Juan 21, 20-25

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: Señor; ¿quién es el que te entregará? Viéndole Pedro dijo a Jesús: Señor; ¿y éste qué? Jesús le respondió: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?

Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir» (Juan 21, 20-25) 

1º. Jesús, se acaba el tiempo de Pascua, esos cincuenta días que van desde la Resurrección hasta Pentecostés -la venida del Espíritu Santo-, que es mañana.

Han sido unos días de alegría porque realmente has resucitado como habías prometido, pero a la vez son días de espera, de preparación para la venida de tu Espíritu.

Te has aparecido a los apóstoles y a muchos discípulos durante cuarenta días para fortalecer su fe y, hace ya unos días, has ascendido definitivamente al Cielo, a la derecha del Padre.

Durante este tiempo de Pascua, la Iglesia ha ido repasando el Evangelio de San Juan, el «discípulo que Jesús amaba»

Este Evangelio -que hoy se acaba- es el que se escribió más tarde, a finales del siglo I, cuando los otros tres ya eran conocidos en las comunidades cristianas.

Es menos exhaustivo en hechos históricos, ya relatados en los Evangelios anteriores, y tiene una intención clara: mostrar que Tú, Jesús, eres el Hijo de Dios, y que has venido para que también nosotros seamos hijos de Dios y herederos de la gloria del Cielo.

«Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús».

Los Evangelios no lo contienen todo.

La Escritura no es un reglamento estructurado, sino el relato de unos hechos históricos, recogidos por inspiración divina para enseñar la buena nueva a gentes muy diversas.

Jesús, tu vida es mucho más que el Evangelio.

Por eso, aunque un cristiano debe tratar la Escritura con veneración -porque es la Palabra de Dios-, sería un error pensar que todo está en la Escritura y que sólo lo que allí aparece es válido.

Además, los textos se pueden interpretar de muchas maneras, a veces contradictorias.

Por eso hay que recurrir a la Tradición -a cómo se ha entendido tu doctrina desde el principio-, y al Magisterio de la Iglesia, que tiene una especial ayuda del Espíritu Santo. 

2º. «Estoy persuadido de que Juan, el Apóstol joven, permanece al lado de Cristo en la Cruz, porque la Madre lo arrastra: ¡tanto puede el Amor de Nuestra Señora!» (Forja.-589).

Madre, Jesús conoce bien a quien encarga desde lo alto del madero de la Cruz para que te cuide: Juan es el discípulo amado; el muchacho valiente; el alma joven y enamorada que permanecerá fiel y lleno de Amor hasta el final de sus días, alrededor del año cien, siendo ya muy mayor.

Jesús no le había dicho que no moriría, pero le privó del martirio, tal vez por ser el único que te acompañó, Madre, «al lado de Cristo en la Cruz».

Posiblemente Juan se dirigió a ti, María, aquella noche cuando prendieron a tu hijo en el huerto de los olivos.

Pedro, creyéndose más valiente, fue solo a la casa de Caifás, y acabó negando tres veces á Jesús.

Madre mía, que no me haga el «valiente».

Que te sepa pedir ayuda en los momentos difíciles, y en los fáciles. «Madre mía amantísima, en todos los instantes de mi vida acordaos de mí, miserable pecador».

Madre, mañana es Pentecostés.

Así como tú estás presente en la venida de Cristo al mundo, también te encuentras en la venida del Espíritu Santo: «ella está presente con los Doce, que «perseveraban en la oración, con un mismo espíritu» en el amanecer de los «últimos tiempos» que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia» (C. I. C.-726).

De esta manera te conviertes en Madre del «Cristo total», que es la Iglesia.

Madre, ayúdame a prepararme para la fiesta de mañana, limpiando mi alma para recibir como se merece al Espíritu Santo.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.