XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

AIs. 55, 10-11; Sal. 64; Mt. 13, 19-23.

“Sucede a todo el que oye la palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en el corazón; éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre abrojos, es el que oye la palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra, y queda sin fruto. Pero el que oye la palabra y la entiende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta”..

Mt 13, 19-23


El evangelio de este domingo nos presenta la parábola del sembrador. Para entender en el sentido de este pasaje evangélico, tenemos que tomar en cuenta la respuesta que da Cristo a sus discípulos: "... a ustedes se les ha dado a conocer el misterio del reino de los cielos...". Las afirmaciones que siguen a la respuesta de Jesús a sus apóstoles, expresan el por qué Dios Padre, ha ocultado el misterio del reino de los cielos a los sabios e inteligentes de este mundo; podríamos citar el pasaje cuando Jesús dice a Pedro: "... Pedro, esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos...". Podemos decir, como preámbulo, que para participar del reino los cielos, Dios debe agraciarnos con el don de su amor, y en la gratuidad de la respuesta al don recibido, el hombre deja moldear su vida en el plan divino.

El presente evangelio nos lleva a contemplar al hombre, que es formado, moldeado, por el amor entrañable de Dios que lo ha hecho a su imagen y semejanza.

Esta buena tierra, de la cual habla el evangelio, es la masa de barro que el Dios eterno tomó entre sus manos y en la cual modeló al hombre a su imagen y semejanza. Pero, como sabemos, por la consecuencia del pecado y el engaño del maligno, el hombre, como nos dice el “Catecismo de la Iglesia Católica”, ha quedado profundamente herido en su naturaleza y esto le imposibilita tantas veces dejar que el Dios de la divina misericordia modele en nosotros y reproduzca su imagen, no como una copia sino como la participación en la vida divina, en su santidad y en la eternidad para la cual nos ha creado.

La primera lectura del profeta Isaías profetiza que la misión de la Iglesia no es solamente anunciar el evangelio a aquellos que no conocen a Cristo, sino que esta lectura hace presente que la Iglesia debe ejercer también una acción docente, una instrucción continua, y una continua atención para con sus hijos, miembros del santo pueblo de Dios. Así, el Papa Juan Pablo II, en un documento publicado el año 2003, para los obispos de la Iglesia Universal, recomendó hacer seriamente esfuerzos para que la labor pastoral, lleve a los bautizados a una profundización y redescubrimiento de la vida cristiana. Tal es así que recomendó hacer programas pastorales que lleven a los ya bautizados a una iniciación cristiana post bautismal. Esta idea la encontramos en la constitución conciliar: "Sacro Sancto Concilium", cuyos números 63 y 64 se indica: introducir, o plantear una iniciación cristiana, incluso para los ya bautizados. El Papa Juan Pablo II, con la Carta Encíclica que clausuró el año jubilar, en su número 30, sugiere seriamente a los pastores de la iglesia (obispos y presbíteros), cuál debe ser la finalidad de toda labor pastoral, y de manera concreta en la parroquia: "... el objetivo final de todo plan pastoral debe ser llevar a la santidad a los hombres...".

Continuando con la primera lectura, ésta se refiere al pueblo de Dios del Antiguo Testamento, ya que el pueblo no observando la alianza, echa por tierra no sólo la tradición de los padres, esto quiere decir: de los patriarcas, jueces y reyes, no dando oídos a la palabra de Dios; por esto el lenguaje literario del profeta nos hace presente la dureza del corazón del pueblo, que el salmo 94 expresa de la siguiente manera: "... si hoy escucháis su voz no endurezcáis el corazón ...". Pues el pueblo a través de la dureza de su corazón, ante Dios, ve su vida infecunda; no porque la palabra de Dios sea infecunda, sino la actitud del pueblo, es la que no deja, o hace que la palabra no dé fruto en él. El pueblo de la Antigua Alianza es prototipo de la actitud del hombre de hoy. Pero al mismo tiempo, la palabra nos hace presente la actitud de Dios, que es la misma que tuvo con el pueblo de la Antigua Alianza, e incluso con el hombre de cada época, porque Dios es fiel a sus promesas; lo que ha llevado adelante el plan de Dios hasta Cristo, que ha encarnado la fidelidad de Dios. San Pablo dice: "... si nosotros somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede contradecirse a sí mismo...". Por eso, haciendo una lectura cristiana de este pasaje del profeta Isaías, nos presenta el sentido de la escucha de la Palabra de Dios en la liturgia, ya que es eficaz y cumple todo aquello que anuncia en aquél que la acoge cuando es proclamada en una asamblea convocada y reunida en el hombre de Dios, como lo es en toda celebración eucarística. El mismo concilio Vaticano II señala que se debe dar la misma veneración "a la palabra de Dios y a las especies sacramentales"; por eso en la celebración dominical de la Misa se habla de dos mesas: la mesa de la palabra y la mesa de la eucaristía, de las que los fieles se alimentan.

Pasando evangelio del presente domingo. Es cierto que tantas veces nos preocupa pastoralmente que nuestros hermanos en la fe (laicos) den frutos en su vida, ya sea como casados o como laicos solteros, pero fundamentalmente el presente evangelio nos dice que esta "tierra buena", debemos observarla con los ojos y el pensamiento de las primeras líneas del Génesis, cuando Dios para crear al hombre tomo un poco de tierra y, modeló al hombre a su imagen y semejanza. Entonces, podemos decir que una de las preocupaciones que deben tener los pastores en la Iglesia es la de apacentar a las ovejas que le han sido encomendadas. En la triple afirmación que se encuentra en el capítulo 21, del evangelio de san Juan, Jesús, después de su resurrección y antes de retornar al cielo, dice a Pedro: "... me amas, apacienta mis ovejas...". Así pues, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el evangelio a todas las gentes, sino que la Iglesia tiene también la misión de alimentar el rebaño que Dios ha convocado: que es su pueblo, a quien sus pastores están llamados a apacentar. Entonces esta parábola del sembrador indica la dedicación que la Iglesia debe tener por sus hijos, pero al mismo tiempo denota la actitud del hombre ante la escucha de la Palabra.

San Pablo, en la Carta los Romanos, expresa que la creación entera espera la liberación de los hijos de Dios; y esta liberación se realizará en la medida que el hombre, acogiendo la palabra de Dios, deje fecundar su vida. La palabra misma de Dios, que es eficaz, fecundará la vida del hombre y la recreará; y cada hombre que la acoge, puede contemplar cómo Dios lo creo desde el principio a su imagen. El mismo Cristo ha dicho de sí: "… yo soy el camino la verdad y la vida..."; y también ha dicho que nadie puede ir al Padre si no es por medio de Él. De esta manera, la liberación del hombre se da en la medida que el hombre acoge a Cristo, como camino, verdad y vida; sendero por el cual podemos llegar al Padre.

Así, la tierra buena del evangelio dará los frutos que Dios quiero; es decir, no es tan importante la cantidad de frutos que demos en esta vida, sino la calidad de los frutos que Dios quiere para nuestra vida; y eso será a través de la vida conyugal-familiar o a través de la vida como presbíteros de la Iglesia o cómo religioso o religiosa consagrados. Finalmente nos podemos dejar de mencionar que la tierra buena hace que la semilla sembrada muera primero para luego dar fruto: "si el grano de trigo no muere no da fruto".

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú