Nuestra Señora de los Desamparados (9 de mayo)
Juan 19, 25-27

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: -Mujer, aquí tienes a tu hijo. Después le dice al discípulo: -Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.» (Juan 19, 25-27)

1º. El Evangelio nos dice que María estuvo al pie de la Cruz: “Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y María Magdalena” (Juan 19,25).

María contempló con el alma desgarrada de dolor los preparativos de la Crucifixión.

Vio cómo clavaban las manos y los pies de Cristo.

Contempló cómo se burlaban de Él los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los fariseos.

Y cómo los soldados, ajenos a la grandeza de aquellos momentos, se jugaban a los dados la túnica de Jesús.

Oyó cómo Cristo pedía perdón para los que le crucificaban.

Y cómo prometía el Paraíso al Buen Ladrón.

Cristo quiso pasar por los más dolorosos tormentos de cuerpo y alma para llegar hasta el colmo del amor.

Por eso, también María sufrió tanto.

Hay un hondo misterio en estos padecimientos del Hijo y de la Madre.

Jesucristo, por infinito amor a Dios Padre y a los hombres, asumió todo el dolor y así se ofreció como víctima por nosotros a Dios Padre y nos reconcilió con Él.

María, su Madre, fue asociada íntimamente a este dolor y María también lo asumió con amor y por amor a Dios y a los hombres.

Así, a una con Cristo se ofreció a Dios Padre por la humanidad.

De esta manera, cooperó de modo único y excepcional, por gracia de Cristo y a una con Él, en la misma redención del género humano.

Por eso María es la Corredentora.

No es que Jesucristo tuviera necesidad de Ella. No. Cristo satisfizo sobreabundantemente a Dios Padre con su vida, pasión y muerte.

Es que Cristo quiso tener unida con Él a su Madre para que se ofreciera junto con Él a Dios.

Así “cooperó con él en forma del todo singular en la restauración de la vida sobrenatural de las almas Por tal motivo es nuestra Madre en orden de la gracia” (Vaticano II.-L. G.-61).          

El dolor, desde que fue asumido por Cristo y por María, es sobre todo redentor.

Y vale no por sí mismo sino por el amor con que lo aceptamos.

Pidámosle a María que sepamos ofrecerlo por nuestros pecados y por la salvación del mundo.

2º. Vio cómo su Hijo se dirigía a Ella y luego a San Juan con unas palabras que suponían una tremenda despedida llena de contenido.

“Mujer, ahí tienes a tu hijo”, le dijo a María refiriéndose a San Juan, y a San Juan le dijo: “He ahí a tu Madre” (Juan 19,25-27), refiriéndose a María.

En estas palabras hay algo de suma trascendencia que se refiere a María y a todos los hombres.

Porque en San Juan estaba representada toda la humanidad.

Lo que hace Cristo es proclamar solemnemente a la faz del mundo que María es Madre de todos los hombres y que todos los hombres somos hijos de María.

Pero la Maternidad de María sobre todos los hombres no empieza en este momento.

Cristo proclama abiertamente lo que es una realidad desde el momento de la Encarnación de Cristo.

Cuando el Hijo de Dios se hizo Hombre en el seno de la Santísima Virgen, Cristo asumió una naturaleza humana, su naturaleza de hombre.

Pero además quedó constituido en Cabeza espiritual de toda la humanidad.

Así, cuando María engendraba a Cristo corporalmente, engendraba espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza.

Cuando en Belén María daba a luz corporalmente a Cristo, daba a luz espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza, es decir, a Cristo con todos los hombres.

Y ahora viene otra afirmación importante. Los dolores de parto que no padeció María en Belén ni por Cristo ni por nosotros, los sufrió únicamente por nosotros en el Calvario.

Aquí se completó la Maternidad espiritual de María.

Por eso dicen los Padres de la Iglesia que la Maternidad espiritual de María se cumplió en dos momentos: En Nazaret con la Encarnación y en el Calvario con los dolores sufridos por todos nosotros.

María es así verdadera Madre nuestra en el orden del espíritu y de la gracia.

Y como Madre, nos quiere entrañablemente.

Nos quiere porque somos sus hijos.

Y como hace la madre buena, aunque quiere a todos los hijos por igual, se preocupa más y cuida con más solicitud del hijo que está enfermo.

Recurramos, pues, humildemente a su misericordia, porque en Ella encontraremos siempre el auxilio oportuno.

Cristo, cuando sufría por nosotros en la Cruz nos conocía, veía nuestros pecados y nuestros buenos deseos.

María no nos veía.

Pero sufrió y se ofreció por nosotros.

Hoy nos ve y nos conoce desde el cielo y está más pendiente de cada uno.

Ella, siempre como Madre buena.

Nosotros debemos ser buenos hijos de su corazón.