XXVI Domingo de Adviento, Ciclo C

Lucas 16, 19-31

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de los desperdicios que caían de la mesa del rico y nadie se los daba. Y hasta los perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. Le contestó Abrahán: hijo, acuérdate que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora, pues, aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros hay interpuesto un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de ahí a nosotros. Y le dijo: te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos. Pero le replicó Abrahán: Tienen a Moisés y a los Profetas. ! Que los oigan! El dijo: no, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán. Y les dijo: si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite». (Lucas 16, 19-31)  

1. Dos hombres: Epulón y Lázaro

Epulón no es nombre propio. Y de él se dicen estos detalles:

-Era rico, uno de aquellos sobre los que recaía la maldición de Jesucristo: «Ay de vosotros los ricos...» (Lucas 6, 24).

-Se vestía de púrpura y lino.

-Banqueteaba espléndidamente cada día.

Éstos son los rasgos que lo caracterizaban. Es su definición real.

Toda su riqueza, todos sus haberes, todo su dinero, no tenía otra finalidad que su propio bienestar, su egoísmo, su placer, su comodidad, sus francachelas, su molicie. Él era el centro.

Desaparecen de su horizonte los demás, las necesidades de los demás. Sólo cuenta él y su comodidad, su regalo, su provecho personal.

Dios desaparece de su horizonte.

Casi a su lado, junto a su portal, estaba tirado un pobre llamado Lázaro. Estaba lleno de llagas. Y sería feliz si pudiese comer las migajas que caían en el suelo.

La contraposición entre ambos personajes aparece de manifiesto:

El primero era rico; Lázaro era pobre.

Aquél cubría su cuerpo con púrpura y lino, éste estaba cubierto de úlceras y llagas. Nadie conectaba con su necesidad. Era ignorado absolutamente.

Únicamente unos perros venían a lamerle las llagas.

Los hombres no venían, venían los perros.

También esta contraposición es pretendida por san Lucas: unos perros y unos hombres comparados acerca de la caridad. Y ganan los perros: tenían más corazón, más compasión, más sentimientos que los hombres.

2. La muerte

Un solo versículo para describir la muerte de ambos.

-Murió el pobre! y fue llevado por los ángeles! al seno de Abraham.

-Murió el rico! y fue sepultado! en el infierno.

Ambos murieron, el pobre y el rico. Ahí, en el hecho de morir, no hubo diferencia alguna. ¡Murieron!

Pero inmediatamente después de la muerte, la palabra siguiente, el acto a continuación, es ya absolutamente diferente. Uno fue llevado por los ángeles al seno de Abraham y el otro se hundió en el infierno.

La salvación es compañía de amigos, de ángeles, es gozo compartido, es cortejo de gloria, es alegría solidaria.

La condenación es soledad, es tristeza, angustia interior, agonía perpetua del alma.

La salvación es el seno de Abrahán es decir, regazo de amor; la condenación es el Hades, es decir, una mansión de tinieblas.

3.La eternidad.

El evangelio nos ofrece a continuación unos datos que, sin ser históricos, encierran una gran enseñanza. Podría ser algo así como el retrato de un condenado.

-La primera pincelada es ésta: «De lejos, muy de lejos, vio a Abraham y a Lázaro en su seno».

Este verbo significa «ver» lo que se ha perdido. Es el conocimiento que un condenado puede tener de lo que es Dios, la gloria de Dios. Y lo que ha perdido.

Es lo que la teología llama «pena de daño».

El pecador, en la tierra, puede sentirse satisfecho y presumir de hombre feliz con sus púrpuras y sus linos, con sus banquetes espléndidos, prescindiendo de Dios. Pero en el más allá la falta de Dios es el tormento mayor.

-La segunda pincelada, maestra también, es la pena de sentido. El condenado está «en medio de los tormentos» y está también «en el fuego».

Ese es su hábitat, el ámbito en que se mueve, el aire que lo envuelve, el elemento en que todo él está metido. Por arriba y por abajo, en un lado y en otro, dentro y fuera.

En la llama que quema pero no consume, en el fuego, dentro del fuego, ese fuego incomprensible cuya naturaleza no conocemos pero que abrasa el alma del condenado.

El evangelio imagina un diálogo -por lo demás imposible- entre el condenado y Abraham. Este diálogo lleno de enseñanzas está encuadrado en la petición de dos misiones. El verbo enviar aparece repetido en los dos casos.

Primera misión

-Padre Abraham, envía a Lázaro aquí al infierno y, mojado su dedo en agua, me refresque la lengua.

-¡Imposible! Imposible porque no hay en ti nada que te haga merecedor de esa gracia: Tú recibiste bienes durante la vida. Imposible también porque entre vosotros y nosotros hay una sima inmensa que no se puede cruzar.

¡Imposible! En el infierno no hay refrigerio, en el infierno no hay consolación, no hay ningún bien. «Tus bienes ya los recibiste en el tiempo.»

¿Qué clase de bienes es ésta que no sólo no valen para la eternidad sino que inhabilitan al hombre para los bienes eternos? ¿Qué cosas absorben el corazón y que pueden ser un obstáculo para la eternidad? Ésta es la pregunta. De la respuesta que se dé, dependen cosas grandes. En el infierno nunca jamás amanecerá la salvación.

Segunda misión

-Padre Abraham, envía a Lázaro al mundo, a casa de mi familia, porque tengo cinco hermanos... Que les testifique la verdad para que no vengan también ellos a este lugar de tormento.

La respuesta de Abraham no dice que sea imposible enviar al mundo a alguien que ya haya muerto. Dios puede hacerlo. Pero seria inútil.

Al mundo Dios ya ha enviado su mensaje a través de Moisés y los profetas, que es testimonio mayor que el de uno que haya muerto. Quien no oye a Moisés y a los profetas tampoco se convertirá con la presencia de un resucitado.

Aquí la pregunta que se plantea al hombre es saber cómo andamos de fe en la Palabra de Dios, o si, por el contrario, somos amigos de novedades. El imperativo de Abraham es éste: ¡Escuchen! Escuchen a Moisés, escuchen el mensaje de la Escritura.

San Juan Crisóstomo predicando en cierta ocasión, decía así a sus oyentes: «Os ruego y os pido y, abrazado a vuestros pies, os suplico, que mientras tengamos vida nos arrepintamos, nos convirtamos, nos hagamos mejores, para que no nos lamentemos inútilmente, cuando muramos, como este rico de la parábola».

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.