Marcos 6, 45-52

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Y en seguida hizo subir a sus discípulos a la barca y que se adelantaran a la otra orilla junto a Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Y después de despedirlos, se retiró al monte a orar. Cuando se hizo de noche, la barca estaba en medio del mar y él solo en tierra. Y viéndoles remar con gran fatiga, pues el viento les era contrario, hacia la cuarta vigilia de la noche, viene a ellos andando sobre el mar e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, cuando lo vieron caminando sobre el mar, pensaron que era un fantasma y gritaron. Todos, en efecto, le vieron y se asustaron. El habló en seguida con ellos, y les dijo: Tened confianza, soy yo, no temáis. Y subió con ellos a la barca y cesó el viento. Entonces se quedaron mucho más asombrados; pues no habían entendido lo de los panes, porque su corazón estaba embotado. (Marcos 6, 45-52) 

1º. Jesús, habías ido a aquel lugar a «descansar un poco» (Marcos 6,31).

Pero luego, al ver a la gente que te esperaba -unos cinco mil hombres- te quedaste con ellos hasta que «se hizo muy tarde» (Marcos 6,35).

Después, para que no desfallezcan por el camino, haces el milagro de la multiplicación de los panes.

Finalmente -debía ser ya de noche- despides a la multitud.

¿De dónde sacas las fuerzas, Jesús?

«Y después de despedirlos, se retiró al monte a orar»

Ahora entiendo de dónde sacas esas fuerzas: de la oración.

Por eso, en ocasiones hablas a los apóstoles «sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer» (Lucas 18,1).

Jesús, ¿qué le dirías a Dios Padre en aquella oración?

Le dirías que estabas cansado; que no había manera de tomarse un respiro con tanta gente que te buscaba.

Pero que estabas contento porque les habías enseñado muchas cosas y porque con este milagro les empezabas a preparar el camino para explicarles el Gran Milagro de la Eucaristía.

Le pedirías al Padre por tus discípulos, que todavía no entendían casi nada «porque su corazón estaba embotado.»

Sin embargo, aún sin tenerlo todo claro, te seguían.

Y ahora, tras un día tan ajetreado, estaban remando «con gran fatiga, pues el viento les era contrario.»

¡Pobres apóstoles!

No paraban de un sitio a otro, lo habían dejado todo para seguirte, y ahora lo estaban pasando mal.

Entonces, le pedirías a tu Padre Dios el milagro de caminar sobre las aguas y apaciguar el viento; no por espectáculo, sino por amor: para fortalecerlos en la fe y aumentar su confianza en Ti.

2º. «Parece que hay calma. Pero el enemigo de Dios no duerme…

-¡También el Corazón de Jesús vela! Esa es mi esperanza» (Forja.-311).

Jesús, el enemigo no duerme..., y a veces parece que no avanzo. Remo y remo; lucho y vuelvo a luchar.

Pero nada: en los momentos de la verdad voy a la mía y... claro, no avanzo.

El cuerpo me puede: la comodidad, la sensualidad, el atolondramiento.

Y a esos vientos se añade el de la soberbia: la vanidad; el querer quedar bien; el hacerse «el simpático» o «el hombre».

Pero Tú no me dejas.

Desde arriba me ves remar con esa fatiga natural, porque hay que ir contra corriente.

Tu Corazón vela y, si lucho de verdad, harás que llegue a buen puerto.

«Esta confianza del hombre en Dios ha de ser certísima, porque todo lo sabe, es todopoderoso y quiere nuestra salvación» (Santo Tomás).

Jesús, a veces tengo -como los apóstoles- el corazón un poco embotado.

Y cuando pasas cerca, no te veo.

O, como máximo, veo un fantasma que me asusta y pienso que si me acerco más a él, me puede dañar.

A veces puedo llegar a pensar que, si me acerco más a Ti, me vas a complicar la vida, y que eso es malo.

Hazme ver que no: que te puedes meter en mi barca con tranquilidad; que es para mí bien porque vas a calmar esos vientos que me impedían avanzan.

Repíteme con voz clara: «Tened confianza, soy yo, no temáis.»

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.