XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 18,9-14

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus adentros: oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo. Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador. Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado». (Lucas 18,9-14)

Dos hombres subieron al Templo de Jerusalén a rezar.

Uno era fariseo y el otro publicano.

A ambos después de verlos en el Templo, Jesús les da sendos calificativos que los definen perfectamente:

Al primero le llama: el que se exalta y enaltece; al segundo: el que se humilla y abaja.

Vamos a detener nuestra consideración en cada uno de estos hombres.

El que se exalta a sí mismo

El Señor traza el retrato del que podríamos llamar «el hombre orgullosos»

El término directo del verbo ensalzar no es Dios, sino él, lo cual indica que el término, la meta, de su plegaria no es Dios sino él.

Por eso el evangelio dice que rezaba para sí.

Esto puede ser entendido ciertamente en un sentido recto: rezaba para su interior, sin palabras audibles, rezaba meditando.

Pero también puede ser entendido en el sentido de que hablaba consigo mismo y no con Dios.

Ésa es la dirección de la plegaria: él mismo.

Y el contenido de su rezo avala esta interpretación, de tal manera que, aunque dice: «Oh Dios, te doy gracias», en lugar de Dios podría poner su propio nombre y decir: «Me felicito porque no soy como los demás hombres: injustos, ladrones... »

Quizá ello fuese verdad.

De todas formas, él no lo ve como don de Dios sino como logro personal.

Y en su soberbia, se iba ensalzando, exaltándose sobre los demás: ¡no soy como el resto de los hombres!

Es muy fuerte esta afirmación y podría traducirse así: soy el mejor de todos, estoy más alto que todos…, se eleva a sí mismo.

Quizá están cargadas las tintas, y podríamos pensar que esto no va con nosotros, que no nos afecta, que no ha pasado por nuestra cabeza una monstruosidad así.

Y sin embargo, una cosa es cierta: que este fariseo es todo un símbolo.

Y que todos lo llevamos dentro.

La soberbia es el más corriente de todos los pecados.

Hace falta una acción de busca y captura de este fariseo que llevamos dentro, por más que quiera esconderse y disimular.

El que se abaja

Después de esto, el Señor traza lo que podríamos llamar «el retrato de un hombre humilde».

El publicano, en su oración, en su vida, era humilde.

Y la humildad del publicano -su oración, su vida- se encuadra en estos cuatro sentimientos:

a) Estando lejos..., es decir, en el último puesto.

Cuando un hombre se pone así, en el último lugar, Dios mismo le dice: «Sube más arriba» (Lucas 14, 10).

Es la distancia que marca el sentimiento del pecado, de la propia miseria; el sentimiento de la personal indignidad.

No puedo nada, no tengo nada, no soy nada...

Todo esto está incluido en la actitud del publicano, que se mantenía a distancia, lejos.

b) No quería levantar los ojos al cielo...

Hay una determinación de la voluntad: los ojos al suelo, en el suelo las rodillas, en el suelo postrado ante la presencia soberana de Dios.

Cuadra muy bien esta postura del cuerpo con la humildad profunda del alma.

c) Se golpeaba el pecho... Es una manifestación de dolor y de arrepentimiento ante el mal cometido, o simplemente ante el misterio tenebroso del pecado y sus consecuencias.

d) Decía esta oración: séme propicio, Señor. El nombre en hebreo parece que equivale a «cancelar», cancelar el pecado.

Con todo, en el Antiguo Testamento no es más que una figura, un símbolo. El Propiciatorio es Cristo «asemejado en todo a sus hermanos para ser pontífice fiel y compasivo en las cosas que se refieren a Dios» (Hebreos 2, 17).

En su primera epístola lo dice san Juan con estas palabras: «Os escribo esto para que no pequéis, pero si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre Jesucristo, el Justo, que es propiciación de nuestros pecados» (1 Juan 2, 2).

Éstos son los cuatro elementos de la oración del Publicano que atrajeron la mirada amorosa de Dios, su perdón, su misericordia.

Subió a orar, y bajó justificado, (en participio de perfecto), hecho justo.

No importa cómo iba al subir al templo; lo que importa es cómo volvió al bajar del templo: bajó justificado.

Y quien determinó el cambio fue la humildad.

Lo dice Jesús: Quien se humilla es exaltado por Dios, quien se reconoce pecador es perdonado, es justificado.

En la raíz de este comportamiento está la humildad.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.