Marcos 5, 1-20

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Y llegaron a la orilla del mar; a la región de los gerasenos. Al salir de la barca, en seguida le salió al encuentro desde los sepulcros un hombre poseído por un espíritu inmundo, que vivía en los sepulcros y nadie podía tenerlo sujeto ni si quiera con cadenas;(...) se pasaba las noches enteras y los días por los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Al ver a Jesús desde lejos, corrió y se postró ante él; y gritando con gran voz, dijo: ¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios, que no me atormentes. Porque le decía: Sal, espíritu inmundo, de este hombre. Y le preguntaba: ¿Cuál es tu nombre? Le contestó: Mi nombre es legión, porque somos muchos. Y le suplicaba con insistencia que no lo expulsara fuera de la región.

Había allí junto al monte una gran piara de cerdos que estaba paciendo. Y le suplicaron diciendo: Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos. Y se lo permitió. Y saliendo los espíritus inmundos, entraron en los cerdos; y con gran ímpetu la piara, alrededor de dos mil, corrió por la pendiente hacia el mar; donde se iban ahogando. Los porqueros echaron a correr; y contaron por la ciudad y los campos lo sucedido. Y acudieron a ver qué había ocurrido. Y llegaron junto a Jesús, y vieron al que había estado endemoniado sentado, vestido y en su sano juicio, y se quedaron asustados: los que lo habían presenciado les contaron lo que le había estado poseído por el demonio y a los cerdos. Y comenzaron a rogarle que se alejase de su región». (Marcos 5, 1-20) 

1º. Jesús, hoy expulsas a la multitud de espíritus inmundos que destrozaba a aquel hombre de Gerasa hasta el punto de que se hería a sí mismo y vivía entre los muertos de los sepulcros.

Este hombre me lleva a pensar en esos espíritus impuros que a veces me dominan y que no puedo atar ni con grilletes ni con cadenas.

Sé que me destrozan, que hieren mi vida cristiana y hasta pueden hacer que la pierda y que viva en los sepulcros, entre los muertos que no tienen vida espiritual.

Son esos espíritus impuros los que a veces gritan en mi interior:

¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo?

¿Para qué complicarme la vida si ya estoy bien así, medio herido, muerto?

¿Para qué he de luchar por vencer esas tentaciones que me alejan de Ti?

Jesús, sé que para amarte de veras necesito también luchar de veras.

«¿Quieres ver a Dios? Escúchalo: «bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios». En primer lugar piensa en la pureza de tu corazón; lo que veas en él que desagrada a Dios, quítalo» (San Agustín).

2º. «La santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad» (Camino.-118).

Jesús, vivir la pureza no consiste en hacer cosas raras: no se trata de poner cadenas ni grilletes.

Es cuestión de pedirte ayuda con humildad, que significa también poner los medios humanos necesarios: cuidar la vista, evitar los lugares y las situaciones en las que me vienen las tentaciones, etc.

Si me comporto así, Tú enviarás esos espíritus impuros de nuevo a los cerdos, y encima éstos se ahogarán, para que no sigan molestando.

El problema, Jesús, es que no es tan sencillo evitar las costumbres y diversiones mundanas si quiero vivir una vida normal, porque ese modo de actuar chocará con el ambiente y me puede pasar lo que te pasó a Ti: «Y comenzaron a rogarle que se alejase de su región».

Es decir, si trato de vivir una vida limpia, no seré bien recibido en algunos ambientes.

Prefiero cortar con algunas amistades que perder tu amistad.

Pero, en general, Tú me quieres ahí precisamente, en medio de mi ambiente, para elevar con picardía y buen humor el nivel de las conversaciones, de las diversiones, etc., de modo que sean dignas de un hijo de Dios.

Para ello, tengo que ser prudente y dejarme aconsejar en la dirección espiritual.

Y, sobre todo, tengo que vivir unido a Ti por la oración y los sacramentos.

Jesús, ayúdame a vivir una vida limpia que sea ejemplo cristiano para los que me rodean.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.