Marcos 10, 32-45

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Iban de camino subiendo a Jerusalén. Jesús los precedía y estaban admirados; ellos le seguían con temor. Tomando aparte de nuevo a los doce, comenzó a decirles lo que le iba a suceder: Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.

Entonces se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir Él les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Y ellos le contestaron: Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria. Y Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo bebo, o recibir el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le respondieron: Podemos. Jesús les dijo: Beberéis el cáliz que yo bebo y recibiréis el bautismo con que yo soy bautizado; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía concederlo, sino que es para quienes está dispuesto.

Al oír esto los diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. Entonces Jesús, llamándoles, les dijo: Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los oprimen, y los poderosos los avasallan. No ha de ser así entre vosotros; por el contrario, quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, sea esclavo de todos: porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención por muchos.» (Marcos 10, 32-45)

1º. Jesús, te diriges a Jerusalén sabiendo perfectamente lo que te espera: «se burlarán de él; le escupirán, lo azotarán y lo matarán».

Tus discípulos se dan cuenta del peligro hasta el punto de que, ante tu determinación, estaban admirados y te seguían con temor.

Jesús, te has estado preparando para tu Pasión durante toda tu vida.

Pero ahora, el momento está cerca.

Calladamente -tal vez sólo la Virgen se da cuenta- estás sufriendo ya todos esos dolores que te esperan, esa agonía que tendrá su punto álgido en el huerto de los olivos, pero que se ha ido fraguando poco a poco a medida que se acerca tu hora.

De alguna manera estás ya clavado en la Cruz, sufriendo voluntariamente por mí.

Y yo no me entero: como Santiago y Juan, me acerco a Ti buscando mis intereses personales.

«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo bebo...?»

¿No os dais cuenta de que voy camino de una Cruz sin gloria humana?

¿No veis que de lo que se trata es de entregarse?

«¿Podéis? Podemos.»

Jesús, con tu gracia, ¡puedo!

2º. «En cualquier lugar donde te halles, acuérdate de que el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y convéncete de que quien quiera seguirle no ha de pretender otra línea de conducta». (Forja.-613).

Jesús, si quiero imitarte, éste ha de ser mi objetivo: servir.

Precisamente a esto vas a Jerusalén: a entregarte en redención por muchos.

Y mientras, yo, ¿en qué pienso?

¿Dónde tengo mi cabeza, mis planes, mis ilusiones?

¿A qué cosas dedico mi tiempo?

«Quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor.»

No es suficiente con tener buenos deseos o dar un poco de dinero.

«La caridad no se practica sólo con el dinero. Podéis visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso» (Santo Cura de Ars).

Jesús, me pides que dedique tiempo a los demás: a mi familia, y a mis amigos y compañeros, a quien más lo necesite.

Ayúdame a saber servir sin que se note.

Así seré grande a tus ojos, que es lo que importa.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.