XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Pr 31, 10-13. 19-20. 30-31; Sal 127; 1 Ts 5, 1-6; Mt 25, 14-30


Es también como un hombre que, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado". Su señor le dijo: "¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor". Llegándose también el de los dos talentos dijo: "Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado." Su señor le dijo: "¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor".
Llegándose también el que había recibido un talento dijo: "Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo". Mas su señor le respondió: "Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses.
Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Mt 25, 14-30


En este penúltimo domingo del ciclo litúrgico A, las presentes lecturas, nos ayudan a seguir la línea de tensión y vigilancia. Como bien sabemos, la vigilancia en la vida cristiana no solamente hace referencia al momento en que hacemos oración; pues muchas veces no entendiendo el sentido amplio de lo que significa la vigilancia, lo comprendemos solamente bajo el ámbito de los momentos que hacemos oración.
“Estar preparados”, con esta frase, San Pablo hace alusión a la vigilancia; pues el estar vigilantes o preparados, es lo que la teología espiritual en tiempos anteriores decía: vivir en la presencia de Dios, o sea, la vida del creyente está enmarcada siempre en Dios, porque el creyente es uno con Cristo.
En la segunda lectura san Pablo nos advierte que no debemos demorar nuestras buenas obras, porque no sabemos cuándo llegará el día en que infaliblemente hemos de dar cuentas a Dios de nuestros actos. Nosotros no vivimos en las tinieblas, sino que somos “hijos del día”, del tiempo en que se debe trabajar.
Los demás, los que prefieren dormir, pretender fabricarse un mundo en el que haya paz y seguridad, en el que se pueda tranquilamente holgar y dormir; pero nuestra vida temporal, privada o pública, no está configurada de ese modo. Precisamente cuando los hombres se han instalado cómodamente en la seguridad, sobreviene de improviso la ruina, dice “…como los dolores de parto a la que está encinta…”.
La paz no viene por sí misma: ésta sólo se puede conseguir mediante un esfuerzo sobrio y claro como la luz del día. Pero el que realiza este esfuerzo con un espíritu auténticamente cristiano está siempre preparado para dar cuentas a Dios y el día del Señor no puede sorprenderlos “…como un ladrón…”.
En el Evangelio se habla de las cuentas que el hombre ha de rendir ante Dios. EL Creador ha confiado sus bienes a las criaturas, y el Redentor a los redimidos-: “…a cada cual según su capacidad…”, de una forma estrictamente personal. Los talentos son importantes cantidades de dinero, pero nosotros hablamos de talentos espirituales, que se dan a cada cual personalmente: se nos han entregado en calidad de administradores y por eso mismo debemos trabajar con ellos no para nosotros mismos sino para Dios. Pues nosotros mismos, con todo lo que tenemos, nos debemos a Dios. En la parábola el amo se va de viaje al extranjero y nosotros, sus empleados, nos quedamos con toda su hacienda; pero naturalmente los talentos deben producir algo de ganancia. El empleado negligente, holgazán, no quiere ver en esto la bondad, sino la severidad del amo, y se enreda en contradicciones. Si realmente veía en el talento que se le había confiado una prueba de la severidad del amo, debería haber trabajado con mayor motivo; pero su supuesto miedo le hizo olvidar que en la misma naturaleza de los dones confiados está el que éstos produzcan sus frutos. Dios nos ofrece, a nosotros, algo que está vivo y que debe crecer. No tiene sentido enterrarlo bajo tierra como si fuera algo muerto, porque entonces ya no podremos devolvérselo a Dios como el don viviente que nos ha sido confiado. A los empleados fieles, por el contrario, a los que le devuelven el don que se les ha confiado junto con sus frutos, Dios les da como recompensa una fecundidad incalculable, eterna.
Cuando san Pablo en la carta a los Tesalonicenses hace referencia que no necesita escribirles sobre el tiempo y el momento del Señor, está dando a entender que para el creyente: el tiempo pertenece al Señor; porque el Señor es el Dios de la historia, es el que rige y gobierna la vida de los hombres. Por eso cuando dice: “…no tengo necesidad de escribiros de estas cosas…”, debemos entender que el que cree en Cristo Jesús es uno que vive en el tiempo de Dios y como dirá san Pablo en otro lugar: “…todo concurre para el bien de aquellos a quienes Dios ama…”. Es importante por eso, decir que Dios nos ha revelado su designio para con nosotros con la muerte de su Hijo Jesucristo en la cruz; como han precisado bien los padres conciliares, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes: “En Cristo se revela la vida del hombre”; si el hombre vive en el tiempo de Dios se lleva a cabo el designio del amor de Dios en su vida.
De esta manera cuando en la primera lectura hemos escuchado que el libro de los Proverbios ha dicho: “…quién encontrará una mujer ideal o perfecta…”, debemos inmediatamente remitirnos al primer capítulo del Génesis, donde vemos a Dios creando al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza; pues, esta mujer de la que habla el libro de los Proverbios, es perfecta en cuanto que viva a imagen y semejanza como su Creador la ha creado, porque la ha creado a imagen y semejanza de Él: porque Dios es un Dios de amor, y el amor de Dios lo hemos conocido en cuanto que se ha donado hacia nosotros en su hijo amado, y por lo tanto, la mujer en cuanto que su vida es un don, es perfecta.
