Nuestra Señora del Carmen (16 de julio)
Mateo 12, 46-50

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces: Mira que tu madre y tus hermanos están fuera intentando hablarte. Pero él respondió al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Pues todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.» (Mateo 12, 46-50)

 

1º. Jesús, tu madre la Virgen y tus parientes  hermanos» en arameo es un término amplio que sirve para designar a los parientes en general- quieren hablar contigo.

Y parece que no les hagas caso.

¿Cómo se compagina este comportamiento con lo que enseñas en el cuarto mandamiento: «amarás a tu padre y a tu madre?»

Aprovechas esta situación para explicarme otra verdad importante: «todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos» se une a Mí con unos lazos que son más fuertes aún que los de la sangre.

Son los lazos de la gracia, que me proporcionan un parentesco sobrenatural: el de ser hijo de Dios y hermano tuyo, Jesús.

«Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: «El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre» (C. I. C.-2233)

Jesús, Tú amas a tu madre como el mejor de los hijos, pero aún la amas más porque es la «llena de gracia» (Lucas 1,28).

Por eso, en el fondo, lo que estás haciendo es elogiar a María.

Ella es la criatura más querida por Dios no sólo por ser tu madre, sino porque ha sabido hacer en cada momento «la voluntad de mi Padre que está en los Cielos,» empezando por aceptar generosamente la vocación que le encomendaste, haciéndose «la esclava del Señor»

 

2º. «La Virgen Santa Maria, Maestra de entrega sin limites. -¿Te acuerdas?: con alabanza dirigida a Ella, afirma Jesucristo: «¡el que cumple la Voluntad de mi Padre, ése -ésa- es mi madre!...».

Pídele a esta Madre buena que en tu alma cobre fuerza -fuerza de amor y de liberación- su respuesta de generosidad ejemplar: «ecce ancilla Dominí!» -he aquí la esclava del Señor (Surco.-33).

Jesús, Tú eres el mejor ejemplo de obediencia a la voluntad de Dios.

En el huerto de los olivos, ante el sufrimiento que se te avecinaba, vuelves a decir que sí a ese plan divino: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22,42).

Ayúdame a ser generoso, a no buscarme a mí mismo.

Que la intención de todo lo que haga durante el día sea cumplir tu voluntad, darte alegrías, servirte a Ti, y -por Ti- servir a los demás.

Jesús, la persona que ha sabido imitarte mejor es la Virgen María.

Sin buscar el espectáculo, en las tareas normales de una madre de familia, en las alegrías y dificultades de la vida diaria, María ha sabido hacerse «la esclava del Señor», ha buscado siempre y en todo hacer tu voluntad: «hágase en mí según tu palabra»

Si entre dos personas, la unión de voluntades -el amor- une más que la unión de la sangre, cuánto más cuando la relación es entre una persona y Dios: entre Tú y yo.

Por eso, aunque por el Bautismo soy hijo de Dios, sólo estaré unido verdaderamente a Ti si me esfuerzo por hacer tu voluntad.

Madre, tú que has sabido corresponder con generosidad ejemplar a lo que te pedía Dios en cada momento, ayúdame a poner siempre por delante la voluntad de Dios.

No dejes que mi pereza, mi comodidad, mi orgullo, mi sensualidad, mi vanidad y los demás defectos que me tientan continuamente, puedan conmigo y me esclavicen.

Que me dé cuenta de que la mejor manera de ejercer mi libertad -que es un don de Dios- es obedecer la voluntad divina, no dejarme esclavizar por mis pasiones o defectos.

Y sobre todo, que me dé cuenta de que sólo haciendo su voluntad podré estar unido a El y amarle.

 

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

 

1º. El culto y la devoción a la Virgen del Carmen se remonta a los orígenes de la Orden carmelitana, cuya tradición más antigua la relaciona con aquella «pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que subía desde el mar» (1 Reyes 18, 44) y que se divisaba desde la cumbre del Monte Carmelo, mientras el profeta Elías suplicaba al Señor que pusiese fin a una larga sequía. La nube cubrió rápidamente el cielo y trajo lluvia abundante a la tierra sedienta durante tanto tiempo.

