XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 16, 1-13

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

Decía también a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al que acusaron ante el amo de malversar la hacienda. Le llamó y le dijo: "¿Qué es esto que oigo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando". Y dijo para sí el administrador: "¿Qué haré, puesto que mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo: mendigar, me avergüenza. Ya sé lo que haré para que me reciban en sus casas cuando sea retirado de la administración". Y, convocando uno a uno a los deudores de su amo, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?". El respondió: "Cien medidas de aceite". Y le dijo. "Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta". Después dijo a otro: "¿Tu, cuánto debes?". El respondió: "Cien cargas de trigo". Y le dijo: "Toma tu recibo y escribe ochenta". El dueño alabó al administrador infiel por haber actuado sagazmente; porque los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz.

Y yo os digo: «Haceos amigos con las riquezas injustas, para que, cuando falten, os reciban en las moradas eternas.

Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho.

Por tanto, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo vuestro?

Ningún criado puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro, o preferirá a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero». (Lucas 16, 1-13)

1º. Jesús, con la parábola de hoy te quejas de que los que hacen el mal pongan más empeño en sus objetivos que los que intentan hacer el bien: «los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz».

Mientras los primeros no dejan de poner todos los medios a su alcance sin temor a lo que puedan decir los demás, los segundos tienen casi que pedir permiso antes de emprender una obra buena.

Jesús, me pides más espíritu de iniciativa, más tesón, más audacia, más entrega a la hora de hacer el bien, y en especial a la hora de hacer apostolado.

Tu me has dicho: «vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5,14).

Y el mundo está en las tinieblas de la ignorancia, porque faltan apóstoles -«hijos de la luz»- que sepan dar testimonio del Evangelio.

Jesús, por un lado quiero hacer apostolado con mis amigos y familiares: quiero explicarles la alegría y la paz que produce el seguirte.

Pero, a veces, siento otra fuerza que me frena: un temor a quedar mal, a no ser oportuno.

Esta fuerza es lo que se llama «tener respetos humanos», y es la que hace que los «hijos de la luz» no brillen como debieran.

«¡Anunciad la Palabra con toda claridad, indiferentes al aplauso o al rechazo! En definitiva, no somos nosotros quienes promovemos el éxito o el fracaso del Evangelio, sino el Espíritu de Dios. Los creyentes y los no creyentes tienen el derecho a escuchar inequívocamente el auténtico anuncio de la Iglesia. Anunciad la Palabra con todo el amor del Buen Pastor, que se da, que busca, que comprende» (Juan Pablo II).

 

2º. «¡Qué afán ponen los hombres en sus asuntos terrenos!: ilusiones de honores, ambición de riquezas, preocupaciones de sensualidad. -Ellos y ellas, ricos y pobres, viejos y hombres maduros y jóvenes y aun niños: todos igual. -Cuando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma tendremos una fe viva y operativa: y no habrá obstáculo que no venzamos en nuestras empresas de apostolado» (Camino.-317).

Jesús, mientras estoy en esta tierra he de hacer méritos para que en la otra vida me abras las puertas del Cielo.

De ahí la comparación con el administrador infiel que, antes de ser echado de su anterior trabajo, busca hacerse amigos con la fortuna de su anterior amo, para asegurarse el futuro.

Igualmente, he de utilizar las riquezas de este mundo de tal modo que, al final de mi vida, me recibas en las «moradas eternas».

Todo lo que tengo, Jesús, te lo debo a Ti: familia, inteligencia, riquezas.

Tú me has dado más o menos talentos para que los haga rendir.

Si vivo con la certeza de que todo lo que tengo es prestado y procuro utilizar mis talentos para darte gloria, entonces Tú podrás premiarme con lo que realmente es propio de un hijo de Dios: la vida eterna.

Pero si no soy fiel con lo que se me ha prestado, me quedaré sin lo que me es propio, pues «si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo vuestro?»

Jesús, me recuerdas que no puedo servir a Dios y al dinero.

El corazón acaba escogiendo: o amo a Dios sobre todas las cosas o acabaré amando a todas las cosas sobre Dios.

Esto no significa que si escojo a Dios ya no puedo disfrutar de los bienes de la tierra.

De hecho, es al contrario: el que sirve a Dios, usa las cosas como medios, no como fines: y ese desprendimiento hace que saboree las cosas con libertad.

En cambio, el que sirve al dinero y pone su corazón en las cosas materiales, pierde constantemente la paz y la alegría, porque nunca tiene bastante.

«La abundancia de riquezas no sólo no sacia la ambición del rico, sino que la aumenta, como sucede con el fuego que se fomenta más cuando encuentra mayores elementos que devorar. Por otra parte, los males que parecen propios de la pobreza son comunes a las riquezas, mientras que los de las riquezas son propios exclusivamente de ellas» (San Juan Crisóstomo).

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.