XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Ex 22, 20-26; Sal 17; 1Ts 1, 5c-10; Mt 22, 34-40

Más los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el , mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas”.

Mateo 22, 34-40


El presente domingo ante la pregunta de los fariseos sobre cuál es el principal mandamiento de la ley, podemos decir que Jesús con su propia vida la respondió. Es cierto que Él hace referencia al amor a Dios y al prójimo; pero en Cristo se ha encarnado, se ha visibilizado entre nosotros éste principal y doble mandamiento: “…amar a Dios y al prójimo como a sí mismo…”.

Toda la existencia terrena de Jesús, desde su concepción hasta su muerte en la cruz, ha sido un único acto de amor. En la última cena, sabiendo el Maestro que había llegado su hora, se puso a lavar los pies a sus discípulos como un acto supremo de amor, y en este acto de humildad suprema los introduce al banquete de la Eucaristía, donde concentra todo el misterio pascual que Él va a consumar en su muerte de cruz.

Al respecto, nuestro actual Papa Benedicto XVI, el 25 de septiembre del presente año, manifestó que Jesús en el Cenáculo anticipa su muerte, en el don de sí, que se expresa en el acto de amor en que se entrega totalmente al asumir su muerte de cruz. Hemos hecho esta pequeña introducción considerando que estamos terminando el Año de la Eucaristía y nuestro actual Papa nos esta haciendo recordar insistentemente que la Eucaristía es la fuente del amor a Dios y del servicio a los hermanos.

El amor a Dios, del cual habla el Evangelio en el presente domingo; Mateo que escribe para la comunidad judeo-cristiana, al hacer referencia que parte del mandamiento fundamental es amar a Dios, para un judío educado en la tradición de sus padres, hace inmediatamente alusión al libro del Deuteronomio, cuando en el capítulo 6 dice: “…Escucha Israel: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas…”. De aquí se sostiene que la fe de Israel es monoteísta, porque es sólo creer en un único Dios, pues, como dicen los Salmos: no hay otro Dios fuera del Señor nuestro Dios. Pero el capítulo 6 no solamente expresa este amor a Dios con el alma, las fuerzas y la mente; sino que expresa cómo el buen judío, que sigue la tradición de sus padres debe testimoniar su fe, su adhesión y aceptación de este único Dios; entonces el capítulo del Deuteronomio al cual hacemos referencia dice a continuación: “…se las repetirás a tus hijos cuando estés levantado o acostado, cuando vayas de camino o de viaje…, cuélgala como señal entre los marcos de tu casa…”.

Haciendo una lectura cristiana de esta primera parte del mandamiento principal con la cual Jesús responde a los judíos, deberíamos hacernos una autocrítica en el sentido de reflexionar si nuestro amor a Dios sólo se expresa de una manera visible y esta no va acompañada con la vida, porque según el libro del Deuteronomio, no sólo es una confesión de fe en el único Dios, sino que esto debe plasmarse en la vida y testimoniarse en el convivir con los demás.

Al hablar sobre el amor al prójimo, este término prójimo sabemos que es el próximo, el más cercano; porque tantas veces el más cercano puede ser nuestro hermano en el sentido amplio, nuestro amigo o nuestro enemigo. Jesús mismo en su vida pública nos desvela relación que tiene con estos prójimos; pero siempre hemos de tener en cuenta que la intención del evangelista es expresar el sentido del amor al prójimo.

Cristo, cuando llama amigos a los discípulos, en el Evangelio de san Juan dice: “…seréis mis amigos si hacéis lo que yo os mando…”. Entonces el prójimo que se convierte en amigo de Jesús es aquel que vive según lo que Jesús le indica, por eso el mismo evangelista san Juan escribe: “… ya no os llamo siervos sino amigos, porque el siervo no sabe las cosas del amo; y yo os he dado a conocer las cosas de mi Padre…”. En cuanto al prójimo que es hermano Cristo ante la interpelación de algunos responde: “¿quién es mi madre, quién es mi hermano? – responde el mismo Jesús- los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen…”. Podemos decir que estos dos tipos de prójimo son aquellos que están llamados a vivir la fe en Cristo y amarse en Cristo; es lo que san Pablo dirá: “un solo corazón, una sola alma, un mismo espíritu, un solo Dios, una única fe”.

Podemos añadir como un segundo grupo de prójimos a aquellos con quienes estamos llamados a practicar las obras de misericordia, sin distinguir condición o raza, y estos son los que nos presenta el libro del Éxodo en la liturgia de hoy: “el forastero, el huérfano y la viuda”. Y como bien nos dice el texto bíblico para no olvidarnos de nuestra condición, porque ante Dios todos de alguna u otra manera somos forasteros, huérfanos o nos encontramos también en una situación de viudez (muerte). Pero sobre todo hay un grupo de prójimos a los cuales hace referencia Mateo en el capítulo 6 y dice: “¿qué de mérito hacéis si amáis a los que os aman?...”. Por esto el mismo evangelista en el capítulo 5, en el discurso de las bienaventuranzas dice: “…rezad por aquellos que os persigan, insulten, calumnien…”, estos prójimos son nuestros enemigos, aquellos de quienes Jesús en su momento dijo: “…Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…”.

Concluyendo, cuando el mismo Cristo dice en el evangelio “…sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo…”; Él mismo ha encarnado esta palabra porque la perfección a la cual Cristo hace referencia es el amor, y no a un amor humano que distingue condición, raza o color, sino a un amor que abraza a todo hombre, incluso al propio enemigo, porque el enemigo también es un prójimo, y cómo sabemos que es un prójimo, porque Cristo ha dado la vida por ellos, o sea, por nosotros; como el mismo san Pablo dice: “…antes todos éramos enemigos de la cruz de Cristo…”. Pues, el mismo san Pablo antes de que Cristo se le revelará era un enemigo de Cristo persiguiendo a los cristianos, metiéndolos en la cárcel e incluso aprobando la muerte de algunos, como la de san Esteban.

El amor al prójimo como a sí mismo, como termina diciendo el evangelio de la presente semana, debemos verlo como hemos señalado en las líneas precedentes dentro de esta perspectiva amplia de prójimo; pero hoy más que nunca este prójimo quizás se concretice en aquel que atenta contra nuestro bienestar, pero por quien estamos llamados como Cristo, si estamos unidos a Él, a dar nuestra vida como Cristo lo ha hecho por nosotros, porque esta ha sido la voluntad del Padre. Porque sólo de esta manera hemos conocido el amor infinito del Padre de la Misericordia.

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú