XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 13,24-32

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»
(Marcos 13,24-32)

Estamos Finalizando el año litúrgico y la Iglesia, como todos los años, nos invita a pensar en el fin del mundo, cuando se acabe la historia de la humanidad y Cristo venga a juzgar a los vivos y a los muertos.

Al comienzo del año, la Iglesia nos prepara para la primera venida de Cristo (Adviento, Navidad). Recordamos que Cristo vino a salvarnos.

Al final del año nos prepara para la segunda venida de Cristo, que vendrá a juzgarnos al fin del mundo.

«Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo según hayamos hecho en nuestra vida» (2 Corintios 5,10).

A partir de entonces no habrá tiempo de merecer, de rectificar.

Cristo se mostrará ante todos:

-ante aquellos que le negaron,

-ante los que le persiguieron,

-ante los que vivieron ignorándole,

-ante los que le amaron con obras.

Entonces daremos por bien empleados todos nuestros esfuerzos,

Todas aquellas obras que hicimos por Dios, o por el prójimo, aunque quizá nadie en este mundo se diera cuenta de ellas.

2º. Enseñanzas:

1ª. Aprovechamiento del tiempo:

Dios nos ha dado el mundo como heredad para que lo cultivemos, para que lo dominemos y en el que tenemos que encontrar la santidad.

Nos lo ha dado para que edifiquemos en él una ciudad más justa,  más estable, más humana.

Pero en todo momento tenemos que recordar aquellas sencillas palabras que aprendimos en el catecismo: ¿Para qué fin fue creado el hombre?...

Esto es: Estar en el mundo, pero sin ser del mundo...

Por ello hemos de aprovechar el tiempo para hacer el bien y adelantar en nuestra santificación, sin dejarlo para mañana, puesto que no sabemos si el mañana llegará para nosotros.

Dios nos va a pedir cuentas de este talento tan importante que es el tiempo.

Y aprovechar el tiempo significa:

-Empezar desde ahora mismo a enderezar nuestra vida.

-Mejorar nuestra formación.

-Buscar un trato más asiduo con el Señor, a través de la oración.

-Frecuentar más los Sacramentos...

Pensemos que el porvenir de la vida eterna lo tenemos que asegurar ya, con nuestra vida cristiana, honrada, sacrificada, auténtica, ejemplar...

Cumpliendo diariamente con nuestro deber  para poder decir como el Señor desde la Cruz: «Todo está consumado, en inclinando la cabeza entregó el espíritu» (Juan 19,30).

2ª. Desarrollar los talentos que Dios nos ha dado:

Se nos ha dado la vida, la vida de la gracia como participación de la vida eterna de Dios,

-la inteligencia,

-la capacidad de amar, de dar afecto a los que nos rodean,

-innumerables gracias del Espíritu Santo, que está destinadas a dar fruto,

-la capacidad de repartir felicidad.

-Nos han sido dadas las fuentes de la vida, de cuyo uso darán cuenta a Dios los que tuvieron vocación matrimonial.

-Nos ha sido dado el tiempo, que es corto, para la administración fiel y prudente de los talentos que Dios nos ha dado.

-Nos ha dado bienes materiales, para hacerlos rendir en provecho de la familia y de la sociedad.

Dios espera ver bien administrada su herencia.

Lo que espera es proporcional a lo que nos ha dado.

Enterrar el talento será presentarnos delante de Dios con las manos vacías.

Será:  -Haber tenido la capacidad de amar y no haber amado.

-Haber tenido la capacidad de hacer felices a los demás y dejar en la tristeza y en la infelicidad.

-Haber tenido bienes y no haber hecho el bien con ellos.

-Poder llevar a otros a Dios y haber perdido la oportunidad que para ello nos ofrecía el convivir con ellos.

-Haber dejado en la mediocridad la propia vida interior que estaba destinada a crecer.

3ª. Vigilar:

«Mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezó a verdear y se formó la espiga apareció también la cizaña» (Mateo 13,24-43).

El diablo trabaja desde la sombra, en la oscuridad, para no ser visto, para que las personas no creamos que en él.

Y una de las acciones más diabólicas es que induce a creer que no existe y que no hay infierno.

Siempre siembra cizaña: Odios, rencores, envidias, discordias, impureza, mentiras, desconfianza, errores, confusiones, engaños...

Aprovecha todas las ocasiones.

Y en cada caso trata de sacar todo el partido posible: Si no puede conseguir que cometamos pecado mortales, procura que los cometamos veniales.

Y gradualmente nos va llevando al terreno que él quiere sin que nos alarmemos.

Por ejemplo: Que vayamos aliviando nuestros deberes religiosos, porque no tenemos tiempo, porque otros tampoco lo cumplen...

Al final nos damos cuenta de que hace bastante tiempo que no asistimos a la Santa Misa, o que no nos hemos confesado, o que no hacemos oración...

Otro ejemplo: Pequeñas faltas de sinceridad, de rectitud de intención, de modestia, de curiosidad, de impureza, de desobediencia..., hasta llegar a pecados más graves.

De esta manera consigue que muchas personas

-vayan perdiendo la fe y la caridad,

-que vivan habitualmente en pecado mortal,

-que las familias se desintegren,

-que baje el nivel religioso y moral de la sociedad....

Luego, tenemos que vigilar para que el diablo no siembre la mala semilla en el corazón de los que están cerca de nosotros.