Juan 15, 9-17

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

 

«Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo.

«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros.» (Juan 15, 9-17) 

1º. Jesús, me amas con amor infinito: «Como el Padre me amó, asíos he amado yo.»

Me amas, Jesús, con amor de Dios, con amor divino.

¿Qué he hecho yo para merecer tanto amor?

¿Cómo no voy a estar seguro, sereno, lleno de paz y de alegría, cuando Tú me proteges y me mimas con mil cuidados, cuando eres capaz de dar tu vida por mí?

Esta combinación de confianza en tus conocimientos de Creador, y confianza en tus buenas intenciones de Padre, deberían dejarme bien claro que la mejor opción para mi decisión libre, la opción más inteligente, es la obediencia a tus mandatos, el seguimiento de tu voluntad.

«Permaneced en mi amor.»

Por eso, Jesús, sólo me pides que no te abandone, que no traicione a ese amor tan grande que me tienes, que te devuelva amor por Amor: que te quiera sobre todas las cosas.

Y ¿cómo?

Guardando tus mandamientos.

«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor.»

Jesús, ayúdame a guardar tus mandamientos, a estar siempre en gracia, a permanecer en tu amor.

Es justo que te ame así, porque Tú me has amado primero.

Jesús, Tú quieres que mi alegría sea completa, máxima, y para eso me das este consejo: permanece en Mí, permanece en estado de gracia, porque entonces Yo estoy en tu alma y mi gozo está en Ti.

Que me dé cuenta de una vez, Jesús.

No vale la pena nada que pueda apartarme de Ti.

Ayúdame Tú, Jesús.

Yo, por mi parte, te prometo poner todos los medios a mi alcance: cuidar la vista; no ir a -o dejar de ver- ciertos espectáculos o películas; ser sobrio en las comidas; aprovechar bien el tiempo; trabajar con perfección; acudir con regularidad a los sacramentos; no dejar suelta la imaginación; aconsejarme sobre los libros que leo; ser sincero en la dirección espiritual; tener devoción a la Virgen, etc.

Si me ves empeñado en guardar tus mandamientos, te volcarás y me harás saborear -ya en este mundo y, después, en la vida eterna- esa alegría profunda que hoy me prometes: «para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo.»

2º. Jesús, me llamas amigo.

A mí, que te he vuelto tantas veces la espalda, o que he pasado de largo con indiferencia cuando me pedías algo.

Pagas bien por mal.

Gracias.

Que sepa responder a tu amistad tratando de cumplir tu voluntad, que está bien clara: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.»

Jesús, ¿cómo me has amado?

«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.»

Tú me has amado con el amor más grande posible: dando tu vida por mí; y ahora me pides que te imite.

Ayúdame a pensar en los demás, a servir a los que me rodean: mi familia, mis compañeros, mis amigos, mis vecinos.

«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.»

Jesús, me has elegido Tú: te has puesto a mi alcance, me has llenado de gracias.

No es mérito mío el ser cristiano; es un don tuyo, un talento valiosísimo que me has prestado para que lo haga rendir.

Porque no quieres que entierre mis talentos -los dones que me das-, sino que los haga fructificar: «el treinta por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mateo 4,8).

«Si el Señor te ha llamado «amigo», has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador» (Surco.-629).

Jesús, eres Tú el que me has llamado, el que te has metido en mi vida, casi sin darme cuenta.

No soy yo el que te he elegido: Tú has querido contar conmigo.

Por eso, no tengo derecho a dejarte; no puedo quedarme en una posición cómoda, de simple espectador, cuando Tú me estás pidiendo más: «os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.»

Jesús, me pides que dé fruto.

¿Pero qué fruto?

Fruto de santidad, fruto de apostolado, fruto de trabajo bien hecho, fruto de servicio a los demás.

Este es el fruto que me pides después de decirme que has dado tu vida por mí y que ya no puedes mostrarme más el amor que me tienes; después de llamarme amigo «porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.»

¿Cómo no voy a responder a tu llamada?

¿Cómo no voy a intentar ir a paso rápido, al paso de Dios?

Pero necesito ayuda, y por eso me aseguras que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.»

Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes; te pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a luchar en serio en el camino de la santidad; te pido más generosidad, para saber dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús; te pido más lealtad, para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con todas mis fuerzas; te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto permanezca. .

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.