En esta nube cargada de bienes se ha visto una figura de la Virgen María, quien, dando el Salvador al mundo, fue portadora del agua vivificante de la que estaba sedienta toda la humanidad.

Ella nos trae continuamente bienes incontables.

El 16 de julio de 1251 se apareció la Virgen Santísima a San Simón Stock, General de la Orden de los Carmelitas, y prometió unas gracias y bendiciones especiales para aquellos que llevaran el escapulario.

La Iglesia la ha aprobado repetidamente con numerosos privilegios espirituales.

Durante siglos, los cristianos se han acogido a esa protección de nuestra Señora.

«Lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. -Pocas devociones -hay muchas y muy buenas devociones marianas- tienen tanto arraigo entre los fieles, y tantas bendiciones de los Pontífices. -Además, ¡es tan maternal ese privilegio sabatino!» (Camino, n. 500).

La Virgen prometió, a quienes viviesen y muriesen con el escapulario o la medalla bendecida con el Sagrado Corazón y la Virgen del Carmen, que hace sus veces la gracia para obtener la perseverancia final (INOCENCIO IV, Bula Ex parte dilectorum, 13-I-1252); es decir, una ayuda particular para que, quienes no estén en gracia, se arrepientan en los últimos momentos de su vida.

A esta promesa hay que añadir el llamado privilegio sabatino, que consiste en la liberación del Purgatorio al sábado siguiente a la muerte (JUAN XXII, Bula Sacratissimo uti culmine, 3-III- 1322), y otras muchas gracias e indulgencias.

Verdaderamente, «María, con su amor materno, se cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hallan en peligros y en ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada...» (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 62).

No dejemos de acudir, cada día, muchas veces, a Ella, para que nos ayude y proteja.

El mismo escapulario nos puede recordar frecuentemente que pertenecemos a Nuestra Madre del Cielo y que Ella nos pertenece, pues somos sus hijos, que tanto le hemos costado.

2º. Expresamos en esta devoción una especial dedicación a Nuestra Señora de nosotros mismos y de todo lo nuestro, pues en la aparición de la Santísima Virgen entregando el escapulario a San Simón Stock, se manifiesta la Madre de Dios como Señora de la gracia; y también como Madre amantísima, que protege a sus hijos en la vida y en la muerte.

El pueblo cristiano ha venerado a la Virgen del Carmen particularmente por medio del santo escapulario como a la Madre de Dios y nuestra, que se nos presenta con estas credenciales: "En la vida, protejo; en la muerte, ayudo; y, después de la muerte, salvo".

Ella es vida, dulzura, y esperanza nuestra, como le hemos repetido tantas veces en el rezo de la Salve.

Ella nos toma de la mano y, todos los días de nuestra vida aquí en la tierra, nos lleva por un camino seguro, nos ayuda a superar dificultades y tentaciones: jamás nos abandona, «porque es su costumbre favorecer a los que de Ella se quieren amparar» (SANTA TERESA, Fundaciones, 23, 4).

Un día nos llegará la hora de nuestro encuentro definitivo con el Señor.

Entonces necesitaremos más que nunca su protección y ayuda.

La devoción a la Virgen del Carmen y a su santo escapulario es prenda de esperanza en el Cielo, pues la Virgen Santísima prolonga su maternal protección más allá de la muerte.

Esta prerrogativa nos llena de consuelo. «María nos guía hacia ese futuro eterno; nos lo hace ansiar y descubrir; nos da su esperanza, su certeza, su deseo. Animados por tan esplendorosa realidad, con alegría indecible, nuestra humilde y fatigosa peregrinación terrena, iluminada por María, se transforma en camino seguro -iter para tutum- hacia el Paraíso» (PABLO VI, Homilía 15-VIII-1966).

