XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 21, 5-19

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Como algunos le hablaban del Templo, que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas, dijo: «Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo acontecerá esto y cuál será la señal de que comienza a suceder?». El dijo: «Mirad no os dejéis engañar; pues muchos vendrán en mi nombre diciendo: Yo soy, y el momento esta próximo". No les sigáis. Cuando oigáis rumores de guerras y revoluciones, no os aterréis: porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato. Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y, hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: esto os sucederá para dar testimonio. Determinad, pues, en vuestros corazones no tener preparado cómo habéis de responder; porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados incluso por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». (Lucas 21, 5-19) 

1º. Jesús, al ver que aquellas gentes daban tanta importancia al templo de Jerusalén, profetizas su destrucción, que ocurrirá hacia el año 70 por obra de los romanos.

No quieres que pongan sus esperanzas en una obra humana: lo importante no es el templo, sino Dios que habita en el templo.

Las obras humanas pasan, pero Dios permanece para siempre.

Cuando la esperanza se apoya en Dios, que es todo poderoso y además es Padre, nada ni nadie la puede destruir.

Jesús, no me ocultas que, a lo largo de la historia, habrá guerras, terremotos, hambre y enfermedades.

Incluso en determinados momentos puede parecer que el mundo se viene abajo.

Sin embargo, el fin no es inmediato.

Todas estas calamidades y catástrofes tienen un sentido.

En concreto, la adversidad física o moral puede producir madurez humana y espiritual: puede ser ocasión de mayor unión con Dios y con las personas que comparten con nosotros aquel sufrimiento.

Jesús, ante todo me pides que confíe siempre en Ti; que en cualquier circunstancia, pero aún más cuando tenga mayor dificultad, sepa acudir a Ti para pedirte ayuda.

La virtud de la esperanza consiste precisamente en confiar en Ti, porque Tú eres mi Padre y quieres lo mejor para tus hijos.

Por eso, para el que se sabe hijo de Dios, todo lo que ocurre es para bien, y nada en esta tierra puede quitarle la alegría.

La virtud de la esperanza es una roca firme que mantiene segura mi fe y no deja que se apague mi amor por Ti.

Jesús, como quieres que sea santo, es decir, que en medio de mis tareas ordinarias y a base de luchar contra mis defectos, me identifique cada día más contigo, Tú me darás las gracias necesarias.

Esta firme esperanza en tu ayuda, me dará fuerzas para sobrellevar las dificultades con alegría, y contribuirá a robustecer mi voluntad.

 

2º. Jesús, pocos días antes de tu pasión quieres avisar a tus discípulos que la vida del cristiano no es una vida fácil: es una vida exigente, que no se adapta a las debilidades personales ni a las concepciones culturales; es una vida que va a chocar con el éxito de vida pagana de cada tiempo histórico.

Por ello, el cristiano va a ser perseguido y odiado, incluso por familiares y amigos, al igual que te persiguieron y odiaron a Ti.

Jesús, en la última cena, cuando recuerdas a los apóstoles los mandatos más importantes y les hablas con mayor intimidad que nunca, les vuelves a hacer la misma advertencia: «No es el siervo más que su Señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán» (Juan 15,20).

Quieres que estén preparados «para dar testimonio».

El cristiano ha de ser la sal de la tierra y la luz del mundo, dando testimonio con su vida mortificada y alegre de la fe que profesa.

Jesús, aunque dar testimonio cristiano puede resultar difícil en ocasiones me aseguras que Tú estarás siempre a mi lado: «Yo os daré palabras de sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios».

Porque no voy a convencer a los que me rodean a base de argumentos teóricos o fórmulas matemáticas, sino por la atracción y el ejemplo de una vida entregada a Dios y a los demás: una vida sencilla, alegre, llena de sentido.

Esas son las «palabras» que Tú me das con tu gracia -tu vida en mí- y que nadie puede contradecir.

Tú me amas hasta el punto de morir por mí, y me pides que te siga, que sea tu discípulo: que viva realmente como un cristiano.

Hoy me recuerdas, Jesús, que el camino no es cuesta abajo ni está exento de peligros.

Seguirte a Ti comporta tomar la cruz, y aguantar la pendiente y el mal tiempo.

Jesús, me avisas de las dificultades, no para que me vuelva atrás, sino que para que -confiando siempre en Ti- persevere en el camino.

«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»

Y¿cómo voy a perseverar a pesar del cansancio y de las contradicciones?

Enamorándome cada día más de Ti: Enamórate, y no «le» dejarás.

Ayúdame a tratarte de tal modo en mi oración personal, cada día, que me sienta ligado a Ti -como la hiedra se adhiere a la pared, dice una canción- por amor.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.