Solemnidad de Pentecostés

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

HHechos 2, 1-11; Sal 103; I Corintios 12, 3b-7.12-13; Juan 20, 19-23

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La Paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto, sopló y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se lo retengáis, les quedan retenidos”.

Juan 20, 19-23

Según la tradición bíblica la Fiesta de Pentecostés, tiene su origen dentro de la vivencia de los pueblos nómadas, que vivían un régimen de vida que estaba marcado por las leyes estacionales de la naturaleza. Como se sabe, en este tiempo Europa vive una estación primaveral. En el lenguaje de un hombre dedicado a la vida agrícola esta estación significa: “que ha llegado el tiempo de cosechar los frutos, de aquellas semillas que se sembraron en la tierra fatigosamente trabajada."

La Doctrina de la Iglesia nos enseña y trasmite los contenidos de nuestra fe, a través de la liturgia. Celebramos así a Solemnidad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, en que Cristo con su encarnación, su vida pública, su pasión, muerte, resurrección y ascensión al Cielo ha dado cumplimiento a las promesas hechas por el Padre de la Misericordia y, como etapa final, de estas promesas, se nos envía el Espíritu prometido. San León Magno, al respecto dice: “... Cristo por eso les dijo a sus discípulos que era necesario que retornara al Padre para que se nos envíe el Espíritu Consolador, el Espíritu de la verdad...” (PG 32,107).

Como hemos dicho anteriormente, en el tiempo de la primavera, los nómadas recogen el fruto de lo sembrado; entonces a través de este momento de gozo en sus vidas celebraban una fiesta llamada "el tiempo de la recolección" o también conocida como "Pentecostés (término griego)". Haciendo una lectura cristiana de esta celebración, la fiesta de Pentecostés, significa para nosotros: el Don con el cual Dios nos agracia con el grano de trigo (Cristo Nuestro Señor), que habiendo muerto por nosotros y siendo sepultado por nosotros y Resucitado de entre los muertos; por el Don del Espíritu Santo se nos comunica el germen de vida, que nos reviste de la Nueva Humanidad, y nos hace participes de la vida eterna, fruto de la Misión cumplida por el Hijo.

La celebración de Pentecostés significa para nosotros como un llamado a vivir de los frutos del misterio pascual de Cristo. Es importante en este momento citar nuevamente a San León Magno: "... el Espíritu Santo está presente en cada uno de los que son capaces de recibirlo, como si estuviera en él solo, infundiendo a todos la totalidad de la gracia que necesitan. Gozan de su posesión todos los que de él participan, en la medida en que lo permite la disposición de cada uno... (PG 32, 109)". Podemos citar al respecto el pasaje del evangelio de san Juan cuando el mismo Cristo dice que “... no pueden recibir el Espíritu aquellos que viven según el mundo...”. Y como el mismo Maestro en la parábola del sembrador nos lo ha hecho presente que la semilla que cae en tierra buena da frutos unos treinta, otros sesenta, otros ciento; esto está significando que el Espíritu Santo no pone medida en las personas que se abren a la voluntad de Dios, sino que como miembros de un solo cuerpo, cuya cabeza es Cristo, recibirán las gracias necesarias según la misión que Dios a cada uno nos llame a participar dentro del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

San Cirilo de Jerusalén al respecto dice que este Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, se convierte en manantial de agua viva dentro de la Iglesia y que esta agua viva brota (del interno de la Iglesia) para comunicar vida eterna (Catequesis 16, PG 33, 931). Es importante señalar esta expresión de san Cirilo de Jerusalén porque muchas veces solamente hablamos que la iglesia es misionera, y es verdad que la iglesia por naturaleza es misionera, pero la misma iglesia, sus miembros que la componen son los primeros beneficiarios de este don que viene de lo alto. El Espíritu Santo que bajó sobre los apóstoles y les transformó sus corazones, recrea el ser de cada hombre que lo recibe; curando nuestra naturaleza herida por el pecado, dándonos una naturaleza nueva, que es la participación de la vida eterna. Este Espíritu Santo recrea en nosotros la Imagen del Padre, así podemos ser testigos del amor de Dios y comunicarlo a todas las gentes. Esta acción del Espíritu Santo es continua dentro de la vida de la iglesia como también hacia afuera de la vida de Ella; porque el mismo Cristo, nuestro Maestro nos lo ha prometido: “... estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo... (LG 12; San Cirilo de Alejandría, Comentario al evangelio según San Juan, Libro 40, 16, PG 74, 434)".

