Marcos 12, 28-34

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les había respondido, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús respondió: El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. Y le dijo el escriba: ¡Bien, Maestro!, con verdad has dicho que Dios es uno sólo y no hay otro fuera de El; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas.» (Marcos 12, 28-34)

1º. Jesús, la palabra «mandamiento» suena a orden, a obligación, a falta de libertad.

Es por eso que muchos a mi alrededor no siguen tus mandamientos.

Prefieren hacer lo que cada uno sienta: ser espontáneo, natural.

Es de hipócritas hacer las cosas sin sentirlas, dicen.

Incluso yo, a veces, también me engaño con estos argumentos y me rebelo.

Sin embargo, los mandamientos son lo más natural, porque pertenecen a la naturaleza humana.

Soy más libre y más persona cuando sigo los mandamientos que cuando actúo contra ellos.

Jesús, ayúdame a ver siempre los mandamientos como lo que son: ayudas, indicadores del camino que conduce al «Reino de Dios» a la alegría aquí en la tierra y, después, a la alegría eterna en el Cielo.

¿Quién se rebela contra las vallas de una autopista?

Ciertamente «restringen» mi libertad de ir por donde me dé la gana, pero sería absurdo no respetarlas y avanzar campo a través.

No solamente me costaría mucho más llegar al destino final, sino que podría perderme por el camino.

¡Gracias, Jesús, por darnos los mandamientos, por indicarnos tan claramente los límites del camino que conduce a la vida!

Que los respete con finura, con delicadeza, sin ir jugando en la cuerda floja.

Ninguna persona normal va por una autopista rozando las vallas con el coche.

He de intentar no cometer ni siquiera pecados veniales, poniendo la lucha lejos: en pequeños vencimientos; en pequeñas mortificaciones; en actos de servicio; en el esfuerzo por mejorar la puntualidad, el orden y la presencia de Dios.

2º. Considera lo más hermoso y grande de la tierra..., lo que place al entendimiento y a las otras potencias..., y lo que es recreo de la carne y de los sentidos...

Y el mundo, y los otros mundos, que brillan en la noche: el Universo entero. -Y eso, junto con todas las locuras del corazón satisfechas..., nada vale, es nada y menos que nada, al lado de ¡este Dios mío! ¡tuyo!-, tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado, hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa... y en la locura de Amor de la Sagrada Eucaristía» (Camino.-432).

Jesús, amar a Dios y al prójimo es el resumen y también el objetivo de toda la ley de Dios. «No hay otro mandamiento mayor que éstos».

Estamos hechos a imagen de Dios, que es Amor, y nada nos puede llenar tanto, ya en la tierra, como el amor verdadero, que es entrega, donación.

Lo demás, en comparación, nada vale, es nada y menos que nada.

«Dios es demasiado grande, merece demasiado El de nosotros, para que podamos echarle, como a un pobre Lázaro, apenas unas pocas migajas de nuestro tiempo y de nuestro corazón. El es un bien infinito y será nuestra felicidad eterna; el dinero, los placeres, las fortunas de este mundo, en comparación, son apenas fragmentos de bien y momentos fugaces de felicidad. No sería sabio dar tanto de nosotros a estas cosas y poco de nosotros a Jesús» (Juan Pablo I).

Jesús, que aprenda a amarte «con todo mi corazón y con toda mi alma y con toda mi mente y con todas mis fuerzas», y a amar al prójimo «como a mí mismo».

Para ello, ayúdame a cumplir los mandamientos con finura, evitando hasta la falta más pequeña

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.