Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo
Lucas 2, 1-14

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«En aquellos días se promulgó un edicto del César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, estando allí le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo en volvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada.

Había unos pastores por aquellos con tornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor El ángel les dijo: No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». (Lucas 2, 1-14) 

1º. ¡Ha nacido Jesús!

Todo ha valido la pena.

José, ya puedes descansar un poco.

Después del viaje desde Nazaret, caminando, con María encinta sobre el borrico; después de buscar un lugar para pasar la noche, llamando de puerta en puerta sin encontrar un sitio para el Dios-Niño; después de limpiar el Pesebre y acondicionarlo mínimamente para que María pudiera tener a Jesús; al fin, Dios ha nacido.

Llora Jesús, recién nacido.

Llora José, que no quiere contenerse.

María, la Madre de Dios, sonríe.

Una mula y un buey, únicos espectadores mudos del gran suceso: Jesús, que es Dios, está ahí, en una cuna.

Jesús, no dices nada.

Te has dormido.

Sin embargo, lo dices todo: el Rey del mundo en un establo.

Estas son tus riquezas: frío, pobreza, soledad.

¿Por qué?

¿Qué mensaje me vienes a traer, para empezar enseñándome que todo lo terreno no vale nada, y menos que nada, si es un estorbo para cumplir tu voluntad? 

2º. «He procurado siempre, al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo cómo Doctor como Maestro. Necesito considerarle de este modo: porque debo aprender de Él. Y para aprender de Él, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús.

Porque hemos de reproducir en la nuestra, la vida de Cristo: a fuerza de leer la Sagrada Escritura y de meditarla, a fuerza de hacer oración, como ahora, delante del pesebre. Hay que entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño, desde que está recién nacido, desde que sus ojos se abrieron a esta bendita tierra de los hombres» (Es Cristo que pasa.-14).

Hoy es un día de paz y alegría: es Navidad.

«¿Qué cosa mejor podríamos encontrar entre los dones divinos, para honrar la fiesta de hoy, que aquella paz que anunciaron los ángeles en el nacimiento del Señor? (...) El fruto propio de esta paz es que se unan a Dios aquellos que el Señor ha segregado del mundo» (San León Magno).

Todos se desean la paz, pero sólo los ángeles me descubren como conseguirla: «paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.»

Tener buena voluntad, para un cristiano -para mí-, es seguir a Cristo, unirse a Dios; y para eso necesito aprender de Ti, Jesús, de esa vida que hoy empiezas.

«Porque hemos de reproducir en la nuestra, la vida de Cristo: a fuerza de leer la Sagrada Escritura y de meditarla, a fuerza de hacer oración.»

Quiero conocerte bien, para poder seguirte, para poder amarte.

Entonces me llenarás de paz y de alegría, y podré transmitirlas luego a los que me rodean.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.