La universalidad de la Iglesia, como lo señala la Lumen gentium, es fruto de esta acción viva del Espíritu Santo que la conduce, así lo señala un sermón de un autor africano del s. VI: “Dios, quiso significar la presencia del Espíritu Santo haciendo que todo el que lo recibía hablase en todas las lenguas. Se trata del Espíritu Santo por el cual el amor de Dios se derrama en nuestros corazones” (Sermón 8, PL 65, 743-744).

El mismo Señor Jesucristo cuando dice a sus discípulos al darles el mandamiento nuevo: “...amaos como yo os he amado...”; y el mismo Cristo que en el evangelio de Mateo, en el capítulo 5, en el Sermón de la montaña, al final dice: “...sed perfectos como vuestro Padre del cielo...”.

El hombre nuevo del cual san Pablo habla en sus epístolas es un hombre universal. Cristo, a través del ministerio de su vida pública, nos ha revelado que el amor de Dios, que Él ha hecho presente en los actos de su vida terrena, es un amor sin límites, sin reserva; y por lo tanto el hombre que ha nacido del Espíritu Santo, el hombre que es uno con Cristo, está llamado a vivir en esta universalidad, donde las barreras de lengua, cultura, condición social, raza e ideología han sido abolidas con la muerte de Cristo en la cruz y su victoriosa resurrección. Por eso, en esta victoria del Resucitado se nos comunica éste Espíritu que recrea nuestras vidas y nos da la Gracia de ver al otro como nuestro prójimo, como a Cristo.

Hay un comentario que San Ireneo realiza en su Libro III, que por su simbolismo pensamos que es una riqueza ofrecerlo en este día importante de la solemnidad de Pentecostés. Hemos escuchado muchos comentarios sobre la parábola del buen samaritano, al final del relato, el buen samaritano da dos denarios al posadero para que atienda al herido. A este buen samaritano muchas veces se le ha relacionado con la misión que Cristo ha tenido sobre la humanidad.

San Ireneo al respecto dice lo siguiente: “... tenemos también un abogado, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la Imagen y la Inscripción del Padre y del Hijo (que nos salva y recrea).

Hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado retornándolo al Señor con intereses (San Ireneo, Libro III, 17; SC 34, 302-303)”.

El mismo Cristo en el evangelio de san Juan cuando dice que yo y el Padre haremos morada en él (hombre); aquí estamos viendo que es el Espíritu Santo el que recreando nuestra vida hará que el Padre y el Hijo habiten en nosotros, porque así como Cristo ha hecho presente la gloria del Padre en el mundo, el cristiano por la acción del Espíritu Santo está llamado a ser templo de Dios, y en su vida manifestar esta acción del Espíritu que habita en él. Y por eso el ser luz y sal del mundo significa ser este templo de Dios por el don del Espíritu Santo.

En esta solemnidad de Pentecostés dejemos que el Espíritu Santo transforme nuestras vidas, para que seamos otros cristos en el mundo; porque Cristo en su vida terrena ha sido la Presencia del Padre en el mundo: "... Felipe hace tanto tiempo que estas conmigo... quien me ve a mi, ha visto al Padre...". No caigamos en la trampa equivocada de esta sociedad moderna y estresante, que lleva al hombre y lo convence de la idea de que solo se puede ser persona por lo que uno puede hacer o proyectarse, es decir por lo que uno vale y eficazmente puede ofrecer. Cristo revela al hombre el proyecto de Dios y lo concretiza en el hoy de nuestra historia, y alcanzará plenitud de este mundo hasta en la casa del Padre en el Cielo.

Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú