IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Juan 9, 1-41

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Y al pasar vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabbí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Respondió Jesús: Ni pecó éste ni sus padres, sino que aso ha ocurrido para que las obras de Dios se manifiesten en él. Es necesario que nosotros hagamos las obras del que me ha enviado mientras es de día, pues llega la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, aplicó el lodo en sus ojos y le dijo: Anda, lávate en la piscina de Siloé, que significa enviado. Fue, pues, se lavó y volvió con vista. Los vecinos y los que le habían visto antes cuando era mendigo decían: ¿No es éste el que estaba sentado y pedía limosna? Unos decían: Es él. Otros en cambio: De ningún modo, sino que se le parece. El decía: Soy yo. Entonces le preguntaban: ¿Cómo se te abrieron los ojos? El respondió: Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: Ve a Siloé y lávate. Entonces fui, me lavé y comencé a ver. Le dijeron: ¿Dónde está ése? El respondió: No lo sé. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. Y le preguntaban de nuevo los fariseos cómo había comenzado a ver. El les respondió: Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo. Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no es de Dios, ya que no guarda el sábado. Pero otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales prodigios? Y había división entre ellos. Dijeron, pues, otra vez al ciego: ¿Tú qué dices de él, puesto que te ha abierto los ojos? Respondió: Que es un profeta. No creyeron los judíos que aquel hombre habiendo sido ciego hubiera llegado a ver, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, y les preguntaron: ¿Es éste vuestro hijo del que decís que ha nacido ciego? ¿Entonces cómo es que ahora ve? Respondió sus padres: Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos; o quién le abrió los ojos, nosotros no lo sabemos. Preguntadle a él, que edad tiene, él dará razón de sí mismo. Sus padres dijeron esto pues temían a los judíos, porque ya habían acordado que si alguien confesaba que él era el Cristo fuese expulsado de la sinagoga. Por eso sus padres dijeron: Edad tiene, preguntadle a él. Llamaron, pues, por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. El les contestó: Si es un pecador yo no lo sé. Sólo sé una cosa, que siendo ciego, ahora veo. Entonces le dijeron: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? Les respondió: Y a os lo dije y no lo escuchasteis, ¿por qué lo queréis oír de nuevo? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos? Ellos le insultaron y le dijeron: Tú serás discípulo suyo; nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero ése no sabemos de dónde es. Aquel hombre les respondió: Esto es precisamente lo admirable, que vosotros no sepáis de dónde es y que me abriera los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que si uno honra a Dios y hace su voluntad, a éste le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si ése no fuera de Dios no hubiera podido hacer nada. Ellos respondieron: Has nacido empecatado y ¿nos vas a enseñar tú a nosotros? Y lo echaron fuera. Oyó Jesús que lo había echado fuera, y encontrándose con él le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? El respondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Lo has visto; el que habla contigo, ése es. Y él exclamó: Creo, Señor. Y se postró ante él. Dijo Jesús: Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos. Oyeron esto algunos de los fariseos que estaban con él y dijeron: ¿Acaso nosotros también somos ciegos? Les dijo Jesús: si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora decís: Vemos; por eso vuestro pecado permanece.» (Jn 9, 1-41)

 

1º. Toda la narración del Evangelio tiene la estructura de un signo, con el cual Jesús quiere dar testimonio de la salvación que él ha venido a traer.

Analicemos las actitudes de Jesús y el ciego.

-Por un lado Jesús se acerca al ciego, realiza un acto bastante extraño: hacer lodo y al ponérselo en los ojos, le pide que se vaya a "lavarse" a la piscina de Siloé.

Dos santos han, al comentar este pasaje del Evangelio, comentan:

San Ireneo habla de que el lodo que hace Jesús representa la "arcilla" con la que Dios creó al hombre, de tal manera que Jesús estaría "recreando" al hombre nuevo, al hombre salvado por su presencia.

San Agustín, nos dice que el agua de Siloé es el agua del bautismo, que habría introducido al ciego a la nueva vida de la fe.