Nuestro difunto y recordado Papa Juan Pablo II llamó a nuestro tiempo actual: cultura de la muerte, porque hoy la sociedad moderna, inmersa en una visión de la vida: secularizada - relativista – agnóstica – positivista, propone tanto al hombre como a la mujer una falsa identidad; pues la verdadera identidad del hombre y la mujer es en cuanto vivan y sean imagen y semejanza de Dios. En el caso concreto de la mujer, en nuestros tiempos actuales, se le ha llevado a una pérdida de su propia identidad de SER mujer y la manera de desenvolverse en el ámbito existencial y vivencial. Los movimientos feministas, que en un comienzo han tenido propuestas válidas de reivindicación de algunos derechos de la mujer, en cuanto que la mujer debía recibir de parte de la sociedad beneficios, han llevado al equívoco de querer equiparar los derechos de la mujer con los derechos del hombre y, desde esta concepción de entender esta realidad: tanto el hombre y sobre todo la mujer han perdido sus propias identidades: el de ser hombre y ser mujer. Pues Dios que los ha creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, los ha creado diversos, porque en la diversidad se puede dar la perfecta unidad, y en esa unidad también expresen el ser imagen y semejanza de Dios, y aquí podemos decir, por eso que el matrimonio es santo, porque en la unidad el hombre y la mujer se santifican en la unión del amor que viene de Dios.
Continuando con la primera lectura sobre la mujer perfecta; es por esto que el maligno a quien primero engaña seduciendo es a la mujer; porque Dios ha querido llamar a la mujer a estar estrechamente vinculada a la vida, como lo ha dicho Juan Pablo II en la Carta Mulieris Dignitatis.
Porque si Dios ha llamado a la mujer a ser trasmisora de vida, lo que a la mujer le lleva a perder su identidad de ser imagen y semejanza de Dios; es que la mujer deje de ser trasmisora de la vida, que es lo que hoy contemplamos en la sociedad moderna: porque ser mujer exitosa, hoy en nuestros días, significa alcanzar grandes logros, dejando de ser trasmisora de la vida. Tenemos que decir inmediatamente que lo primero no debe excluir lo segundo, pero lamentablemente es lo que en el mundo actual sucede, que lo primero excluye o posterga lo segundo que es el ser trasmisora de la vida.
A este punto podemos ya anunciar el sentido del presente Evangelio: vivir según los talentos que Dios nos ha dado; y en esto alcanzamos la perfección que significa vivir reflejando en nuestra vida el ser imagen y semejanza de Dios.
El Evangelio cuya parábola está centrada en los talentos, solamente tenemos que decir que estos talentos a los cuales se refiere, no nos están hablando de las cualidades o dotes humanos que cada hombre puede poseer; como sabemos la Sagrada Escritura es fuente de revelación y no de conocimiento humano. Solamente nos bastaría la psicología para poder saber la potencialidad, capacidad y dotes de cada persona, pero el evangelio se va por otra línea, que es la de revelarnos el vivir el seguimiento de Cristo. Para seguir los pasos del presente evangelio tenemos que citar otro texto del evangelio de Mateo: “…tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, en la cárcel y me visitaste…”. Entonces desde este sentido los dones que Dios nos da, están dados para que nuestra vida cristiana fructifique en el amor al prójimo, pero para que esto suceda, debemos estar unidos a Cristo que es el talento de los talentos, el don de todos los dones. Por eso que en el Evangelio dice el Señor que repartió los talentos: “…porque no pusiste mi dinero en el banco para que así gane intereses…”, pues esto hace referencia a que por lo menos en la vida cristiana estamos llamados a anunciar a Cristo para que aquellos a quienes llegue este anuncio sean como el dinero puesto en el banco, porque si la Palabra no da fruto en nosotros por lo menos fructifique en aquellos a quienes nuestro mensaje ha llegado (Orígenes, Homilía al evangelio de San Mateo, nn. 68-69); por algo san Pablo dirá en una de sus cartas: “...no me importa por eso que por lo menos hipócritamente sea anunciado el nombre de Cristo a los gentiles…”.
El sentido por el cual la Iglesia lleva a los altares a algunos hombre, que a través de un rito litúrgico los canoniza y les llamamos santos, es para que veamos como estos talentos con los cuales fueron agraciados dieron frutos extraordinarios, expresando en ellos de esta manera una santidad de vida: identificación plena con la vida de Cristo. Dios por esto a cada uno de nosotros a partir de nuestro bautismo, nos agracia con talentos para que nuestra vida fructifique en la santidad, concretizándose en el amor al prójimo, y así como hemos conocido el amor de Cristo, porque nos ha amado como su prójimo, así también nosotros dejemos que los talentos que Dios nos dé los vivamos en el amor a nuestro prójimo. Por eso que el Evangelio termina diciendo: “… a quien poco tiene aún lo poco se le quitará… y este siervo malvado será echado fuera…”; porque no vivieron en el amor al prójimo.


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú