V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor:  Padre Oscar Balcázar Balcázar

 

 

Isaías 58, 7-10; Salmo 111; I Corintios 2, 1-5; Mateo 5, 13-16

“Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres”.

“Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.



Mateo 5, 13-16

En la presente semana, luego que el domingo anterior escuchamos el Sermón de la Montaña y, siguiendo el orden el texto Sagrado, la liturgia nos prepara para introducirnos al tiempo de la Cuaresma que se inicia con el miércoles de ceniza. Hemos hecho mención, en ocasiones anteriores, que la Iglesia en su misión docente nos educa, a través de los tiempos litúrgicos, en los misterios de la Fe, dándonos el alimento necesario en nuestro peregrinaje hacia la casa del Padre. Así como la cuaresma es, de una manera especial, una llamada profunda a la conversión, a vivir la vida cristiana en toda su radicalidad; las lecturas que se proclaman hoy en las asambleas litúrgicas, son como el umbral para este gran tiempo de gracia que tenemos delante de nosotros.

En la segunda lectura san Pablo teme dar a conocer con sabiduría humana el misterio de Dios. Él siente el peligro de hacer una construcción sobre las fuerzas propiamente humanas y no sobre la voluntad de Dios. Entonces él, el apóstol de los gentiles, no sería una luz que alumbra en el sentido de Jesucristo, sino que se colocaría sobre la luz y haría precisamente lo que Jesús nos quiere decir cuando da la imagen de la vela que se coloca debajo del celemín. Quien se pone sobre la luz de Dios, la apaga inmediatamente por falta del aire.

A una comunidad, a la Iglesia de un país, puede sucederle algo similar, porque el cristiano que no vive las bienaventuranzas, anunciadas en la semana anterior, ya no alumbra más.

En la primera lectura se nos hace ver el sentido de las palabras de Mateo: “…para que los hombres vean nuestras obras y den gloria a nuestro Padre que está en el cielo…”. Aquí hay un peligro evidente, si los hombres ven nuestras obras y nos alaban por ellas entonces “…ya habríamos cobrado nuestra paga…”. El justo del antiguo testamento está expuesto a este peligro porque todavía no conoce a Jesucristo que dijo“…Te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor…”.

Pero Cristo jamás ha irradiado su luz y su sabiduría a partir de sí mismo, sino que siempre lo ha hecho desde el Padre. Por eso el cristiano debe ser consciente que todo aquello que él puede transmitir le viene Dios para ser dado a los demás. En tal sentido cuando decimos: “…santificado sea tu nombre, hágase tu voluntad…”, es porque el hombre que reza verdaderamente aprende a experimentar más profundamente que debe entregarse del todo, porque Dios en sí mismo es el amor que se da, un amor en el que cada una de las personas sólo existe para las otras y no conoce ningún ser para sí.

En el evangelio se presentan tres imágenes, las tres introducidas por las palabras de Jesús a sus discípulos: “…vosotros sois…”.

En estas imágenes se encuentra implantado el “ser”, que a su vez lleva a un “debéis ser esto”; para que la amenaza que sigue (“ser arrojado fuera”) no deba cumplirse.

Estas imágenes son sencillas y evidentes para todos, las tres mantienen algo en común. La sal no existe para sí misma, sino para ser condimento; la luz no existe para sí misma, sino para iluminar el entorno; la ciudad está en lo alto del monte para ser visible e indicar el camino. El valor de cada una de ellas está en la posibilidad de brindar algo a otros seres. Todo esto se relaciona con las dos primeras lecturas, en la primera dos veces se habla de la luz y una vez del mediodía: la luz brilla allí donde alguien comparte su pan con el hambriento, viste al desnudo, acoge y hospeda al pobre. En la segunda lectura la fuerza de la luz y de la sal se manifiesta en el hecho de que el apóstol no quiere saber ni anunciar cosa alguna “…sino a Jesucristo, y éste crucificado…”. Este es su don espiritual.

Por ello, Jesús explica en dos de las tres imágenes del evangelio, el discípulo que debe ser sal puede volverse soso; entonces ya no puede salar nada y todo se vuelve comida insípida para la comunidad que le rodea. En la parábola de la vid, el labrador poda las cepas, corta los sarmientos estériles y los echa al fuego, los quema. Al decir “…vosotros sois…”, Jesús se está dirigiendo tanto a la Iglesia o comunidad, como a cada cristiano en particular. El cristiano que no vive las bienaventuranzas, cada una de ellas, ya no alumbra más, por lo cual no es extraño que se le tire a la calle y sea pisoteada por la gente.

Lo que atrae la atención en este domingo en las lecturas que hemos escuchado, son dos palabras del evangelio, estas son: Luz y Sal. Con respecto a la Sal podemos enumerar diversos tipos de matices que, al respecto, en la escritura, que está escrita con una mentalidad oriental, recibe como aplicación este término:

a) Se debe usar para presentar el sacrificio, signo de pacto (Lv.2).

b) Según el libro de Esdras (Esd.4) expresa el salario de aquellos que trabajaban al servicio del rey. Término que hasta nuestros días se utiliza para llamar a lo que un trabajador recibe al final del mes: salario

c) En Oriente, existe una usanza del tiempo de los nómadas, de frotar al niño recién nacido para que pueda tener vigor y vitalidad y al mismo tiempo protegerlo de los espíritus malos. El profeta Ezequiel en el cap.16 hace mención ha este hecho.

d) Expresa el tener sabiduría o carecer de ella; en el caso de Job y sus amigos (Jb.6) de no tenerla; mientras Pablo exhorta a los Colosenses a que sus palabras tengan sal (Col.6).

e) Es también signo del amor fraterno, como lo dice el texto de Marcos, pero también nos advierte que es un signo de Juicio.

f) Es un signo de purificación, en el sentido que la sal, hace morir, en gran cantidad (ej. El mar Muerto), teniendo gran aplicación en el sentido bíblico.

S. Juan Crisóstomo, haciendo comentario a este evangelio dice: Sal en el cristiano debe representar aquello que lo purifica de si mismo (hombre de la carne); la Luz, debe expresar una vida virtuosa (lo que el catecismo de la Iglesia Católica señala: que la virtud, es expresión de una vida ejercitada en el bien obrar) y Fermento, vivir para los demás. Algunos autores sostiene que con estas pequeñas expresiones Jesús, nos está invitando a no ser dulces -diciendo la verdad a medias-, ni blandos; por el contrario, ser veraces-radicales-congruentes con la fe que se profesa y con lo que ésta implica.

Tomando el breve comentario que hemos citado de s. Juan Crisóstomo, tenemos que decir, que todos nosotros en la gracia de Dios necesitamos ser iluminados, salados y fermentados por Cristo. Citando la parábola de la vid y los sarmientos, el texto mismo dice: “... sin mi no podéis dar fruto,...”. Esto nos esta diciendo, que el cristiano, no debe pensar que por haber recibido el bautismo, está como capacitado para obrar independientemente de Dios, y demostrarle a Dios que lo ama y puede hacer su voluntad y, así ganarse su amor por los méritos de su buen obrar. Esta es muchas veces la actitud de algunos creyentes, que piensan que deben demostrar que pueden amar a Dios, y enseñan a otras almas débiles que deben seguir por este camino, teniendo el triste resultado que luego abandonan la Iglesia, porque la meta es muy lejana de alcanzar. Las palabras del evangelio nos desvelan hoy, el sentido de esta realidad que debe ser la expresión de la vida del cristiano-creyente.

El evangelio ha comenzado diciéndonos: “...Jesús dijo a sus discípulos: vosotros sois,...”. El libro del Deuteronomio, en el cap.6 comienza diciendo: “... escucha Israel: el Señor tu Dios es uno...”. Aquí el Señor está revelando lo que están llamados a ser sus discípulos: “Ser”; lo que significará la vida cristiana. No olvidemos lo que nos encontramos en el sermón de la Montaña, esto es la revelación del programa del hombre nuevo en Cristo. En este sentido, aunque no se usan los verbos en futuro; Jesús refiere esta invitación a aquellos, que lo acogerán como el maestro, el Señor, si acogen su palabra, y como dice Pablo: “... ya no soy yo, es Cristo que habita en mi...”.

De esta manera, el hecho de ser luz, sal y fermento está diciéndonos que es una realidad que expresará el ser del cristiano como creyente y hombre nuevo. No debemos tomarlo en un sentido de compromiso, ante los beneficios que recibimos de parte de Dios. Por eso retomando la parábola de la vid y los sarmientos; los sarmientos no se secan porque hay una unión por el líquido que lo comunica internamente. Igualmente podemos ser luz, sal y fermento, en la medida que unidos a Cristo reconozcamos que, él es el único que obra en nosotros a través del Espíritu Santo. “.

El evangelio termina diciendo: “... para que los hombre viendo vuestra obras, den gloria a vuestro Padre”. Esto quiere decir que nuestro actuar debe ser el de un hombre salvado, redimido y transformado en el amor de Cristo, que nos ha revelado al Padre. “.

Resumiendo, no se puede ser luz, sal y fermento, si no escuchamos la palabra vital de Cristo, porque de otra manera, el evangelio puede quedar encerrado con un matiz de manual de teología moral, cuando en la segunda lectura Pablo ha dicho: “…no quiero saber otra cosa sino a Cristo crucificado,...”, lo que significará ser otro Cristo en el mundo, que en Él, el Padre ha sido Glorificado. “


Pbro. Oscar Balcazar Balcazar
Rector Seminario Diocesano "Corazon de Cristo"
Diócesis del Callao - Perú