Lucas 6, 43-49

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Porque no hay árbol bueno que dé mal fruto, ni tampoco árbol malo que dé buen fruto. Pues cada árbol se conoce por su fruto; no se recogen higos de los espinos, ni se cosechan uvas del zarzal. El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo de su mal saca cosas malas: porque de la abundancia del corazón habla su boca.

¿Por qué me llamáis Señor; Señor; y no hacéis lo que os digo? Todo el que viene a mí y escucha mis palabras y las pone en práctica, os diré a quien es semejante. Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó muy hondo, y puso los cimientos sobre la roca. Al venir una inundación, el río irrumpió contra aquella casa, y no pudo derribarla porque estaba bien edificada. El que escucha y no pone en práctica es semejante a un hombre que edificó su casa sobre la tierra sin cimientos; irrumpió contra ella el río y se cayó enseguida, y fue grande la ruina de aquella casa.» (Lucas 6, 43-49) 

1º. Jesús, me pones dos comparaciones -la del árbol y la de la casa cimentada sobre roca- unidas por una queja: «¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?»

No es suficiente, por tanto, con escuchar tu doctrina, ni con llamarme cristiano, ni con reconocerte como Salvador y Señor...

Tú me vas a juzgar por mis obras.

Jesús, me quieres recordar que mi vida interior se ha de reflejar en obras buenas.

Mis obras son esos frutos buenos de los que otros se pueden alimentar; son el cimiento seguro ante la dificultad.

Esas obras buenas, hechas con regularidad, dan lugar a las virtudes: trabajo, servicio, sinceridad, sobriedad, puntualidad, obediencia, etc. ...

«Todo el que viene a mí y escucha mis palabras y las pone en práctica..».

Jesús, ayúdame a poner en práctica, en mi vida, el mensaje del Evangelio.

Y tu mensaje se resume en dos mandamientos: amarte a Ti sobre todas las cosas y amar al prójimo como a mi mismo.

¿Cuánto tiempo dedico cada día a Dios y a los demás? ¿Cómo me esfuerzo para hacerlo todo en presencia de Dios y con intención de servicio?

2º. «Cuando un alma se esfuerza por cultivar las virtudes humanas, su corazón está ya muy cerca de Cristo. Y el cristiano percibe que las virtudes teologales -la fe, la esperanza, la caridad-, y todas las otras que trae consigo la gracia de Dios, le impulsan a no descuidar nunca esas cualidades buenas que comparte con tantos hombres.

Las virtudes humanas insisto son el fundamento de las sobrenaturales; y éstas proporcionan siempre un nuevo empuje para desenvolverse con hombría de bien. Pero, en cualquier caso, no basta el afán de poseer esas virtudes: es preciso aprender a practicarlas. «Discite benefacere», aprended a hacer el bien. Hay que ejercitarse habitualmente en los actos correspondientes -hechos de sinceridad, de veracidad, de ecuanimidad, de serenidad, de paciencia-, porque obras son amores, y no cabe amar a Dios sólo de palabra, sino «con obras y de verdad»» (Amigos de Dios.- 91).

Jesús, de la misma manera que la casa sin cimiento se derrumba ante las primeras inclemencias del tiempo, también la vida del cristiano que no tiene un fundamento firme se desmorona ante las dificultades.

Las virtudes humanas -insisto- son el fundamento de las sobrenaturales.

Para tener una vida sobrenatural fuerte, segura, me tengo que ejercitar habitualmente en las virtudes humanas.

De este modo se explica que la Iglesia exija a sus santos el ejercicio heroico no sólo de las virtudes teologales, sino también de las morales o humanas; y que las personas verdaderamente unidas a Dios por el ejercicio de las virtudes teologales se perfeccionan también desde el punto de vista humano, se afinan en su trato; son leales, afables, corteses, generosas, sinceras, precisamente porque tienen colocados en Dios todos los afectos de su alma» (Álvaro del Portillo).

María, tú supiste amar con obras y de verdad.

Tú eres el mejor árbol, puesto que has dado el mejor fruto: «bendito es el fruto de tu vientre».

Sin hacer cosas raras o extraordinarias, viviste muy unida a Jesús, haciéndolo todo por El.

Eres maestra de todas las virtudes, especialmente de la humildad.

Ayúdame a ser humilde, pues sin humildad, no puedo adquirir ninguna virtud.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.