Jesús se muestra en estas dos interpretaciones como el salvador, que ha venido a traer plenitud a la creación.

-Por otro lado, está el ciego.

Vemos a lo largo del texto que el ciego va a ir avanzando en su confesión de Dios: progresión en la fe:

-Al preguntarle por primera vez, ¿quién lo había sanado? Él responde: "el hombre que se llama Jesús".

-Después ante los escribas y fariseos, el que era ciego proclamará: "es un profeta".

-Posteriormente al encontrarse con Jesús, el que era ciego se referirá a Jesús como: "Señor".

-Y por último, vuelve Jesús a escena para preguntarle, ¿crees tú en el Hijo del hombre?

A lo que el ciego responderá: «creo, Señor". Y se postró ante él»

¡Vaya camino de salvación que vivió este ciego!

Lo que nosotros vivimos en años de vida, el ciego lo experimentó en uno o dos días.

Él supo reconocer no sólo que ya podía ver, sino que quien le había permitido tener la vista era su Salvador.

Esta confesión, por más obvia que nos parezca, no lo es, pues quienes convivían con este ciego confesaron exactamente lo opuesto: que Jesús era un pecador.

 

2º. Muchas veces hemos visto que ante un mismo hecho existen dos o más interpretaciones.

Tal como sucedió con el ciego y los fariseos, nosotros también podemos reconocer la presencia de Dios o rechazarla.

Pensemos en una crisis económica familiar, en una enfermedad terminal, en la muerte de un familiar o en alguna tragedia personal.

¿Cuántas veces estos hechos han servido para alejar a más de uno de la presencia y el amor de Dios?

-Escuchamos reclamos, enfados, críticas a la manera de proceder de Dios y al final la ruptura de la relación de fe.

-Sin embargo, ante estos mismos sucesos, nos hemos encontrado con personas que habiendo tenido una relación tibia con Dios, pasan a vivir una relación intensa de presencia del amor de Dios, de confianza absoluta, de una esperanza que hasta a ellos mismos los sorprende.

Esto fue lo que vivió el ciego de nacimiento.

Él vivía como rechazado de Dios, condenado a la ceguera por el pecado de sus parientes.

Sin embargo, Jesús se vale de esta condición para irlo acercando al amor de Dios, de tal manera que el gran milagro no fue la curación física (pues cuando murió sus ojos no volvieron a ver más), sino la relación de amor en la que fue introducido el ciego que jamás terminaría.

Esta es la salvación que Jesús quiere ofrecernos.

Una salvación que vence cualquier obstáculo, ya sea una enfermedad física o del corazón, ya sea una crisis personal o familiar.

Jesús está para abrazarnos, amarnos y abrirnos los ojos a la verdadera luz, la luz del amor que todo lo puede en aquel que nos ha amado primero.

3º. Estamos en cuaresma, tiempo de purificación, pero también tiempo de claridad y de luz.

Las tinieblas del pecado no se vencen con más oscuridad, ni con corazones "arrepentidos".

Las tinieblas del corazón sólo se vencen con la luz.

Por eso esta semana podemos seguir el consejo de san Pablo: "Vivamos, por lo tanto, como hijos de la luz".

 

En el Evangelio de hoy podemos destacar cinco actitudes o reacciones ante el mismo milagro:

1ª. La de los discípulos de Jesús: Le preguntan acerca de la causa de la desgracia de este ciego: “-Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?”.

Los discípulos daban por supuesto que aquella desgracia era un castigo de Dios.

A lo cual Cristo les aclara: “-Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifieste en él las obras de Dios”.

No podemos pensar que los éxitos de tipo material son un premio y las desgracias un castigo.

2ª. La actitud de Jesús: Trata con comprensión y misericordia al ciego: “Escupió en la tierra, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: Ve a lavarte a la piscina de Siloé. Él fue, se lavó, y volvió con vista”.

El ciego no pidió nada; simplemente no puso resistencia a que Jesús lo tocara y lo untara, y realizó dócilmente lo que Jesús le mandó: Fue a lavarse a la piscina de Siloé. Precisamente a esta piscina. Y volvió con vista.

