Marcos 10, 46-52

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Llegan a Jericó. Y al salir él de Jericó con sus discípulos y Una gran multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a gritar y a decir: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi. Y muchos le reprendían para que se callase. Pero él gritaba mucho más: Hijo de David, ten compasión de mí. Se detuvo Jesús y dijo: Llamadle. Llaman al ciego diciéndole: ¡Animo!, levántate, te llama. El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús, preguntándole, dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le respondió: Rabboni, que vea. Entonces Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía por el camino.» (Marcos 10, 46-52) 

1º. Jesús, en mi camino de cristiano hay momentos de grandes avances pero también los hay -o los puede haber- de cansancios y oscuridades.

Me encuentro entonces como el ciego de hoy, «sentado junto al camino»: sin fuerzas, sin orientación, sin ideal.

«Oyendo aquel gran rumor de la gente, el ciego preguntó: ¿qué pasa? Le contestaron: Jesús de Nazaret. Y entonces se le encendió tanto el alma en la fe de Cristo, que gritó: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí».

¿No te entran ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino, de ese camino de la vida, que es tan corta; a ti, que te faltan luces; a ti, que necesitas más gracias para decidirte a buscar la santidad? ¿No sientes la urgencia de clamar: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí»? ¡Qué hermosa jaculatoria para que la repitas con frecuencia! (...).

«Había allí muchos que reñían a Bartimeo con el intento de que callara». Como a ti, cuando has sospechado que Jesús pasaba a tu vera. (...) Comenzaste también a clamar, removido por una íntima inquietud. Y amigos, costumbres, comodidad, ambiente, todos te aconsejaron: ¡cállate, no des voces! ¿Por qué has de llamar a Jesús? ¡No le molestes!

Pero el pobre Bartimeo no les escucha y, aún continuaba con más fuerza: «Hijo de David, ten compasión de mí». El Señor que le oyó desde el principio, le dejó perseverar en su oración. Lo mismo que a ti. Jesús percibe la primera invocación de nuestra alma, pero espera. Quiere que nos convenzamos de que le necesitamos; quiere que le roguemos, que seamos tozudos, como aquel ciego que estaba junto al camino. 

2º. «Parándose entonces Jesús, le mandó llamar». (...) ¡Es la vocación cristiana! Pero no es una sola la llamada de Dios. Considerad además que el Señor nos busca en cada instante: levántate -nos indica-, sal de tu poltronería, de tu comodidad, de tus pequeños egoísmos, de tus problemitas sin importancia. Despégate de la tierra, que estás ahí plano, chato, informe. Adquiere altura, peso y volumen y visión sobrenatural.

«Aquel hombre, arrojando su capa, al instante se puso en pie y vino a él». ¡Tirando su capa! No sé si tu habrás estado en la guerra. Hace ya muchos años, yo pude pisar alguna vez el campo de batalla, después de algunas horas de haber acabado la pelea; y allí había, abandonados por el suelo, mantas, cantimploras y macutos llenos de recuerdos de familia: cartas, fotografías de personas amadas... ¡Y no eran de los derrotados; eran de los victoriosos! Aquello, todo aquello les sobraba, para correr más aprisa y saltar el parapeto enemigo. Como Bartimeo, para correr detrás de Cristo.

No olvides que, para llegar hasta Cristo, se precisa el sacrificio; tirar todo lo que estorbe: manta, macuto, cantimplora. Tú has de proceder igualmente en esta contienda para la gloria de Dios, en esta lucha de amor y de paz, con la que tratamos de extender el reinado de Cristo. Por servir a la Iglesia, al Romano Pontífice y a las almas, debes estar dispuesto a renunciar a todo lo que sobre, a quedarte sin esa manta, que es abrigo en las noches crudas; sin esos recuerdos de familia; sin el refrigerio del agua. Lección de fe, lección de amor. Porque hay que amar a Cristo así» (Amigos de Dios.-195-196).

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.