Solemnidad de Cristo Rey, Ciclo C

Lucas 23,35-43

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”» (Lucas 23,35-43) 

1º.  Hoy, último domingo del tiempo ordinario, como coronación de todo un año en el que te he ido conociendo día a día un poco más, la Iglesia quiere presentarte como Rey, porque Tú eres verdaderamente Rey.

Rey del mundo y de la entera creación.

Pero ¿cómo me afecta esto a mí?

Me afecta, Jesús, porque es preciso que nunca me olvide de que soy una criatura, un siervo del Gran Rey.

Es preciso que no me crea autosuficiente, señor de mí mismo; porque ese engaño procede de la soberbia y me hace el peor de los esclavos: esclavo de mí mismo y de mis miserias.

En cambio, si aprendo a servirte por amor encontraré la verdadera libertad.

Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación porque el Padre bajo sus pies sometió todas las cosas. Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso de toda la Creación encuentran su recapitulación, su cumplimiento trascendente» (C. I. C.-668). 

2º. «Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey. Y no me salgo de mi oficio de sacerdote cuando digo que, si alguno entendiese el reino de Cristo como un programa político, no habría profundizado en la finalidad sobrenatural de la fe y estaría a un paso de gravar las conciencias con pesos que no son los de Jesús, porque su yugo es suave y su carga es ligera. Amemos de verdad a todos los hombres; amemos a Cristo, por encima de todo; y, entonces, no tendremos más remedio que amar la legítima libertad de los otros, en una pacífica y razonable convivencia» (Es Cristo que pasa.-184).

Jesús, aunque Tú eres el Rey de todos, no todos te escuchan ni te sirven.

Hay en el mundo como una gran rebelión contra Ti y contra tu Iglesia; una gran voz de protesta que es como el eco de las palabras del salmo: «se han levantado los reyes de la tierra, y se han reunido los príncipes contra el Señor y contra su Cristo» (Salmo, 2,2).

No quieren obedecer, no quieren servir; entienden tus mandatos sólo como restricciones a su libertad.

«Rompamos, dijeron, sus ataduras, y sacudamos lejos de nosotros su yugo» (Salmo 2,3). 

Y se engañan sirviendo sus propias pasiones, esclavos de sí mismos e incapaces de darse a los demás.

Otros, utilizan el Reino de Cristo como un programa político; y quieren imponer la fe por la fuerza, o usan tu mensaje para defender su solución personal o de partido a problemas económicos y sociales.

Sin embargo, Jesús, Tú no has venido a fundar un reino temporal: «Mi reino no es de este mundo».

El cristiano tiene libertad para escoger las soluciones políticas que crea convenientes, siempre que no vayan contra la fe o la dignidad de la persona.

Jesús, ésta es la verdad que has venido a traer al mundo: que Tú eres Dios, Rey del universo, y también hombre como yo; que servirte a Ti es la actitud más acorde con la verdad; y que sólo en la verdad podemos ser realmente libres.

«Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»

Ayúdame a entender mi vida como un servicio; un servicio que vale la pena porque Tú, Señor, eres mi Rey.

Y yo quiero servirte como te mereces: con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis potencias, con todas mis fuerzas.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.