Transfiguración del Señor, Ciclo A.
Lucas 9,28-36

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

««Unos ocho días después Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y Santiago y los llevó al monte a orar. Mientras él oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente. Dos hombres, de improviso, se pusieron a hablar con él. Eran Moisés y Elías, que aparecieron con un resplandor glorioso y hablaban con él de su muerte, que iba a tener lugar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero lograron mantenerse despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Cuando éstos se alejaban de Jesús, Pedro dijo: "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". No sabía lo que decía. Mientras hablaba estas cosas se formó una nube y los ocultó. Al entrar ellos en la nube, se atemorizaron. Y salió una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, el Amado, escuchadle. Cuando sonó la voz, se quedó Jesús solo. Ellos guardaron silencio, y a nadie dijeron por entonces nada de lo que habían visto». (Lucas 9,28-36) 

Un día Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y subió al monte a orar.

El monte, aunque no tiene nombre, aparece con artículo determinado.

No es un monte cualquiera sino «el monte».

Este monte ha sido identificado como el Tabor.

San Cirilo de Jerusalén (Caeq. 12, 16) y san Jerónimo (Epist. 46.12) dan testimonio de esta antiquísima tradición.

En la cumbre del Tabor algunas tribus de Israel -al asentarse en la tierra prometida- ofrecían a Yavé sacrificios de santidad.

En la cumbre del Tabor se concentraron las huestes de Israel, y de ahí partieron -animadas por la profetisa Débora- para derrotar los ejércitos de Sísara y de los cananeos (cfr. dc 4, 1).

A la cumbre del Tabor subió Jesús con tres de sus discípulos «para orar».

Ese era el objetivo primero.

Todo lo demás viene después.

Quizá como una consecuencia lógica.

En efecto, en su oración, mientras oraba, se produjo la transfiguración.

Esta palabra -transfiguración, metamorfosis- no aparece en san Lucas.

La razón de omitirla no es otra que evitar confusión a sus lectores.

Lucas escribe para el mundo gentil y en este mundo eran muy conocidas las metamorfosis de los dioses.

Todo un libro de Ovidio se titula precisamente Metamorfosis.

La metamorfosis de Cristo fue así: «el aspecto de su rostro era otro, y su vestidura se hizo blanca y refulgente».

Mateo y Marcos dan más detalles.

A Lucas le basta indicar el hecho de la transfiguración que afectó a Jesús en su cuerpo y en sus ropas.

Nadie ha estado así, radiante, resplandeciente, como Jesús.

Moisés y Elías, en gloria, conversaban con Él.

Y el tema de la conversación era el éxodo de Jesús de este mundo, el misterio de la Cruz.

¡El éxodo de Jesús!

Esta palabra -san Lucas es el único que habla del tema de conversación entre Jesús, Moisés y Elías- tiene resonancias especiales.

La muerte y resurrección de Cristo es el nuevo éxodo, la salida verdadera de la tierra del dolor a la patria eterna.

Al igual que Moisés sacó al pueblo de la esclavitud y lo condujo hacia la tierra de promisión, así hará Cristo, el nuevo Moisés, el que de verdad conduce a la Jerusalén celestial.

Pedro, Santiago y Juan están también en la montaña sagrada.

Ante el misterio de luz que tiene lugar, sus ojos quedan «pesados de sueño»; es un deslumbramiento que los ciega y parece obligarlos a cerrar los párpados.

Pero no; venciéndose, despabilándose, permanecieron vigilantes, y así vieron la gloria de Jesús y de los dos que estaban con El.

Es la lucha entre la «pesadez» y el permanecer atentos y vigilantes.

En la vida ascética lo importante es luchar.

Quien lucha, quien se esfuerza, siempre vence.

Dios garantiza esa victoria.

Los ojos vigilantes, los que están despiertos por amor, ven la gloria de Dios.

Un poco más adelante (Lucas 21, 34) san Lucas nos hablará de otra «pesadez» más preocupante: la pesadez del corazón, la modorra del espíritu a causa -dice- de la embriaguez, el libertinaje, los afanes de esta vida...

También en esto, quizá sobre todo en esto, hay que estar atentos.

Pocas cosas hay tan graves como este embotamiento del corazón.

Moisés y Elías van a retirarse, van a salir de la escena.

Los ojos atentos de los apóstoles lo ven, lo notan, pero no quieren aceptarlo.

Y entonces «cuando se marchaban», Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías.»

El evangelista consigna que Pedro «no sabía lo que estaba diciendo».

Aunque algo si sabía.

Sabía que allí se estaba muy bien, contemplando aquella escena de gloria, y que, por él, ahí se quedaría tan a gusto.

Sabía que se había hablado del éxodo de Jesús, y quizá eso le trajo a la memoria el éxodo de Egipto y la peregrinación por el desierto viviendo en tiendas: por eso, está dispuesto a hacer tres de esas tiendas: para Jesús, Moisés y Elías.

El no necesitaba nada.

Pedro y los otros apóstoles se quedarían al raso.

No importaba.

De todas formas, pretender que Jesús, Moisés y Elías viviesen en la cumbre del Tabor en unas tiendas de campaña...

Realmente Pedro no sabía lo que estaba diciendo.

Todavía estaba hablando cuando una nube los cubrió con su sombra

¿Representa esta nube al Espíritu Santo?

El verbo utilizado aquí por san Lucas es el mismo que utiliza cuando la Encarnación del Verbo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra» (Lucas 1, 35).

Y desde la nube salió una voz: «Este es el Hijo mío, el Elegido. Escuchadle.»

Se trata de una epifanía trinitaria: Jesús, la voz del Padre, y la sombra luminosa del Espíritu Santo.

Y el mensaje es una palabra: Escuchar, escuchar poniendo en práctica.

Así es como hace el hombre prudente que edifica sobre roca (Mateo 7, 24).

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.