XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 12, 38-44

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Y enseñándoles, decía: «Guardaos de los escribas, que les gusta pasear con vestidos lujosos y que los saluden en las plazas, y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en banquetes; que devoran las casas de la viudas mientras fingen largas oraciones; éstos recibirán un juicio más severo».
Sentado Jesús frente al gazofilacio (cepillo de templo), miraba cómo la gente echaba en él monedas de cobre, y bastantes ricos echaban mucho. Y al llegar una viuda pobre, echó dos monedas, que hacen la cuarta parte del as. Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más en el gazofilacio que todos los otros, pues todos han echado algo de lo que les sobraba; ella, en cambio, en su necesidad, ha echado todo lo que tenía, todo su sustento». (Marcos 12, 38-44)

1º. Jesús, los dos ejemplos de hoy me muestran el contraste de cómo ven las cosas los hombres y cómo las ves Tú.

Lo que humanamente parece grande, es pequeño a tus ojos; y al revés: la pequeña ofrenda de la viuda puede alcanzar un gran valor sobrenatural.

Esto es así porque las dimensiones humanas miden la riqueza, el honor y el placer, mientras que las divinas miden sólo amor.

Las primeras miran lo que tengo; las segundas miran lo que soy.

Jesús, Tú no me pides que no tenga nada, sino que dé primacía al amor: «en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor entre vosotros» (Juan 13,35).

Tener y amar no son dos extremos opuestos: el que tiene más no ama necesariamente menos, ni el que tiene menos ama necesariamente más.

Lo que ocurre es que el que pone su corazón en las posesiones terrenas, no lo puede poner a la vez en Dios ni en los demás.

Lo que me pides, Jesús, es que esté desprendido de las cosas de la tierra.

Tenga mucho o poco, no puedo apropiármelo egoístamente, sino que debo usarlo con generosidad.

En concreto, la generosidad se demuestra con un bien que todos poseemos por igual: el tiempo.

¿A qué cosas dedico mi tiempo?

¿Cuánto tiempo dedico a Dios?

¿Cuánto a los demás?

¿Cuánto a mí?

Porque el que ama, sabe encontrar el tiempo para estar con la persona amada.

Ayúdame, Jesús, a sacar tiempo para Ti y para los demás.

2º.«Oímos hablar de la soberbia, y quizás nos imaginamos una conducta despótica, avasalladora: grandes ruidos de voces que aclaman y el triunfador que pasa, como un emperador romano, debajo de los altos arcos, con ademán de inclinar la cabeza, porque teme que su frente gloriosa toque el blanco mármol.

Seamos realistas: esa soberbia sólo cabe en una loca fantasía. Hemos de luchar contra otras formas más sutiles, más frecuentes: el orgullo de preferir la propia excelencia a la del prójimo; la vanidad en las conversaciones, en los pensamientos y en los gestos; una susceptibilidad casi enfermiza, que se siente ofendida ante palabras y acciones que no significan en modo alguno un agravio.

Todo esto sí que puede ser, que es, una tentación corriente. El hombre se considera, a sí mismo, como el sol y el centro de los que están a su alrededor. Todo debe girar en torno a él. Y no raramente recurre, con su afán morboso, hasta la simulación del dolor, de la tristeza y de la enfermedad: para que los demás lo cuiden y lo mimen.

La mayor parte de los conflictos, que se plantean en la vida interior de muchas gentes, los fabrica la imaginación: que si han dicho, que si pensarán, que si me consideran... Y esa pobre alma sufre, por su triste fatuidad, con sospechas que no son reales. En esa aventura desgraciada, su amargura es continua y procura producir desasosiego en los demás: porque no sabe ser humilde, porque no ha aprendido a olvidarse de sí misma para darse, generosamente, al servicio de los otros por amor de Dios» (Amigos de Dios, 101).

Jesús, ayúdame a verme a mí mismo como Tú me ves, que eso es humildad: sin aparentar, sin fingir, sin buscar saludos ni primeros asientos, con sencillez, con valentía para enfrentarme a mis propias limitaciones, con la alegría del que no tiene nada que ocultar.

Esta meditación está tomada de: Una cita con Dios de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.