Mateo 7, 21-29

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor ¿pues no hemos profetizado en tu nombre, y arrojado los demonios en tu nombre, y hecho prodigios en tu nombre? Entonces yo les diré públicamente: Jamás os he conocido: apartaos de mí, los que habéis obrado la iniquidad.

Por tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca.

Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, llegaron las nadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, y cayó y fue tremenda su ruina.

Y sucedió que, cuando terminó Jesús estos discursos, las multitudes quedaron admiradas de su doctrina, pues les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas.» (Mateo 7, 21-29) 

1º. Jesús, hoy me recuerdas muy gráficamente que la santidad no se construye a base de buenas intenciones, sino a base de buenas obras: obras de servicio, de trabajo bien hecho y ofrecido, de virtudes, de actos de generosidad contigo -dedicándote tiempo- y con los demás.

¿Cómo son mis obras? En el fondo, lo que cuenta es el amor pero sólo hay verdadero amor cuando se demuestra con obras.

Jesús, hoy en día -y siempre- cabe el peligro de basar el edificio de la santidad en un estado de ánimo favorable, en un sentimiento más o menos impetuoso de hacer el bien, en la amistad de uno o varios amigos que frecuentan los mismos círculos de oración y apostolado.

Aunque todos estos motivos son motivos buenos, incluso indispensables en un principio, no constituyen la roca firme sobre la que debe cimentarse la lucha por ser santo.

Jesús, a veces ocurre que las circunstancias cambian: aquellas prácticas de piedad que antes me llenaban, ahora no me dicen nada: o cambio de lugar y no encuentro aquellos amigos con los que me lo pasaba tan bien; o los estudios o el trabajo me absorben más que en otras épocas: o simplemente, me canso de luchar.

Y entonces, mi vida interior sufre como un descalabro, como un terremoto.

Es en estos casos, cuando se descubre la solidez de los cimientos: la casa edificada sobre roca se mantiene firme, mientras la casa edificada sobre arena se derrumba. 

2º. «Esta es la llave para abrir la puerta y entrar en el Reino de los Cielos: «qui facit voluntatem Patris mei qui in coelis est, ipse intrabit in regnum coelorum» -el que hace la voluntad de mi Padre..., ¡ése entrará!

Jesús, los sentimientos, estados de ánimo, o el apoyarse únicamente en las amistades terrenas, son cimientos sobre arena.

El cimiento firme del edificio de la santidad, la llave para abrir la puerta y entrar en el Reino de los Cielos, es el buscar -ante todo- hacer la voluntad de Dios, ser fiel a la misión, a la vocación cristiana a la que me has llamado.

Ya pueden venir lluvias, vientos o terremotos, que si lo que me mueve a luchar es cumplir tu voluntad, Tú mismo me ayudarás a superar las dificultades.

Jesús, ayúdame a reforzar los cimientos de mi vida cristiana a base de una vida de piedad más profunda, de una oración más constante, de un esfuerzo más serio por mejorar en las virtudes y en el estudio o trabajo profesional, de una mayor generosidad en el servicio a los demás.

Es decir, ayúdame a vivir mi fe con obras, hechas por Ti, para cumplir tu voluntad, que es la voluntad de tu Padre Celestial.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.