Juan 8, 12-19

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«De nuevo les dijo Jesús: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Le dijeron entonces los fariseos: Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es válido. Jesús les respondió: Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es válido porque sé de dónde vengo y adónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy Vosotros juzgáis según la carne, yo no juzgo a nadie; y si yo juzgo, mi juicio es verdadero porque no estoy solo, sino yo y el Padre que me ha enviado. En vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo soy el que da testimonio de mí mismo, y el Padre, que me ha enviado, también da testimonio de mí Entonces le decían: ¿Dónde está tu Padre? Jesús respondió: Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí conoceríais también a mi Padre.» (Juan 8, 12-19) 

1º. Jesús, queda una semana para la Semana Santa, los días en los que rememoramos tu Pasión y tu Cruz.

Y la Iglesia quiere recordarme hoy que Tú eres la luz; que, aunque dentro de unos días parezca que has fracasado y todo el mundo te abandone, sólo Tú puedes iluminar mi camino con una luz que es vida.

«Yo soy la luz del mundo.»

«La palabra de Dios es luz para el entendimiento, fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios; y para el hombre interior; el que vive por la gracia del Espíritu Santo, es pan y agua, pero un pan más dulce que la miel y el panal, un agua mejor que el vino y la leche; es para el alma un tesoro espiritual de méritos, y por esto es comparada al oro y a la piedra preciosa» (San Lorenzo de Brindisi).

Jesús, Tú eres la luz de mi inteligencia.

Si te sigo, entenderé muchas cosas que están ocultas a los que prefieren vivir en tinieblas: el sentido del dolor, de la muerte y de la vida; el valor de la renuncia, de la entrega y del amor verdadero; el por qué es mejor perdonar, pensar en los demás, o servir sin esperar nada a cambio.

Esto no lo entienden los que no te siguen, los que no tienen la Cruz por señal, ni el nombre de cristianos.

Jesús, Tú eres el fuego que impulsa mi voluntad.

Tú me das tu gracia para que acepte tus enseñanzas y para que pueda ponerlas por obra.

En esa época, la luz se identificaba con el fuego: se necesitaba fuego para hacer luz.

Y Tú has dicho: «fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?». (Lucas 12,49).

Me has pasado el fuego a mí, y ahora soy yo el que he de arder para dar luz y calor a los demás.

2º. «Algunos pasan por la vida como por un túnel, y no se explican el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe» (Camino.-575).

Jesús, a veces me encuentro gente que no me entiende.

Como a los judíos del Evangelio de hoy, también se les podría decir:

«Vosotros juzgáis según La carne.»

Y claro, así «no se explican el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe.»

Además, todo el mundo opina de religión, pero luego resulta -como es lógico, porque uno dedica el tiempo a lo que cree que es más interesante- que no saben nada sobre la doctrina de la Iglesia.

¿Cómo opináis sobre mí -les podrías preguntar- si «no sabéis de dónde vengo ni adónde voy?»

Jesús, no puedo pretender que salgan de su túnel a base de razonamientos científicos, que -por definición- captan sólo lo que es material y, por tanto, lo que está dentro del túnel.

No quieres que les demuestre tu existencia, sino que les muestre tu luz: que yo sea luz para los demás.

Y seré luz con el ejemplo de mi vida: si me preocupo por los demás; si actúo con honradez; si tengo prestigio profesional; si no busco el provecho personal; si sé querer de verdad; si tengo una alegría contagiosa.

«Si me conocierais a mí conoceríais también a mi Padre.»

Jesús, ayúdame a conocerte mejor cada día.

Y para conocerte, he de mantener estos minutos de oración.

Dame luces, dame tu luz, para entender lo que no entiendo, para querer más lo que ya quiero pero, a veces, sólo con la boca pequeña, porque cuesta.

Dame el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.