Juan 10, 22-30

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Paseaba Jesús por el Templo, en el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y le decían: ¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Les respondió Jesús: Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Pudre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» (Juan 10, 22-30) 

1º. Jesús, los judíos te pedían más claridad: que les digas de una vez quién eres de manera explícita.

Tú ya se lo has dicho claramente a otra gente, como a la samaritana o al ciego de nacimiento, pero a estos judíos no se lo vas a decir tan abiertamente.

No quieren creer sino que buscan una declaración explícita en la que te hagas como Dios, para tener con qué acusarte.

A pesar de todo, te las arreglas para contestarles la verdad sin que te puedan acusar: «Yo y el Padre somos uno.»

«Las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí.»

Les pides que crean, al menos, por los milagros que haces.

«Si un rey enviara una carta sellada con su sello, nadie osaría decir que aquella carta no provenía de la voluntad del rey. Ahora bien, todo lo que los santos creyeron y nos transmitieron sobre la fe de Cristo, está sellado con el sello de Dios. Este sello son las obras que ninguna criatura puede hace,; es decir; los milagros, con los que Cristo confirmó las palabras de los Apóstoles y los santos» Santo Tomás.- Sobre el Credo

Pero no: «os lo he dicho y no lo creéis.»

La fe no depende sólo de tu voluntad, Jesús, depende también de mi libertad.

Por más que expliques, por más gracia que me des, si no quiero escuchar tu voz ni seguirte, todo es inútil.

Por más sol que haya, si no quiero abrir los ojos, no veré, me quedaré a oscuras.

Pero la culpa no será del sol, será mía.

Ayúdame Jesús a escuchar tu voz, a estar abierto a esas gracias que me envías

2º. «No os preocupe si por vuestras obras «os conocen». -Es el buen olor de Cristo. -Además, trabajando siempre exclusivamente por El, alegraos de que se cumplan aquellas palabras de la Escritura: «Que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Camino.-842).

Jesús, las obras que Tú haces dan testimonio de Ti y molestan a los judíos, porque muestran que eres el Mesías.

No lo vas anunciando a todo el mundo, no haces mucha publicidad.

Lo dices a quien le puede aprovechar, a quien está preparado o al menos abierto a entender la verdad.

Al curioso superficial o al malintencionado, le dejas que juzgue por los hechos: «las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí.»

Jesús, mi apostolado no consiste en tener largas y acaloradas discusiones filosóficas con mis amigos sobre la vida y la muerte.

Consiste, más bien, en que las obras que haga -mi trabajo, mis relaciones con los demás, mi actitud de servicio- den testimonio de quién soy: soy cristiano, esto es, hijo de Dios.

No puedo tener vergüenza de que se note que no soy como los que no tienen fe.

Es más, lo natural es que se note la diferencia, que vean mis buenas obras «y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.»

No es humildad ni naturalidad acomodarse a los usos del ambiente cuando éste no es cristiano.

Es más bien todo lo contrario: una manifestación de soberbia, de temor a quedar mal, a hacer el ridículo.

Es una falta de naturalidad y de coherencia.

Sin hacer cosas raras, también yo debo poder decir: «las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí».

Jesús, si Tú eres mi modelo, si he de intentar imitarte en todo, también he de imitarte en esto.

Ayúdame a ser valiente, a ser cristiano, las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.