Marcos 8, 34-38

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O, ¿qué dará el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de sus santos ángeles». (Marcos 8, 34-38) 

1º. Jesús, hoy me hablas de una condición necesaria para seguirte: «Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo».

¿Qué es negarme a mí mismo?; ¿negarme qué?

La respuesta es clara: negar todo aquello que signifique buscar mi comodidad, mi gusto, mi afirmación por encima de todo.

Esto no significa pasarlo mal.

Significa que, en todo, voy buscando tu voluntad: descanso porque lo necesito para rendir más; me lo paso bien haciéndolo pasar bien a los demás; busco el prestigio profesional para ponerte a Ti como ejemplo; etc.

Negarse, perder la vida, parecen términos negativos.

Parece que es fastidiarse continuamente, fiado en que, al final, obtendré el Cielo.

Pero no es así.

Negarme a mí es afirmar que Tú eres Dios, que Tú sabes mejor que yo lo que me hace feliz.

Negarme es el camino de la verdadera alegría.

Pero hay que probarlo de verdad: es decir; he de intentar que mi regla de conducta sea: Señor, ¿Tú lo quieres? Entonces yo también lo quiero.

Negarme a mí mismo es aprender a contar con los demás: con las necesidades de los demás, con lo que le gusta a los demás; es desaparecer de todo lo que sea recibir honores y enhorabuenas; es servir silenciosamente a los que me rodean.

La vida ordinaria ofrece muchas ocasiones de renunciar a uno mismo y tomar con alegría la cruz: el dolor de cabeza o de muelas; las extravagancias del marido o de la mujer; el quebrarse un brazo; aquel desprecio o gesto; el perderse los guantes, la sortija o el pañuelo; aquella tal cual incomodidad de recogerse temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar; aquella vergüenza que causa hacer en público ciertos actos de devoción; en suma, todas estas pequeñas molestias, sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por solo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida.

Y como estas ocasiones se encuentran a cada instante, si se aprovechan son excelente medio de atesorar muchas riquezas espirituales.

 

2º. «No quieras ser como aquella veleta dorada del gran edificio: por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra.

Ojalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará la casa» (Camino.-590).

Jesús, a veces busco aparentar, que los demás me vean: que vean lo listo que soy, que me salen bien las cosas; que cuenten conmigo, que hablen de mí.

Y si algo falla, entonces me derrumbo.

No quieras ser como aquella veleta dorada... siempre girando por el viento sople.

Jesús no quiero «ganar el mundo» sino servir.

Y servir para cosas grandes: servirte a Ti, que eres mi Dios y servir a los demás.

Sé que para eso he de negarme a mí mismo, a mi soberbia, a mis debilidades, y coger muchas veces la Cruz.

Y ser ese viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie me ve.

Gracias a esa labor silenciosa pero eficaz, llenaré el ambiente que me rodea de serenidad y de alegría.

«El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».

Jesús, si entierro mi vida bajo tierra, si busco sólo tu gloria y no la mía, entonces viviré.

Viviré una vida dichosísima aquí en la tierra, con una alegría que nadie me podrá arrebatar; y después, no te avergonzarás de mí cuando te pida entrar «en la gloria de tu Padre, acompañado de tus santos ángeles».

Porque el Cielo está reservado para aquellos que han aprendido a amar, a darse y a ser felices en la tierra.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.