Lucas 21, 34-36

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Vigilad sobre vosotros mismos para que vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida, y no sobrevenga aquel día de improviso sobre vosotros, pues caerá como un lazo sobre todos aquellos que habitan en la faz de toda la tierra. Vigilad orando en todo tiempo a fin de que podáis evitar todos estos males que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre». (Lucas 21, 34-36) 

1º. Jesús, de muchos modos nos has dicho que no basta con hacer un acto de fe en un momento dado y confiar que ya estamos salvados.

«Vigilad sobre vosotros mismos», porque, aun siendo mis discípulos, a pesar de haber creído en mí y haberme seguido por algún tiempo, vuestros corazones se pueden ofuscar por «los afanes de esta vida.»

Nadie sabe el día ni la hora en el que Dios le va a pedir cuentas, pues la muerte puede venir en cualquier momento.

Por eso, he de estar siempre preparado, siempre en gracia.

Jesús, me recuerdas que para estar siempre preparado, para mantenerme espiritualmente «en forma», he de vigilar «orando en todo tiempo».

La oración es la manera práctica de ejercitar la fe, de modo que no languidezca con el tiempo, sino que se fortalezca y se traduzca cada día en obras de santidad.

La oración misma es un acto de fe, porque al dirigirme a Ti en el silencio de mi corazón te estoy mostrando que creo que estás a mi lado, que me ves, que me oyes: que me escuchas con atención, como una madre buena escu­cha a su hijo pequeño.

Jesús, hoy se acaba el ciclo litúrgico. Mañana empieza un año nuevo en la Iglesia, con el primer domingo de adviento.

He inten­tado acompañarte de cerca durante este año considerando cada día tus palabras e intentando hacerlas vida en mi vida ordinaria.

He aprendido muchas cosas de Ti.

Gracias por haberte hecho hombre, por haberte hecho asequible a mi pobre inteligencia. Perdóname por tantas veces en las que no he estado a la altura de tus enseñanzas, y ayúdame a empezar el nuevo año con mayores deseos de san­tidad.

 

2º. «Santa María es -así la invoca la Iglesia- la Reina de la paz. Por eso, cuando se alborota tu alma, el ambiente familiar o el profesional, la convivencia en la sociedad o entre los pueblos, no ceses de aclamarla con ese título: «Regina pacis, ora pro no-bis!» -Reina de la paz, ¡ruega por nosotros! ¿Has probado, al menos, cuando pierdes la tranquilidad?... -Te sorprenderás de su inmediata eficacia» (Surco.-874).

Jesús, durante este año litúrgico he aprendido a quererte un poco más; he intentado hacer tu voluntad en cada momento y en cada actividad.

También he aprendido que la Virgen María es la persona que ha sabido vivir más unida a Ti, la llena de gracia, y por eso es mi mejor modelo para vivir cristianamente en mis circunstancias ordinarias.

Además, ella es mi Madre; y está pendiente de todo lo que necesito.

«La oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la con­cepción de Cristo; en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho «llena de gracias» responde con la ofrenda de todo su ser: «He aquí la esclava del Señor hága­se en mí según tu palabra». Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de El, ya que El es todo nuestro» (C. I. C.- 2617).

Madre, que nunca pierda la paz y la alegría propias del que se sabe hijo de Dios y de tan buena madre.

Tu Hijo Jesús me ha dicho que rece en todo tiempo para evitar todo tipo de males, especialmente la ofuscación del corazón.

Cuando se alborote mi alma, ayúdame, madre: dame la paz y la alegría que llenó tu vida aun en medio de los sufrimientos, más grandes.

Si rezo «en todo tiempo», me sorprenderé de la eficacia de la oración. Porque la oración, especialmente la oración de la Virgen, es omnipotente.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.