Lucas 2, 36-40

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años de casada, y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años, sin apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y llegando en aquel mismo momento alababa a Dios, y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él.» (Lucas 2, 36-40) 

1º. Jesús, Ana servía a Dios «con ayunos y oraciones».

La oración y la mortificación son dos pilares importantes de mi vida interior, y los mejores medios de apostolado: por eso Ana podía hablar de Ti «a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.»

¿Cómo es mi oración: la hago cada día; pongo la cabeza y el corazón en esos minutos para enamorarme más de Ti; hago al menos un propósito cada día para mejorar en mi trabajo, en mi vida interior o en mi apostolado?

¿Cómo es mi mortificación? ¿Tengo concretado hacer algún pequeño sacrificio en las comidas, en la puntualidad, en el orden, en detalles de servicio?

Y si ya lo tengo concretado, ¿lo ofrezco por alguna intención particular?

¿Puedo ser más generoso en mi mortificación?

Tal vez debería hacer una lista con cuatro o cinco pequeños sacrificios para ofrecértelos durante el día.

Sé que si soy un alma fuerte, sacrificada, también te podré querer más.

Y, sobretodo, mediante esos pequeños sacrificios me estoy uniendo a Ti en la cruz, estoy ayudándote a hacer la redención.

Ana vivía «sin apartarse del Templo noche y día».

Yo, Jesús, no puedo estar todo el día en la iglesia.

Tampoco es lo que me pides.

«Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influyo en la marcha de la historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes situaciones cotidianas» (CEC-2660).

Lo que me pides es que -esté donde esté y haga lo que haga- te tenga presente: que te ofrezca el trabajo haciéndolo lo mejor posible, que me preocupe de las necesidades materiales y espirituales de los demás. 

2º. «Si eres sensato, humilde, habrás observado que nunca se acaba de aprender… Sucede lo mismo en la vida; aun los más doctos tienen algo que aprender hasta el fin de su vida; si no, dejan de ser doctos» (Surco.-272).

Jesús, vas creciendo como un niño normal.

Eres Dios y por eso estás «lleno de sabiduría»; pero en lo humano vas aprendiendo de José y de María.

De José aprendiste a trabajar con perfección, aprovechando todos los recursos del momento y añadiéndole ese convencimiento de que tu trabajo era el medio de unirte a Dios y de servir a los demás.

De María aprenderías a estar pendiente de los más pequeños detalles, y posiblemente de Ella aprenderías tus primeras oraciones: oraciones que recitarías juntamente con tu madre y José al empezar y acabar el día, antes y después de comer,...

¡Dios mismo, aprendiendo a rezar!

Jesús, yo sí necesito aprender.

Nunca se acaba de aprender.

 No puedo darme por satisfecho en mi formación profesional ni en mi formación cultural y humana.

Y, con mayor motivo, no puedo conformarme nunca con mi formación ascética -formación para mejorar en mi vida espiritual- ni con mi formación sobre la doctrina de la Iglesia.

Jesús, hoy que casi ha acabado un año más, me puedo preguntar: ¿cómo me he esforzado en asistir a los medios de formación necesarios para ser mejor cristiano: círculos, charlas, meditaciones, clases de doctrina, etc.?

¿Cómo los he aprovechado?

¿Me tomo suficientemente en serio un medio de formación tan importante como es la dirección espiritual?

Que no caiga en el defecto -que es soberbia- de pensar que ya no necesito formación.

Sólo entonces «la gracia de Dios» estará y crecerá en mí.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.