Lucas 7,36-50

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Uno de los fariseos le rogaba que comiera con él; y entrando en casa del fariseo se sentó a la mesa. Y he aquí que había en la ciudad una mujer pecadora que, al enterarse que estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro con perfume, se puso detrás a sus pies llorando y comenzó a bañarlos con sus lágrimas, los enjugaba con sus cabellos, los besaba y los ungía con el perfume.

Viendo esto el fariseo que lo había invitado, decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría con certeza quién y qué clase de mujer es la que le toca: que es una pecadora». Jesús tomó la palabra y dijo: «Simón, tengo que decirte una cosa». Y él contestó: «Maestro, di». «Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. No teniendo éstos con qué pagar, se lo perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más?». Simón contestó: «Estimo que aquel a quien perdonó más». Entonces Jesús le dijo: «Has juzgado con rectitud». Y vuelto hacia la mujer; dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; ella en cambio ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso; pera ella, desde que entré no ha dejado de besar mis pies. No has ungido mi cabeza con óleo; ella en cambio ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Aquel a quien menos se perdona menos ama». Entonces le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Y los convidados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado; vete en paz». (Lucas 7,36-50)

1º. Jesús, perdonas los pecados de esa mujer pecadora porque ha demostrado su amor y su dolor con hechos concretos.

Además, no tiene vergüenza para manifestar públicamente su conversión, como público era también su pecado.

Tú conocías su arrepentimiento antes de que viniera a la casa de Simón, pero esperas a que lo manifieste en tu presencia antes de perdonarla.

Jesús, algunos piensan que se pueden confesar «directamente» contigo, sin necesidad de manifestar su arrepentimiento en la confesión.

Pero Tú, que eres el que perdonas, tienes el derecho de establecer el procedimiento para perdonar.

Y para ello has instituido el Sacramento de la Penitencia.

Además, como cristianos, al pecar ofendemos también a la Iglesia, y es justo que sea uno de sus ministros el que, en tu nombre, tenga la capacidad de borrar ambas culpas.

«Al hacer partícipes a los Apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que atares en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (C. I. C.-1444).

2º. «No te preocupen esas contradicciones, esas habladurías: ciertamente trabajamos en una labor divina, pero somos hombres... Y resulta lógico que, al andar; levantemos el polvo del camino.

Eso que te molesta, que te hiere..., aprovéchalo para tu purificación y, si es preciso, para rectificar» (Surco.-908).

Jesús, Simón no es sincero contigo: está juzgando torcidamente en su interior, mientras por fuera te ofrece amablemente un banquete.

Es la actitud propia del soberbio que se cree por encima, en posesión de la verdad.

«No juzguéis y no seréis juzgados» (Lucas 6,37), me recuerdas.

Si veo alguna falta, en vez de murmurar, lo que debo hacer es comentársela a esa persona con intención de ayudar, como Tú hiciste con Simón: le comentaste todas sus faltas de delicadeza sin amargura, sin enfado, con amabilidad.

Jesús, no me puede extrañar que, si me decido a vivir en serio mi vida cristiana, alguna gente a mi alrededor pensará -y hablará- mal de mí.

Sencillamente, no todos entienden el camino de santidad en medio del mundo: una lucha personal, interior, sin hacer cosas raras.

Que no me preocupe si no entienden.

Esas contradicciones me sirven para mi purificación y, si es preciso, para rectificar.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.