El Señor nos pide lo mismo a nosotros:

-No pongamos resistencia a su acción en nosotros, sobre todo a la acción que realiza a través de los Sacramentos.

-Realizar dócilmente y con prontitud la Voluntad de Dios, que se nos manifiesta de múltiples maneras.

3ª. La actitud de los fariseos: Oposición a Cristo.

No quieren reconocer la acción prodigiosa de Jesús y hacen verdaderas ridiculeces para desvirtuarla.

Tienen una idea preconcebida de Jesús, y su orgullo y envidia les impide aceptarlo y convertirse.

El pecado de los fariseos consiste en encerrarse voluntariamente en sí mismos, en no tolerar que Jesús les abra los ojos.

Actitud que hoy se repite en aquellos que no quieren salir de sus ideas erróneas preconcebidas por pura comodidad y así justificarse de su mala conducta.

4º. La actitud de los padres: Cobardía: Temen dar testimonio por miedo a los fariseos, para que los les echen de la sinagoga.

Actitud muy actual: querer pasar desapercibido para no verse en la situación de tener que dar testimonio y que nadie les critique.

5ª. La actitud del ciego: A lo largo del texto el ciego va a ir avanzando en su confesión de Dios:

-al preguntarle por primera vez, ¿quién lo había sanado? Él responde: "el hombre que se llama Jesús".

Después ante los escribas y fariseos, el ex-ciego proclamará: "es un profeta".

Posteriormente al encontrarse con Jesús, el ciego se referirá a Jesús como: "Señor".

Y por último, vuelve Jesús a escena para preguntarle, ¿crees tú en el Hijo del hombre? A lo que el ciego responderá: «creo, Señor". Y se postró ante él»

¡Vaya camino de salvación que vivió este ciego!

Lo que nosotros vivimos en años de vida, el ciego lo experimentó en uno o dos días.

El ciego hace una auténtica profesión de fe en Cristo. Sabe afrontar las dificultades. Como "cristiano" le podríamos poner un sobresaliente.

La valentía de este hombre debe ser una lección para nosotros y para todos aquellos que, ante las presiones de los demás, ocultamos nuestra fe o reprimimos nuestra confesión espontánea.

¡En cuantas ocasiones la gente teme confesar con naturalidad su fe ante el temor a que los demás sonrían burlonamente o les consideren como desfasados, o beato!

Y cualquier acusación es suficiente para obligarnos a entrar en la senda de los cobardes, o a militar en el partido de los desertores.

Deseamos que no nos etiqueten, que no nos señalen... Y podemos pasar la vida haciendo de camaleón: abdicando de nuestras creencias religiosas, y nos convertimos en esclavos mentales, o veletas de campanario que se mueven según el viento que sopla.

No es extraño que nuestra conducta choque con la mentalidad materialista y atea que la sociedad está viviendo. El mismo Cristo lo pronostica: “Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, por eso os odia el mundo... (Juan 15,18-20).

No olvidemos que cediendo no se logra nada. Que tenemos una obligación de conciencia ante Dios y ante los demás. Y que hay que temer más el juicio de Dios que el de los hombres.

6º. Epílogo: La Cuaresma nos pide sobre todo conversión. Y la conversión implica aceptar plenamente a Cristo, sus obras, las maravillas que está realizando en el mundo directamente o por los suyos.

Hemos de reconocer nuestra ceguera para que el Señor pueda convertirnos e iluminarnos con su Gracia. Hemos de reconocer nuestro orgullo, egoísmo, envidia, sensualidad, pereza, etc.

Preguntémonos: ¿Cuál es nuestra actitud interior? ¿Estamos dispuestos a reconocer las incongruencias de nuestra conducta y a rendirnos ante Dios? ¿O pretendemos cerrar los ojos ante la evidencia, como los fariseos, para justificar nuestra mala conducta?

Pidamos a la Santísima Virgen que nos consiga valentía y decisión para emprender desde ahora, sin pretextos ni excusas, la tarea de una profunda conversión interior. 

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.