nacido Nuestro Salvador, por lo tanto el Dios con nosotros ha acampado entre nosotros. Celebremos hoy este acontecimiento en la certeza de que el Padre de Misericordia en su Hijo Jesucristo, en cada hombre quiere cumplir sus promesas, y hacernos partícipes de su vida divina. Entonces, de esta manera, podemos creer que las palabras que aparecen en el texto del evangelio de Mateo en el capítulo 5: “…sed santos como vuestro Padre del cielo…”, podemos unirlas a la frase agustiniana cuando dice: “…el Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda ser Dios…”.

 

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú