Juan 17, 20-26

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«No ruego sólo por éstos, sino por los que han de creer en mí por su palabra: que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí. Padre, quiero que donde yo estoy también estén conmigo los que Tú me has confiado, para que vean mi gloria, la que me has dado porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te conoció; pero yo te conocí, y éstos han conocido que Tú me enviaste. Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos y yo en ellos.» (Juan 17, 20-26) 

1º. Jesús, no estás pidiendo sólo por aquellos once apóstoles, sino por tus discípulos de todos los tiempos, «los que han de creer en mí por su palabra.»

Los que creerán en Ti, creerán gracias a la palabra de otros discípulos.

Estás pidiendo por mí, para que sepa serte fiel: para que, por mi palabra, puedan creer otros muchos.

Jesús, tu oración al Padre se reduce a una petición concreta: «que todos sean uno.»

Pides por la unidad de tu Iglesia: que tu pueblo forme «un solo rebaño con un solo pastor», (Juan 10,16), de modo que «el mundo crea que Tú me has enviado.»

Es tan importante esta unidad que, sin ella, el mundo no puede creer en Ti.

Porque ¿cómo va a creer si los mismos cristianos no se ponen de acuerdo?

Y ¿cómo se van a poner de acuerdo si no siguen a los pastores que Tú mismo has dejado para guiar tu rebaño?

«Aquella unidad ?que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia... creemos que subsiste indefectiblemente en la Iglesia católica y esperamos que crezca hasta la consumación de los tiempos? (UR 4). Cristo da permanentemente a su Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre para mantener reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para ella. Por eso Cristo mismo rogó en la hora de su Pasión, y no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus discípulos: ?Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en Ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado?. El deseo de volver a encontrar la unidad de todos los cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu Santo» (C. I. C.-820). 

2º. «Piensa en tu Madre la iglesia Santa, y considera que, si un miembro se resiente, todo el cuerpo se resiente.

-Tu cuerpo necesita de cada uno de los miembros, pero cada uno de los miembros necesita del cuerpo entero. -¡Ay, si mi mano dejara de cumplir su deber.., o si dejara de latir el corazón!» Forja.- 471).

Todos los cristianos formamos un sólo cuerpo, y cada uno -con la función peculiar que ha recibido de Ti- contribuye a mantenerlo vivo y a que se desarrolle en el mundo.

Si yo no cumplo con mi deber, estoy haciendo daño no sólo a mí mismo, sino a toda la Iglesia.

Esta es una de las razones por las que es lógico recibir el perdón de los pecados a través de un ministro de la Iglesia, pues Ella sufre también con mis errores.

«Como Tú, Padre, en mí y yo en Tí, que así ellos estén en nosotros.»

Jesús, la unidad de la Iglesia tiene como modelo la unidad de la Trinidad: no es «uniformidad», sino donación, comprensión, amor.

Y ese amor es el Espíritu Santo, Tú mismo en cada alma en gracia.

Por eso la unidad entre los cristianos no es un formalismo, un acuerdo político.

Es unidad en Dios, por medio de Jesucristo: «Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad»

Esta unidad suele llamarse «comunión de los santos».

Por ella, los méritos de unos pueden comunicarse a los otros: podemos hacer méritos por los demás -incluso por las almas del purgatorio-, y podemos recibir gracias de otros, especialmente de los santos.

Pero también podemos causar daño, si descuidamos esa unión contigo, Jesús, que es la raíz de la unidad cristiana.

Ayúdame a ser un miembro vivo en ese cuerpo tuyo que es la Iglesia.

Así estaré fomentando la unidad por la que Tú pediste al Padre.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.