Marcos 6, 53-56

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Y terminada la travesía hasta la costa, llegaron a Genesaret, y atracaron. Cuando bajaron de la barca, al momento lo reconocieron. Y recorriendo toda aquella región, a donde oían que estaba él le traían sobre las camillas a todas los que se encontraban mal. Y adonde quiera que entraba, en pueblos, o en ciudades, o en aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas, y le suplicaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y, todos los que le tocaban quedaban sanos.» (Marcos 6, 53-56)

1º. Jesús, ya no puedes pasar inadvertido.

Te reconocen y saben que Tú puedes curar a los enfermos con sólo un mínimo contacto.

Y los llevan a las plazas y te suplican que pases cerca de donde tienen a su pariente o amigo enfermo.

Jesús, veo en esas gentes, además de una gran fe en Ti, un gran amor por aquellos que sufren la enfermedad.

El amor de predilección de Cristo a los enfermos «no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren» (CEC-1503).

Jesús, ¡cuántas ocasiones tengo de preocuparme más de los enfermos!

En primer lugar en mi familia: ¿Cómo cuido al que está en cama, aunque sea sólo por unas décimas de fiebre?

¿No puedo estar más pendiente de las necesidades que pueda tener: traerle un vaso de agua o un libro; bajar la persiana; rezar con él un Rosario; ir a comprarle una pastilla?

Jesús, también quieres que me preocupe de aquellos enfermos que, a lo mejor, no tienen familia, o están en residencias u hospitales, o son mayores y están solos.

Quieres que con mi compañía, mi conversación y la poca o mucha ayuda que pueda aportar, les haga presente que Tú los quieres.

2º. «Niño.  Enfermo.  Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas con mayúscula?

Es que, para una alma enamorada, los niños y los enfermos son Él» (Camino, 419).

Jesús, Tú me has dicho: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros... porque estaba enfermo y me visitasteis... En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis» (Mateo 25,34-40).

Visitar a los enfermos es una obra de misericordia que beneficia sobre todo al que la hace.

Jesús, dame esos ojos del alma enamorada para verte a Ti en cada uno de los enfermos que me rodean.

Señor, no creo que te gustara verme muy piadoso, buscándote en los sacramentos y en mi trabajo profesional, a la vez que me olvido de tus hermanos más pequeños necesitados o enfermos.

Por otro lado, tampoco quieres que deje mis deberes familiares o profesionales -si no es mi vocación- excusándome en la atención de diferentes actividades sociales.

Dame, Jesús, ese corazón grande para aprender a servir a los demás en sus necesidades espirituales y materiales -en especial aquellos que, por su situación de enfermedad, necesitan más de mi ayuda-, sabiendo conjugar ese servicio con mis obligaciones de estudio, trabajo o familia.

Este equilibrio no siempre será sencillo, y a veces convendrá pedir consejo en la dirección espiritual.

Actuando de este modo, y poniéndome siempre en último lugar -antes están Dios y los demás-, seré el cristiano que esperas que sea: Cristo que pasa entre la gente que me rodea.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.