Lucas 9, 55-62

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Y cuando estaba para cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje; y no le acogieron, porque daba la impresión de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma? Y volviéndose, les reprendió. Y se fueron a otra aldea.» (Lucas 9, 55-62)

1º. Jesús, vas a parar en Samaria para descansar del viaje.

Samaria era la región situada entre Galilea, al norte -donde estaba Nazaret y Cafarnaún-, y Judea, al sur -donde estaba Jerusalén y Belén.

Es la gran oportunidad de aquel pueblo samaritano para conocerte.

Pero, su odio por los judíos es tal que, sólo «porque daba la impresión» de que ibas a Jerusalén, no te quieren hospedar.

Jesús, ¡qué pena que haya aún tanta gente que te rechaza por diferencias de nación, lengua o cultura!

¡Qué pena, también, que haya tantas guerras, tanto odio entre distintos pueblos o razas!

¿Qué puedo hacer yo ante estas situaciones?

Primero rezar.

Te pido, Jesús, por la paz del mundo; te lo pido por intercesión de Maria, mi madre, que es Reina de la Paz.

Sé que me escuchas, sé que esta oración no es en balde, sino que contribuye a que los hombres -especialmente aquéllos que tienen una responsabilidad más directa- busquen la paz y el entendimiento.

En segundo lugar, como condición necesaria para que mi petición sirva de algo, he de saber comprender y perdonar a los que tengo a mi lado.

Por eso reprendes a Santiago y Juan cuando te piden acabar con aquel pueblo que no quiso recibirte.

La venganza no es cristiana; el odio es el camino opuesto al que me has enseñado con tu vida y con tu muerte.

Ayúdame a dominar mi carácter, y a saber perdonar y comprender siempre.

Además, es más efectivo decir las cosas bien que enfadado.

2º. «Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganara fuerza tu raciocinio, y sobre todo, no ofenderás a Dios». (Camino.-9).

Jesús, a veces pierdo la paciencia cuando en casa o en el trabajo alguien no responde como esperaba, o hace algo mal después de haberle explicado muchas veces cómo debía hacerlo.

Y parece que no cabe otra alternativa que levantar la voz y dar un grito, o un puñetazo en la mesa.

Casi inconscientemente, desearía -como Santiago y Juan- que bajase fuego del cielo sobre aquellas personas, y olvidarme de ellas para siempre.

Incluso algunos creen que esas reacciones impetuosas son una muestra de carácter.

Pero hoy, Jesús, me enseñas que lo que son realmente, es una muestra de falta de carácter: de falta de fortaleza para contener el propio genio.

Tú me demuestras el verdadero carácter cuando -a pesar del peligro de muerte que te acechaba decidiste «firmemente marchar hacia Jerusalén.»

No tienes miedo de hacer lo que debes hacer: y eso es precisamente tener carácter.

El carácter no está en gritar, en enfadarse, o en despreciar al que no sabe hacer las cosas tan bien como yo.

El carácter está, más bien, en no excusarse ante lo que cuesta; en no echar las culpas de mis fallos a los demás, o a las circunstancias; en saber comprender una y otra vez, sin perder la calma, pero a la vez corrigiendo si es necesario: eso mismo que has dicho, dilo en otro tono.

«Si la regla de conducta del maestro debe ser siempre perseguir el vicio para corregirle, es muy conveniente que conozcamos que debemos ser firmes con los vicios, pero compasivos con el hombre». (San Gregorio Magno).

Si hay que corregir, se corrige.

Pero con el tono propio del que intenta enseñar, no despreciar.

Ayúdame, Jesús, a tener el carácter recio que Tú tuviste, y a la vez a tener esa mansedumbre, esa comprensión con los fallos de los demás.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.