Marcos 7,24-30

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Y partiendo de allí se fue hacia la región de Tiro y de Sidón. Y habiendo entrado en una casa deseaba que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. Al punto, en cuanto oyó hablar de él una mujer cuya hija tenía un espíritu inmundo, entró y se echó a sus pies. La mujer era griega, sirofenicia de origen. Y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Y le dijo: Deja que primero se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos. Ella respondió diciendo: Señor también los perrillos comen debajo de la mesa las migajas de los hijos. Y le dijo: Por esto que has dicho, vete, el demonio ha salido de tu hija. Y al regresar a su casa encontró a la niña echada en la cama, y que el demonio había salido.» (Marcos 7,24-30)

1º. Jesús, esta mujer griega me ayuda a seguir pidiendo con perseverancia, aunque a veces me sienta como un extraño, o me vea indigno, después de ser tan poco generoso contigo.

«Señor no soy digno de que entres en mi casa» (Mateo 8,8), pero sé que Tú estás pendiente de mí, que no me dejas.

«Pedid y recibiréis...»: lo repite para recomendar a justos y pecadores la confianza en la misericordia de Dios, y por eso añade: «todo el que pide recibe»; es decir ya sea justo, ya sea pecador no dude al pedir para que conste que no desprecia a nadie» (San Juan Crisóstomo).

Jesús, Tú no haces publicidad; parece más bien que prefieres «permanecer oculto».

¿Por qué?

Porque prefieres darte a conocer a través de tus discípulos.

La mujer del evangelio de hoy se acercó a Ti en cuanto oyó a otros hablar de tu presencia.

También hoy esperas que tus discípulos hablemos de Ti a los demás.

Pero, ¿quién soy yo para semejante misión?

¿No soy yo un poco indigno, sin preparación, sin virtud, sin suficiente fe?

Sí, es cierto.

Pero también es cierto que soy hijo de Dios, y que Tú esperas más de mí que de otros, porque también me das más: «el pan de los hijos»,la Sagrada Comunión.

2º. «¡Qué deuda la tuya con tu Padre-Dios! -Te ha dado el ser la inteligencia, la voluntad...; te ha dado la gracia: el Espíritu Santo; Jesús, en la Hostia; la filiación divina; la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra; te ha dado la posibilidad de participar en la Santa Misa y te concede el perdón de tus pecados, ¡tantas veces su perdón!; te ha dado dones sin cuento, algunos extraordinarios...

-Dime, hijo: ¿cómo has correspondido?, ¿cómo correspondes?» (Forja.-11).

Dios mío, yo soy, por el Bautismo, hijo tuyo.

¡Cuánto me has dado!

Puedo recibir a Jesús en la Comunión, puedo pedirte perdón en la Confesión, puedo vivir mi vida humana de modo divino, es decir, llena de sentido, llena de fecundidad: todos mis actos, todos mis esfuerzos, todas mis penas y alegrías, tienen valor eterno si las hago por Ti.

¡Qué deuda tengo contigo, Señor!

¿Cómo correspondo?

¿Me doy cuenta de que me quieres como un padre a su hijo más pequeño, de que estás pendiente de todas mis necesidades?

¿Cómo me tengo que comportar de ahora en adelante, sabiendo que todo lo que hago y dejo de hacer te importa, y te importa mucho?

Señor, soy indigno, soy débil, soy inconstante, soy un poco egoísta.

Pero Tú quieres saciarme, puesto que eres mi Padre: «deja que primero se sacien los hijos».

Sáciame de tu amor; sáciame de tu perdón; sáciame cuando te reciba en la Sagrada Comunión.

Que aprenda a vivir como tu Hijo Jesús, que en esto consiste la filiación divina: sentirse y vivir como hijo de Dios que soy.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.