XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 20, 1-16

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«El Reino de los Cielos es semejante a un amo que salió al amanecer a contratar obreros para su viña. Después de haber convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió también hacia la hora de tercia y vio a otros que estaban en la plaza parados, y les dijo: Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo. Ellos marcharon. De nuevo salió hacia la hora de sexta y de nona e hizo lo mismo. Hacia la hora undécima volvió a salir v todavía encontró a otros parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí todo el día ociosos? Le contestaron: Porque nadie nos ha contratado. Les dijo: Id también vosotros a mi viña. A la caída de la tarde dijo el amo de la viña a su administrador: Llama a los obreros y dales el jornal empezando por los últimos hasta llegar a los primeros. Vinieron los de la hora undécima y percibieron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaban que cobrarían más, pero también ellos recibieron un denario cada uno. Cuando lo tomaron murmuraban contra el amo, diciendo: A estos últimos que han trabajado sólo una hora los has equiparado a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor: El respondió a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿acaso no conveniste conmigo en un denario? toma lo tuyo y vete; quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿No puedo yo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno? Así los últimos serán primeros y los primeros últimos.» (Mateo 20, 1-16) 

1º. Jesús, hoy también llamas a los hombres a trabajar en tu viña.

A unos los llamas «al amanecer», a primera hora, en plena juventud: les pides que trabajen toda la vida por Ti y por el Reino de los Cielos.

A otros les llamas «hacia la hora de tercia, de sexta o de nona», a lo largo de su madurez familiar y profesional, para que -a través de sus obligaciones familiares y profesionales-  trabajen también en tu campo.

Finalmente, llamas a otros al final de su vida, para que se conviertan y puedan merecer el premio final.

Antes o después, Jesús, llamas a todos, porque Tú quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

A todos llamas a la santidad, de todos esperas amor y correspondencia a la gracia de la Redención.

No quieres que nadie esté parado, ocioso, o perdiendo su vida en actividades que no dan frutos de eternidad.

«¿Cómo estáis aquí todo el día ociosos?»

Jesús, que cuando me veas, no me tengas que preguntar: ¿qué estás haciendo?, ¿cómo es que estás espiritualmente ocioso, en vez de estar trabajando en mi viña?

No es que no haga nada, pero tal vez no hago las cosas en presencia de Dios, por El y para El.

Las mismas cosas que hago -trabajo, deporte, vida social- hechas con amor de Dios, podrían dar frutos de santidad. 

2º. «Has tenido una conversación con éste, con aquél, con el de más allá, porque te consume el celo por las almas.

Aquél cogió miedo; el otro consultó a un «prudente», que le ha orientado mal... -Persevera: que ninguno pueda después excusarse afirmando «quia nemo nos conduxit» -nadie nos ha llamado» (Surco.-205).

Jesús, ésta es precisamente la respuesta de aquellos hombres que habían derrochado el día ociosamente: «nadie nos ha contratado», nadie nos ha llamado para que vayamos y trabajemos en la viña.

Gracias, Jesús, porque a mí me has llamado.

Por ser cristiano, estoy llamado a ser santo, a trabajar por el bien de tu viña, que es la Iglesia.

«No os apenéis ni os llenen de abatimiento. También los Apóstoles eran para unos olor de muerte, y paro otros olor de vida. No demos nosotros motiva alguno a la maledicencia y estaremos libres de toda culpa, o, para decirlo mejor, mayor aún será nuestro gozo ante esas falsas acusaciones. Brille, pues, el ejemplo de nuestra vida, y no hagamos ningún caso de las críticas. No es posible que quien de verdad se empeñe por ser santo deje de tener muchos que no le quieran. Pero eso no importa, pues hasta con tal motivo aumenta la corona de su gloria. Por eso, a una sola cosa hemos de atender: a ordenar con perfección nuestra propia conducta. Si hacemos esto, conduciremos a una vida cristiana a los que anden en tinieblas» (San Juan Crisóstomo).

Que ninguno pueda después excusarse afirmando: nadie nos ha llamado.

Jesús, es misión mía, por cristiano, el anunciar la Buenanueva del Evangelio a los que están a mi alrededor.

Me pides que con el ejemplo y con la palabra lleve a tu campo a los que -tal vez ocupados en mil tareas «importantes»- están derrochando su vida de hijos de Dios.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona