Solemnidad: El Sagrado Corazon de Jesus
San Lucas 15,3-7

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Jesús se fue con ellos a un lugar retirado en dirección a un pueblo llamado Betsaida. La gente, al saberlo, lo siguió. Él los recibió bien, les habló sobre el reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Al caer el día se le acercaron los doce y le dijeron: "Despídelos para que vayan a las aldeas y caseríos del contorno a buscar alojamiento y comida, pues aquí estamos en descampado". Pero Jesús les dijo: "Dadles vosotros de comer". Ellos le dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos peces. ¡A no ser que vayamos a comprar alimentos para toda esta gente!". Pues eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: "Decidles que se sienten en grupos de cincuenta". Así lo hicieron, y dijeron que se sentaran todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a los discípulos para que se los distribuyeran a la gente. Y todos comieron hasta hartarse. Y se recogieron doce canastos llenos de las sobras.» (Lucas 9,10-17) 

Vueltos los Apóstoles de su misión, Jesús los llevó a descansar a un lugar retirado cerca de Betsaida.

Pero el descanso fue imposible porque las gentes se enteraron pronto y los siguieron.

Eran gentes que andaban errantes como ovejas que no tienen pastor.

Y lo encontraron en Cristo, ¿qué iban a hacer sino seguirlo?

¿Y qué iba a hacer Cristo sino recibirlos?

Esto es precisamente lo que ocurrió: Jesucristo los recibió.

El evangelio nos va a decir cómo recibe Jesús a los que se le acercan, a los que quieren seguirlo.

En primer lugar, les habló del Reino de Dios y remedió a los que tenían alguna necesidad.

Son las dos líneas de la misión que El mismo había impuesto a sus apóstoles: predicar y curar.

Cristo no es como los fariseos que «dicen pero no hacen».

Todo lo que los Apóstoles oyeron como mandato lo vieron hecho vida en Jesucristo.

Este es el primer contenido del recibimiento de Cristo: la palabra y la acción, predicar y curar, decir y hacer.

Pero aún hay más.

Los Apóstoles -previsión puramente humana, preocupación de tejas abajo- se acercaron para decirle algo a Jesús.

Quizá lo hablaron primero entre ellos, pues fueron los Doce, como una sola persona, quienes se acercaron a Jesús para hacerle ver algo que el Señor parecía no tener en cuenta: «-El día va de caída; despacha a la gente, despídelos ya, que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblos vecinos.»

El matiz de quitarse algo de encima aparece casi necesariamente como cuando dice: «El que repudie a su mujer, déle el acta de divorcio» (Mateo 5, 31).

Pero Jesús (y es el segundo elemento de cómo recibe a la gente) dice a los Apóstoles:

-Dadles vosotros de comer.

La desproporción entre lo que acababan de oír y la realidad que estaban viendo se le hizo patente a los Apóstoles con absoluta claridad.

Eran cinco mil hombres lo que tenían delante y en sus bolsas cinco panes y dos peces.

¿Un mandato imposible de Cristo?

Dios no manda imposibles.

O, si se quiere de otra manera, lo que Dios manda es imposible al hombre solo, pero no al hombre con Dios.

En este sentido, el hombre está llamado a hacer lo imposible: que lo posible lo hace cualquiera.

-Dadles vosotros de comer.

Y los Apóstoles pusieron en manos de Jesús lo que tenían: sus cinco panes y dos peces.

Y Jesús, «levantando los ojos al cielo, los bendijo, los partió y los dio a sus discípulos».

Es casi un rito, prefiguración de la Eucaristía.

Sólo faltó la Consagración.

Y los discípulos los dieron a la gente.

Todos comieron hasta hartarse: comieron hasta la saciedad, a plena satisfacción.

Todo esto está en función de la ley de la abundancia propia del evangelio.

Por eso san Lucas habla de los doce canastos llenos que se recogieron al final.

Es la abundancia.

Para eso ha venido Cristo y para eso ha muerto en la Cruz: «para que todos tengan vida y la tengan en abundancia» (Juan 10, 10), para abundar en dones espirituales (1 Corintios 14, 12), para rebosar de esperanza (Romanos 15, 13), para que, donde era tanto el pecado, sobreabundase la gracia de Dios» (Romanos 5, 15).

¡Doce canastos llenos en la Iglesia de Dios!

«Cuántos en la casa de mi Padre tienen pan en abundancia mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantare e iré...» (Lucas 15, 17).

La Iglesia -desde los mismos comienzos- crece y abunda de día en día (cfr. Hechos 16, 15).