XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 11,1-13

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

Y sucedió que cuando hacía oración en cierto lugar, al terminarla, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». El les respondió: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino; nuestro pan cotidiano dánosle cada día; y perdónanos nuestros pecados, puesto que también nosotros perdonamos a todo el que nos debe; y no nos dejes caer en la tentación».

Y les dijo: «¿Quién de vosotros que tenga un amigo, y acuda a él a media noche y le diga: "Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío me ha llegado de viaje y no tengo qué ofrecerle", le responderá desde dentro: "No me molestes, ya está cerrada la puerta; yo y los míos estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos?". Os digo que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos por su importunidad se levantará para darle cuanto necesite».

Así, pues, yo os digo: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se le abrirá; porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y a quien llama, se le abrirá. Pues, ¿qué padre habrá entre vosotros a quien si el hijo le pide un pez, en lugar de un pez le dé una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dé un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?». (Lucas 11,1-13)

 

1º. Jesús, de nuevo me das ejemplo mostrándome la importancia de la oración.

Los discípulos te miran, y quieren aprender también a rezar.

Esperan a que termines tu rato de oración para pedirte: «enséñanos a orar».

Jesús, enséñame a orar, enséñame a tratarte, a dirigirme a Ti, y al Padre y al Espíritu Santo.

Y me respondes con el «Padre Nuestro», para que me quede claro que Dios no es un ser abstracto, lejano, ininteligible.

Dios es mi Padre, y como tal he de tratarle: «Padre, santificado sea tu Nombre.»

Jesús, me enseñas a pedir al Padre por todas mis necesidades espirituales y materiales, y por los demás: «nuestro pan cotidiano dánosle cada día; y perdona nuestros pecados».

La vida del cuerpo se alimenta de ese «pan cotidiano».

Pidiéndote por él, no sólo pido por todo lo material que necesito, sino también reconozco que todo lo que tengo viene de Ti: casa, familia, trabajo...

La vida del alma se alimenta de la gracia, que se obtiene en los sacramentos, la oración y las buenas obras.

Trabajo bien hecho y ofrecido, obras de caridad y de servicio a los demás, etc.

Y pierdo la gracia por el pecado.

Por eso es tan importante pedirte perdón por mis pecados.

En el Sacramento de la penitencia se me perdonan los pecados y recibo tu gracia.

2º. «Domine, doce nos orare» -¡Señor, enséñanos a orar! -Y el Señor respondió: Cuando os pongáis a orar, habéis de decir: «Pater noster, qui es in coelis...» -Padre nuestro, que estás en los cielos...

¡Cómo no hemos de tener en mucho la oración vocal!» (Camino.-84).

Jesús, aunque la oración mental -la que hago ahora, hablando personalmente contigo- sea necesaria para mi vida cristiana, he de tener en mucho también la oración vocal, que consiste en repetir oraciones y fórmulas establecidas de antemano.

Entre éstas, la principal es la oración del Padrenuestro, que rezo -al menos- cada día que voy a Misa.

El Padrenuestro ha sido la oración vocal que Tú mismo me has enseñado para dirigirme a Dios Padre.

Por eso el Padrenuestro es el modelo de oración.

Que no me acostumbre nunca a rezarlo.

 

3º. Jesús, con ejemplos humanos me quieres explicar el poder de la oración.

Si una persona no va a desoír al amigo aunque venga en un momento inoportuno; si un padre no va a dar una serpiente al hijo que le pide un pez; cuánto más Dios -el verdadero amigo, el mejor padre- va a preocuparse de mí cuando le pido lo que necesito.

Por eso, la conclusión es clara: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.»

Pero no es suficiente con pedir tímidamente, o con buscar sólo entre las posibilidades más sencillas, o con llamar una sola vez.

Hay que pedir con insistencia.

Para que mi petición sea escuchada Tú me pides fe y perseverancia.

Además, Jesús, Tú me darás lo que más me convenga, no necesariamente lo que más te pida.

Porque ¿qué buen padre, si el hijo le pide una serpiente o un escorpión, le dará lo que pide?

A veces te pido que se me solucione un problema -que apruebe un examen, que tal persona se fije en mí, que pueda ir de vacaciones a tal lugar- y Tú no me lo concedes.

No es que no me oigas, es que te estoy pidiendo algo que no me conviene o que no me merezco.

«Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala. «Mali», porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. «Male», porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. «Mala», porque pedimos cosas malas, o van a resulta, por alguna razón, no convenientes para nosotros» (San Agustín).

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.