Marcos 3, 31-35

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Vienen su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, enviaron a llamarlo. Y estaba sentada a su alrededor una muchedumbre, y le dicen: Mira, tu madre, tus hermanos y tus hermanas te buscan fuera. Y en respuesta, les dice: ¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor dice: Ved aquí a mi madre y mis hermanos. Porque quien haga la Voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.» (Marcos 3, 31-35) 

1º. Jesús, a primera vista parece una respuesta un poco dura, que no se merecen tu madre ni tus familiares («hermano», en arameo, es un término amplio que significa «familiar»).

Pero, en el fondo, no es un reproche a su actitud, sino al contrario: es una alabanza de la que te sirves para dejar claro qué es lo realmente importante.

«Quien haga la Voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Jesús, lo que realmente importa es hacer tu voluntad.

«Para honrar a Dios, someteos enteramente a su voluntad y por nada creáis que le serviréis mejor de otro modo, pues no se le sirve nunca bien, sino cuando se le sirve como Él quiere» (San Francisco de Sales).

Si la Virgen es la persona más unida a Ti, la persona más santa, no lo es por su parentesco natural contigo, Jesús, sino por su fidelidad a la hora de cumplir la misión que le habías encargado: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». (Lucas 1,38).

Toda la vida de la Virgen estuvo marcada por este objetivo: hacer siempre y en todo la voluntad de Dios.

Si quiero estar unido a Ti, si quiero de verdad ser cristiano, sólo tengo un camino: cumplir la voluntad de Dios.

Y para ello, el primer paso es buscar cada día, en cada acontecimiento, cuál es esa voluntad tuya: Jesús, ¿qué quieres que haga?;

¿cómo quieres que haga esto?;

¿crees que debo hacer esto otro?;

¿estoy haciendo las cosas como lo esperas de mí?;

¿qué otras cosas te gustaría que hiciera?

2º. «Veo con meridiana claridad la fórmula, el secreto de la felicidad terrena y eternal: no conformarse solamente con la Voluntad de Dios, sino adherirse, identificarse, querer -en una palabra-, con un acto positivo de nuestra voluntad, la Voluntad divina.

Este es el secreto infalible -insisto- del gozo y de la paz» (Forja.-1006).

Jesús, para conocer tu voluntad, he de hacer oración personal.

No es suficiente con esas oraciones vocales que puedo rezar en grupo o en familia.

Es una cosa entre dos: Tú y yo.

Además, en algunos casos necesitaré la ayuda del director espiritual para concretar una inquietud, para saber cómo corresponder mejor a esa voluntad divina.

Pero el compromiso es siempre contigo, no con el director espiritual.

Jesús, sé que cuando te pregunto: ¿qué quieres?, siempre me pides un poco más.

Pero no me da miedo meterme en esta dinámica, porque también sé -lo tengo comprobado- que queriendo esos deseos tuyos soy feliz, con una felicidad y una paz que nada ni nadie me puede quitar.

«Este es el secreto infalible -insisto- del gozo y de la paz.»

«Tu madre, tus hermanos y tus hermanas te buscan».

Jesús, que te busque siempre, esté donde esté: con exámenes, con mucho trabajo, de vacaciones o en fin de semana.

Que te busque en la oración y en la Eucaristía; que te busque en los demás, especialmente en los que más lo necesitan y en los que están más cerca.

Tu madre, la Virgen, tuvo toda su vida esa actitud de búsqueda: intentó en cada momento servirte lo mejor posible, hacer tu voluntad.

Por eso es la persona más santa, y por eso también es la persona más feliz.

Ayúdame, madre, a imitarte en ese deseo de adherirse, identificarse, querer -en una palabra-, con un acto positivo de nuestra voluntad, la Voluntad divina.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.