Mateo 8, 18-22

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Viendo Jesús a la multitud que estaba a su alrededor ordenó pasar a la otra orilla. Y acercándose a él cierto escriba, le dijo: Maestro, te seguiré dondequiera que vayas. Jesús le contestó: Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Otro de sus discípulos le dijo: Señor permíteme ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos.» (Mateo 8, 18-22) 

1º. Jesús, algunos de los que te escuchan se muestran dispuestos a seguirte «dondequiera que vayas.»

Han visto tus milagros, han oído tus palabras, y se han quedado removidos.

Están dispuestos a todo.

Pero esa primera emoción es un tanto inconsciente; es necesario saber algo más de lo que significa la entrega que Tú pides.

Por eso les avisas: «el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza;» seguirme a mí no es sólo caminar a mi lado, es entregarlo todo: el tiempo incluso el que tengo para descansar, el dinero, los planes personales.

Ante una llamada de entrega más plena ya sea en el celibato o en el matrimonio no vale poner excusas.

Tú sabes muy bien a quién llamas.

Conoces mis defectos, mis debilidades, y mis dificultades familiares, de enfermedad o de trabajo.

Y no sólo lo conoces, sino que cuentas con ello.

«Permíteme ir primero a enterrar a mi padre.»

Jesús, que no me excuse para retrasar mi respuesta a tus continuas peticiones de mayor entrega y generosidad.

Que no me excuse diciendo: cuando acabe los exámenes, cuando acaben las vacaciones; cuando me case, cuando me quede viudo; cuando encuentre trabajo, cuando me jubile.

Jesús, ¡hoy y ahora!

Hoy y ahora te digo que sí a eso que me pides, sin retrasarlo más, sin esperar circunstancias ideales que ni siquiera sé si llegarán algún día.

2º. «No pongas el corazón en nada caduco: imita a Cristo, que se hizo pobre por nosotros, y no tenía dónde reclinar su cabeza.

Pídele que te con ceda, en medio del mundo, un efectivo desasimiento, sin atenuantes» (Forja.-523).

«Este es el sacrificio que has de ofrecer: No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios». (San Agustín).

Jesús, ésta es la entrega que Tú me pides: la entrega del corazón, para poder amarte sobre todas las cosas.

Para ello es indispensable no poner el corazón en nada caduco.

Porque el corazón es único, y no puede querer sobre todas las cosas, a la vez, cosas contrapuestas.

Por eso dices: «no podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mateo 6,24).

Pero entonces, ¿no puedo tener ilusiones profesionales, familiares, sociales o políticas?

¿No puedo tener aficiones deportivas, culturales o recreativas?

¿No pueden gustarme los coches, las motos, los caballos, los ordenadores, la música, etc.?

Sí, claro que sí.

No se trata de que no me guste nada, sino de que nada me aparte de Ti, Jesús.

Precisamente a través de esas ilusiones, aficiones y gustos tengo que aprender a amarte sobre todas las cosas.

Pero si algo me aparta de Ti, aunque sea mínimamente, no lo quiero.

Jesús, ¿cómo puedo amarte sobre todas las cosas sin apartarme del mundo?

Primero, utilizando todo para la gloria de Dios y con afán de servicio a los demás.

Y segundo, estando desprendido de todo, de modo que pueda renunciar a cualquier bien terreno cuando así lo requiera el servicio a Ti o a los demás.

Eso es lo que se llama el desasimiento: no estar atado por las cosas de esta tierra, sino tener el corazón libre, para poderlo entregar día a día a Dios.

Jesús, Tú no has necesitado apartarte del mundo para poder amar y obedecer a tu Padre con todo tu corazón.

Has vivido como uno más: trabajando con los instrumentos necesarios, asistiendo a las fiestas de tus amigos, vistiendo con decencia.

Sin embargo, te has hecho pobre por nosotros, sin lugar «donde reclinar tu cabeza:» es decir; has sabido poner siempre en primer lugar «el Reino de Dios y su justicia» (Mateo 6,33), el cumplimiento de la voluntad de Dios.

Concédeme, Jesús, en medio del mundo, un efectivo desasimiento, para que también yo pueda responder que sí a tus llamadas, sin excusarme, sin atenuantes.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.