Marcos 10, 13-16

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Le presentaban unos niños para que les impusiera las manos; pero los discípulos les reñían. Al verlo Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a m4 y no se lo impidáis, porque de éstos es el Reino de Dios. En verdad os digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y abrazándolos, los bendecía imponiéndoles las manos.» (Marcos 10, 13-16) 

1º. Jesús, habitualmente tienes gran paciencia con los apóstoles: a pesar de que no entienden, de que se pelean por ver quién será el mayor, o de que les falta fe en varias ocasiones, les corriges una y otra vez con calma y cariño.

Sin embargo hoy, «al verlo Jesús se enfadó»: te enfadas.

Los apóstoles no están acostumbrados a esto y por ello pondrían gran atención a lo que les ibas a enseñan

«Quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él»

Jesús, tu enseñanza es clara: has venido para hacerme hijo de Dios, me has mostrado que Dios es mi Padre.

Por eso me recuerdas ahora que el modo de vivir como cristiano es el de un hijo pequeño que se sabe querido por su padre: un padre que es Todopoderoso y que me ama con amor infinito, porque es el amor de un Dios.

«¿Qué mayor gracia pudo hacernos Dios? Teniendo un Hijo único le hizo Hijo del Hombre, para que el hijo del hombre se hiciera hijo de Dios. Busca dónde está tu mérito, busca de dónde procede, busca cuál es tu justicia; y verás que no puedes encontrar otra cosa que no sea pura gracia de Dios» (San Agustín).

La realidad de la filiación divina -soy hijo de Dios- lleva a entender la vida cristiana como una «vida de infancia»: a sentirse y actuar en todo momento como hijo de Dios.

Jesús, Tú vives la filiación divina por naturaleza, dirigiéndote continuamente a tu Padre para pedirle cosas o darle gracias: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22, 42); «Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sabia que siempre me escuchas» (Juan 11, 41-42); «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23, 34); «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23, 46).

 

2º. «Ser pequeño: las grandes audacias son siempre de los niños.

-¿Quién pide... la luna? -¿Quién no repara en los peligros para conseguir su deseo?

«Poned» en un niño «así», mucha gracia de Dios, el deseo de hacer su Voluntad (de Dios), mucho amor a Jesús, toda la ciencia humana que su capacidad le permita adquirir. y tendréis retratado el carácter de los apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere» (Camino.-857).

Jesús, me aconsejas que «reciba el Reino de Dios como un niño», que me haga pequeño; es decir, que -en lo sobrenatural- actúe como actúan los niños: con audacia, con confianza plena en mi Padre, sin temor al ridículo ni al peligro, con la humildad de quien sabe que todo lo que tiene no es suyo sino que lo ha recibido de su Padre.

Jesús, si además de actuar así, trato de frecuentar los sacramentos para recibir mucha gracia de Dios; trato de cuidar ese rato diario de oración para tenerte mucho amor; y hago mi trabajo lo mejor que puedo, podré llegar a ser uno de esos apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere.

María, tú eres a la vez mi madre y la madre de Dios.

Sólo podré ser buen hijo de Dios, si aprendo a ser buen hijo tuyo.

Y ¿qué hace un hijo que quiere contentar a su madre?

Acordarse de ella, mostrarle el cariño que le tiene, y acudir a ella cuando necesita algo.

Madre, como mínimo, que no me olvide por la mañana de ofrecerte el día, de rezar el Ángelus al mediodía, y de rezar las tres Avemarías por la noche.

Y -si puedo- quiero rezar el Rosario, que es la oración que más te gusta.

Además, durante todo el día puedo dirigirte pequeños saludos o jaculatorias.

Así viviré como buen hijo tuyo, y por tanto, como buen hijo de Dios.  

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.