Allí, con la gracia divina, la veremos a Ella.

Cuando en 1605 fue elegido Papa León XI, y mientras le revestían con los hábitos papales, le quisieron quitar un gran escapulario del Carmen que llevaba entre la ropa. Entonces, el Papa dijo a quienes le ayudaban a revestirse: «Dejadme a María, para que María no me deje».

Tampoco nosotros queremos dejarla, pues es mucho lo que la necesitamos.

Por eso, como una muestra, llevamos siempre su escapulario.

Y le decimos ahora que cuando llegue ese momento último nos abandonaremos en sus brazos.

¡Tantas veces le hemos pedido que ruegue por nosotrosahora y en la hora de nuestra muerte, que Ella no se olvidará!

En su visita a Santiago de Compostela, el Papa Juan Pablo II deseaba a todos: «Que la Virgen del Carmen... os acompañe siempre. Sea Ella la Estrella que os guíe, la que nunca desaparezca de vuestro horizonte. La que os conduzca a Dios, al puerto seguro» (JUAN PABLO II, Alocución 9-XI-1982).

De su mano llegaremos a presencia de su Hijo.

Y si nos quedara algo por purificar, Ella adelantará el momento en que limpios del todo podamos ver a Dios.

Antiguamente se representaba a la Virgen del Carmen con un grupo a sus pies formado por almas en llamas en el Purgatorio, para señalar su especial intercesión en este lugar de purificación. «La Virgen es buena para aquellos que están en el Purgatorio, porque por Ella obtienen alivio», predicaba con frecuencia San Vicente Ferrer.

Su amor nos ayudará a purificarnos en esta vida para estar con su Hijo inmediatamente después de la muerte.

3º. El escapulario es también imagen del vestido de bodas, la gracia divina, que ha de vestir siempre el alma.

El Papa Juan Pablo II, hablando a jóvenes en una parroquia romana dedicada a la Virgen del Carmen, recordaba en confidencia el especial socorro y amparo que recibió de su devoción a la Virgen del Carmen. «Debo deciros que en mi edad juvenil, cuando era como vosotros, Ella me ayudó. No podría decir en qué medida, pero creo que en una medida inmensa. Me ayudó a encontrar la gracia propia de mi edad, de mi vocación». Y añadía: «Yo debo mucho, en mis años jóvenes, a éste, su escapulario carmelitano. Que la madre sea siempre solícita, se preocupe de los vestidos de sus hijos, de que vayan bien vestidos, es algo hermoso». Pero cuando estos vestidos se rompen, «la madre trata de reparar los vestidos de sus hijos». «La Virgen del Carmen, Madre del santo escapulario, nos habla de este cuidado materno, de esta preocupación suya para vestirnos. Vestirnos en sentido espiritual. Vestirnos con la gracia de Dios, y ayudarnos a mantener siempre blanco este vestido».

El Papa hacía mención del vestido blanco que llevaban los catecúmenos de los primeros siglos, símbolo de la gracia santificante que iban a recibir con el Bautismo.

Y después de exhortar a conservar siempre limpia el alma, concluía: «Sed también vosotros solícitos colaborando con la Madre buena, que se preocupa de vuestros vestidos, y especialmente del vestido de la gracia, que santifica el alma de sus hijos e hijas» (JUAN PABLO II, Alocución 15-I-1989).

Ese vestido con el que un día nos presentaremos al banquete de bodas.

El escapulario del Carmen puede ser una ayuda grande para querer más a Nuestra Madre del Cielo, un especial recordatorio de que le estamos dedicados y de que en un momento de apuro, en medio de una tentación, contamos con su ayuda.

El tenerla tan cerca nos permitirá ser fuertes.

Con palabras del Gradual para la fiesta de hoy, pedimos a Nuestra Señora: «Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés en la presencia del Señor, de decirle cosas buenas de nosotros»; también en esos días en que no hayamos sido tan fieles como Dios espera de sus hijos.

 

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.