Lucas 4, 38-44

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Saliendo Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía una fiebre alta, y le rogaron por ella. E inclinándose hacia ella, conminó a la fiebre, y la fiebre desapareció. Y al instante, se levantó y se puso a servirles.

Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con diversas dolencias, los traían a él. Y él, poniendo las manos sobre cada uno, los curaba. De muchos salían demonios gritando y diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Y él, increpándoles, no les dejaba hablar; porque sabían que él era el Cristo.

Cuando se hizo de día, salió hacia un lugar solitario, y la multitud le buscaba, llegaron hasta él, y lo detenían para que no se apartara de ellos. Pero él les dijo: Es necesario que yo anuncie también a otras ciudades el Evangelio del Reino de Dios, porque para esto he sido enviado. E iba predicando por las sinagogas de Judea.» (Lucas 4, 38-44) 

1º. Jesús, cuando curas a la gente de sus enfermedades no sólo buscas su mejora física -si eso fuera lo único importante, quitarías el dolor y sufrimiento de todo el mundo, cosa que no haces- sino que además buscas su mejora espiritual: que crean más que Tú eres el Mesías, «el Hijo de Dios.»

Sin embargo, haces callar a los demonios «porque sabían que eras el Cristo.»

Esta es una de las grandes dificultades de tu misión: has de revelar al mundo que eres Dios, pero poco a poco, de modo que no te ajusticien inmediatamente por blasfemo, sino que la gente vaya entendiendo con el tiempo.

A pesar de estas precauciones, en varias ocasiones te intentan apedrear porque te haces igual a Dios (cf. Juan 10,31).

Llegado el momento oportuno, lo declaras abiertamente ante los dirigentes judíos, que por ello te condenarán a muerte.

Jesús, yo también he de aprender a hacer apostolado con esta prudencia: revelando a mis amigos la doctrina y exigencias de la fe poco a poco, como llevándolos por un plano inclinado, a medida que puedan entender.

Además, más que a base de predicaciones o argumentos, el apostolado requiere amistad y ejemplo, es decir: tiempo.

2º. «Deseo que tu comportamiento sea como el de Pedro y el de Juan: que lleves a tu oración, para hablar con Jesús, las necesidades de tus amigos, de tus colegas..., y que luego, con tu ejemplo, puedas decirles: «respice in nos!» -miradme! (Forja.-36).

Jesús, en el Evangelio de hoy curas a muchos porque sus parientes o amigos «los traían a Ti».

Eso es lo que me pides a mí también en el apostolado: que te traiga a muchos para que los cures imponiendo las manos sobre cada uno.

Podrías haber curado a la vez a todos los enfermos de la ciudad con un simple pensamiento.

Pero no: curas uno a uno -sólo a los que habían sido traídos a tu casa-, imponiéndoles tus manos.

«¡A cuántos hombres es preciso llevar todavía a la fe! Cuántos hombres es preciso reconquistar para la fe que han perdido, siendo a veces esto más difícil que la primera conversión a la fe. Sin embargo la Iglesia consciente de aquel gran don, del don de la Encarnación de Dios, no puede nunca detenerse, no puede pararse jamás» (Juan Pablo II).

Jesús, quieres que lleve a mis parientes y amigos a tu casa, que es la Iglesia, para que les impongas las manos en los sacramentos, en especial el de la Confesión.

Para acercarlos a Ti, he de comportarme como Pedro y Juan: rezar por ellos, y darles ejemplo de vida cristiana.

Jesús, hoy curas a la suegra de Simón porque te rogaron por ella.

¿Qué no harás por mis parientes y amigos si te pido por ellos?

Pero quieres que, a la vez que rezo, les dé buen ejemplo, ejemplo de santidad- de modo que como los apóstoles pueda decirles -con la humildad del que sabe sólo instrumento-: ¡miradme!  

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.