Lucas 12, 35-38

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Tened ceñidas vuestras cinturas y las lámparas encendidas, y estad como quienes aguardan a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en cuanto venga y llame. Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá la cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá. Y si viniese en la segunda vigilia o en la tercera, y los encontrase así, dichosos de ellos». (Lucas 12, 35-38) 

1º. Jesús, hoy me recuerdas que debo estar siempre vigilante, siempre preparado, con el traje adecuado, con las «lámparas encendidas».

Quieres enseñarme que la vida cristiana, el camino de la santidad, requiere cierta tensión, un esfuerzo continuado, una lucha ininterrumpida.

Pero no es una tensión estresante, o una lucha penosa.

Es una vibración alegre -una vibración de amor; una lucha deportiva y estimulante.

«Vela con el corazón, vela con la fe, con la caridad, con las buenas obras; preparando las lámparas, cuida de que no se apaguen, alimentándolas con el aceite interior de una recta conciencia; permanece unido al Esposo por el Amor, para que El te introduzca en la sala del banquete, donde tu lámpara nunca se extinguirá» (San Agustín).

Jesús, para mantener un buen ritmo en mi vida espiritual he de marcarme metas altas.

¿Qué más puedo hacer por Ti o por los demás?

¿Cómo puedo hacer mejor mi trabajo?

¿Cómo puedo tratar con más cariño a los que me rodean?

¿Me acuerdo frecuentemente de Ti durante el día?

Y luego, por la noche he de repasar estos propósitos para ver si los he hecho y cómo los puedo mejorar. (En el examen de conciencia).

Y si no me ha salido alguno de los propósitos, te pido perdón y vuelvo a intentarlo, con espíritu deportivo, sin cansarme nunca.

Jesús, así me encontrarás siempre preparado, con la luz de mi alma encendida; una luz potente que ilumina a los demás e irradia calor.

«Estad siempre dispuestos a responder a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 Pedro 3,15).

«Dichosos ellos», los que están preparados.

Tú mismo los harás sentar a tu mesa, en tu Reino, y los servirás.

2º. «Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, «vocavi te nomine tuo» -te he llamado por tu nombre.

Como nuestra madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. -Allá, en la intimidad de alma, llama, y hay que contestar: «ecce ego, quia vocasti me» -aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro» (Forja.-7).

Jesús, Tú eres ese señor, ese amo, que se marchó a «las nupcias», y que tarde o temprano va a volver, y va a llamar a mi puerta.

Yo tengo que estar atento, afinar el oído de mi alma, mantener una vigilante vida de oración, «para abrirle al instante en cuanto venga y llame.»

La vida cristiana es una constante preparación para poder recibir esas llamadas y gracias divinas; es una lucha por quitar los obstáculos que me impiden unirme a Ti, para reconocerte en medio de las circunstancias más normales de la jornada.

Jesús, si estoy vigilante, si tengo mis lámparas encendidas y el alma atenta, oiré tus silbidos: esas palabras cariñosas que me diriges personalmente llamándome por mi nombre.

Son esos momentos indescriptibles en los que te metes en la intimidad del alma, y el resto del mundo desaparece por un instante, porque el corazón y la cabeza están pendientes sólo de Ti.

Jesús, cuando me llamas hay que contestar: aquí estoy, cuenta conmigo para lo que haga falta.

No quiero desperdiciar esas gracias, dejándolas pasar como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro.

Un propósito concreto: llevar siempre una agenda o un cuaderno de notas a la oración, para apuntar aquellas inspiraciones que me comunicas en esos ratos de especial intimidad contigo.

Además, será bueno que concrete esas inspiraciones en un propósito pequeño, asequible.

De este modo, estaré siempre preparado para cuando vengas a llamarme al final de mi vida.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.