Lucas 6, 36-38

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida que midáis seréis medidos.» (Lucas 6, 36-38)

1º. «Con La misma medida que midáis seréis medidos.»

Jesús, ¡qué norma de conducta tan práctica y esencial!

Me he de comportar con los demás como me gustaría ser tratado: comprendiendo los fallos, perdonando los errores, siendo generoso, servicial.

Porque, entre otras cosas, Tú me tratarás de la forma en que yo trate a los demás.

En concreto, Tú me tratarás según sea la grandeza de mi corazón: me darás todo el amor que tenga capacidad de recibir; pero si no he sabido tratar a los demás con misericordia, mi corazón será tan pequeño que no podrá recibir tampoco tu misericordia.

Y no por castigo tuyo, sino por mi propia incapacidad.

«Sed misericordiosos.»

¿Cómo me comporto ante las necesidades de los demás?

¿Me mueven a intentar aportar lo que esté en mi mano, o me dejan indiferente pensando que, en el fondo, es su problema?

¿Me doy cuenta de que mi trabajo o mi estudio bien hecho es la forma habitual que tengo para colaborar con las necesidades de la sociedad y de los que me rodean?

«No juzguéis; no condenéis. Perdona»

Jesús, qué fácil es criticar, murmurar, hablar mal de alguien, sin pensar en los motivos, o las presiones, o la ignorancia, o la flaqueza, o el carácter, o muchos otros elementos de juicio que no tengo y que sólo Tú conoces.

Es muy fácil criticar, pero es muy difícil evaluar los daños que podemos estar causando a una persona con nuestras críticas.

Y, a menudo, es imposible reparar a posteriori ese daño que -tal vez injustamente- hemos causado.

Sin caer en la ingenuidad de pensar que «todo el mundo es bueno», he de tener como el prejuicio de disculpar, de perdonar de corazón a los demás.

2º. «No admitas un mal pensamiento de nadie, aunque las palabras u obras del interesado den pie para juzgar así razonablemente» (Camino.-442).

Jesús, Tú eres el que ha de juzgar a los demás, no yo.

Si pienso que alguien actúa mal y tengo la suficiente amistad con él para que me escuche, puedo decirle a solas y con delicadeza aquello que me parece un error.

En caso de duda, puedo incluso consultar con discreción aquella conducta con alguna persona de confianza, antes de hablar con el interesado.

Pero no debo permitir ni siquiera pensar mal de nadie, y mucho menos criticarle o hablar mal de él delante de otros.

«Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve» (San Ignacio de Loyola).

«Dad y se os dará.»

Jesús, a veces soy muy roñoso con mis cosas, con mi tiempo, con mis ambiciones.

No sé dar, no sé darme.

Me doy cuenta de que esta actitud me empequeñece el corazón y, por eso, me hace incapaz de recibir tus dones.

En cambio, cuando soy generoso contigo y con los demás, recibo más que lo poco que tenía para dar.

«Echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante.»

Jesús, Tú eres más generoso que yo.

Yo doy uno y Tú devuelves ciento.

Que no quiera quedarme con este uno: con mis planes, con mi futuro. Que sepa dejarlo todo en tus manos, para lo que Tú quieras, para lo que haga falta.

Yo te quiero servir en medio de mi vida corriente; quiero darte lo poco que tengo, por amor a Ti.

No lo hago para recibir, sino porque Tú me lo pides; pero sé muy bien que Tú siempre me pagas con creces -ya en esta vida- todo lo que haga por Ti y por los demás.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.