XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 10, 17-24

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar a donde él había de ir. Y les decía: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. íd: he aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hubiera algún hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, re­tornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja es merecedor de su salario. No vayáis de casa en casa. Y en aquella ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella. Y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros. Pero en la ciudad donde entréis y no os reciban, saliendo a sus plazas decid: "Hasta el polvo de vuestra cuidad que se nos ha pegado a los pies sacudimos contra vosotros; pero sabed esto: el Reino de Dios está cer­ca". Os digo que Sodoma en aquel día será tratada con me­nos rigor que aquella cuidad. Los setenta y dos volvieron llenos de alegría, diciendo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Y Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás cayendo del cielo como un rayo. Ved que os he dado poder de pisar serpientes y escorpiones, y sobre todas las fuerzas del enemigo, sin que nada os dañe. Pero no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo». (Lucas 10, J7-24)

1º. Jesús, te apoyas en estos setenta y dos discípulos para que te preparen el terreno en toda ciudad a donde ibas a ir.

Estos discípulos te han seguido en tus últimos viajes y han aprendido la buena nueva directamente de tus labios.

Ahora, cuando los necesitas, allí están, dispuestos a lo que haga falta.

Estos son los que han respondido con generosidad a tu llamada; los que no se han excusado con fal­sas necesidades o dificultades.

Jesús, aunque son un buen número -setenta y dos- te pare­cen pocos: «la mies es mucha, pero los obreros pocos».

Después de dos mil años, ¡aún queda tanto por hacer!

Países enteros que se lla­man cristianos y que no conocen de Ti más que una oscura sombra de tu rostro.

Y países inmensos aún por cristianizar.

Realmente «los obreros son pocos».

¿Qué puedo hacer yo, Jesús, ante este panorama?

Para empezar, no excusarme yo el primero, preguntándote en la intimidad de mi oración: ¿qué lugar tengo en esta gran misión de anunciar la buena nueva del Evangelio?, ¿dónde te puedo servir mejor en esta mies -en este campo- que es el mundo?

Y luego, he de rezar más: «Ro­gad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies».

Dios mío, llama más gente a que te sirva en esta batalla de paz, en esta siembra de amor.

«Nado hay más frío que un cristiano despreocupado de la salva­ción ajena.(…). Tú no puedes pretextar tu humilde origen: ellos eran también personas humildes, de modesta condición. Ni la ignorancia te servirá de excusa: ellos eran todos hombres sin letras. (…). No aduzcas la enfermedad como pretexto, Timoteo estaba sometido a frecuentes achaques. Cada uno puede ser útil a su prójimo, si quiere hacer lo que puede» (San Juan Crisóstomo).

2º. «Tienes obligación de llegarte a los que te rodean, de sacudirles de su modorra, de abrir horizontes diferentes y amplios a su exis­tencia aburguesada y egoísta, de complicarles santamente la vida, de hacer que se olviden de si mismos y que comprendan los proble­mas de los demás.

Si no, no eres buen hermano de tus hermanos los hombres, que están necesitados de ese «gaudium cum pace» de esta alegría y esta paz, que quizá no conocen o han olvidado» (Forja 900).

Jesús, como a esos setenta y dos discípulos, también hoy llamas a los cristianos -a mí- y nos envías «como corderos en medio de lo­bos».

En un mundo de luchas egoístas y comportamiento oportunista -que en vez de hombres produce lobos hambrientos- Tú me mues­tras otro modelo: Tú mismo, que eres «el cordero de Dios».

El mundo de lobos está dominado por la astucia, la desconfianza y la traición.

Por el contrario, tu mundo es un mundo de paz: «paz a esta casa.»

Jesús, si quiero ser hijo de Dios, he de ser «hijo de paz»; pro­motor del entendimiento y del perdón, hermano de mis hermanos los hombres.

Ésta es precisamente la tarea del apóstol a la que me llamas: abrir horizontes diferentes y amplios a la existencia abur­guesada y egoísta de los que me rodean.

Y para ello, el primero que debe cambiar soy yo, olvidándome de mí mismo para atender los problemas de los demás.

3º. Jesús, los discípulos vuelven «con alegría» de su misión.

Han to­cado con sus manos el poder de la gracia, y «hasta los demonios» se rinden al oír tu nombre.

El apostolado es una de las mayores fuentes de alegría.

Cuando por mi ejemplo y mi palabra de cristiano otras personas se sienten removidas y cambian de vida, Tú me lle­nas de alegría.

Sin embargo, aún mayor alegría me produce el saberme hijo de Dios; el saber que me quieres personalmente, por mi nombre; que mi nombre «está escrito en el cielo».

Si el apostolado en sí es una gran fuente de alegría, aun mayor es el saberse amado, escogido.

Soy cristiano hijo de Dios, porque Tú has querido, y me has dado tu gracia para que crea en Ti, espere en Ti y te ame.

Jesús, cuando me ves comportarme como un buen hijo de Dios -con amor a los demás, con afán apostólico- te llenas de una gran alegría, como ocurrió a la vuelta de esos setenta y dos discípu­los: «se llenó de gozo en el Espíritu Santo.»

Yo también quiero darte alegrías, sólo alegrías.

Por eso, aunque a veces me cueste ser cristiano, he de seguir luchando para que Tú estés contento de mí.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.