Marcos 11, 12-14, 20-26

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. Al ver de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó por si encontraba algo en ella, y cuando llegó no encontró más que hojas, pues no era tiempo de higos. E increpándola, dijo: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y sus discípulos lo estaban escuchando.

Por la mañana, al pasar vieron que la higuera se había secado de raíz. Y acordándose Pedro, le dijo. “Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.” Jesús les contestó: “Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte: Arráncate y échate al mar sin dudar en su corazón, sino creyendo que se hará lo que dice, le será concedido. Por tanto os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo recibisteis y se os concederá. Y cuando os pongáis de pie para orar perdonad si tenéis algo contra alguno, a fin de que también vuestro Padre que está en los Cielos os perdone vuestros pecados. (Marcos 11, 12-14, 20-26)

1. Jesús, eres hombre como yo; por eso sientes hambre y sed; te cansas, sufres, te alegras y te entristeces.

Jesús, que te vea siempre así: humano.

Eres Dios, pero eres hombre.

Y porque eres hombre, te puedo amar como se ama a un amigo, a un hermano.

Quiero que estés contento cuando pienses en mí; quiero darte alegrías; quiero aprender de Ti.

Y cuando esté cansado, o sufra por algún motivo, al verte cansado por el trabajo o clavado en la Cruz, me será más fácil ofrecerte esas contrariedades.

Hoy haces un milagro extraño: maldices a una higuera porque no tenía fruto.

Sin embargo, sabías perfectamente que «no era tiempo de higos».

Este episodio ocurre en la misma semana de la Pasión.

Tal vez quieres indicar, de manera gráfica, que el pueblo de Israel se había quedado con la hojarasca estéril -las prácticas externas de piedad- y no había dado el fruto que Dios esperaba.

Jesús, también hoy sientes hambre: hambre y sed de almas.

Quieres salvar a todos, vivir en cada uno, para que seamos felices, para que tengamos paz.

Pero para que la gente te conozca, me necesitas a mí.

Quieres que sea yo, que sea cada cristiano, el que te presente a los que no te conocen.

Este es el fruto que esperas de mí: que con el ejemplo de mi vida cristiana, de mi trabajo bien hecho y de mi alegría, muestre a los que me rodean tu camino, el camino del Evangelio.

2º. «Hemos de trabajar mucho en la tierra; y hemos de trabajar bien, porque esa tarea ordinaria es lo que debemos santificar Pero no olvidemos nunca de realizarla por Dios. Si la hiciéramos por nosotros mismos, por orgullo, produciríamos sólo hojarasca: ni Dios ni los hombres lograrían, en árbol tan frondoso, un poco de dulzura» ((Amigos de Dios.-202).

Jesús, me pides que trabaje mucho, con seriedad, y que te ofrezca ese trabajo.

De este modo, mi vida dará frutos de santidad y de apostolado.

Si triunfo sólo a lo humano pero olvidándome de Ti, haciendo del trabajo un fin -en lugar de ser medio de santificación, de servicio y de sustento-, soy como la higuera de hoy: mucha hoja y poco fruto.

Pero, ¿cómo puedo santificar el trabajo?

«Tened fe en Dios».

Para santificar el trabajo, tengo que mirarlo con fe: descubrir que Tú estás también allí mientras estudio o trabajo, y que me pides que lo haga bien por amor a Ti.

Así, el trabajo se convierte en oración, pues «la oración no consiste sólo en las palabras con que invocamos la clemencia divina, sino también en todo lo que hacemos en obsequio de nuestro Creador movidos por la fe» (San Beda).

El trabajo santificado y convertido en oración produce mucho fruto.

Que no me olvide, Jesús, de ofrecer cada día mi trabajo, con la seguridad de que tus palabras se cumplirán una vez más: «todo cuanto pidáis en la oración se os concederá.»

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.