IV Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 1, 39-45

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». (Lucas 1, 39-45). 

1º. En el último domingo de Adviento, la Iglesia me recuerda a María. Madre, la Navidad, ya inminente, debe ser como un anuncio personal en el que tu Hijo me diga muchas cosas.

Por eso quiero seguir preparándome.

Ayúdame, Madre, a estar «presentable» cuando nazca Jesús.

No vaya a ser que pase la Navidad como si sólo fuera una fiesta familiar entrañable -que también lo es- y me olvide de que Jesús va a nacer por amor a mí, para morir por mis pecados y los de todos los hombres.

María, aunque muchas veces te llaman la Inmaculada, esto es, la «sin macula» -sin mancha, «sin pecado»-, me gusta más el nombre que te pone el ángel: la «llena de gracia».

«Tú sola recibes más gracia que todas las demás criaturas» (San Bernardo).

No sólo no tienes ninguna mancha de pecado, sino que estás llena de Dios: «el Señor es contigo»; estás llena de amor de Dios.

Tú sí estás preparada para recibir el mensaje de Dios, el Verbo de Dios, que se va a hacer hombre en tus entrañas.

Ayúdame, ya que eres mi Madre, a querer la voluntad de Dios, a querer lo que El quiere: no sólo a evitar el pecado, sino a buscar con empeño la gracia de Dios.

Y la gracia se obtiene en los sacramentos, en la oración, y a través de las buenas obras.

Por eso, estos días son muy buenos para frecuentar más los sacramentos -en especial la confesión y la comunión-, rezar con más intensidad, y saber encontrar tiempo para dedicarlo a los que más lo necesitan. 

2º. «Ama a la Señora. Y Ella te obtendrá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana. – Y no servirán de nada al maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo dentro de ti, hasta querer anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismoha puesto en tu corazón.

- «Serviam!» (Camino.-493).

Madre, «has hallado gracia delante de Dios», y ahora, desde el Cielo, sabes muy bien como conseguirla para tus hijos.

Por eso, es buen consejo ese: ama a la Señora, pues Ella te obtendrá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana.

Madre, yo quiero ser buen cristiano, es decir, vivir esos grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo ha puesto en mi corazón: «Serviam!», ¡serviré!, quiero servir.

Pero a veces, mis buenas intenciones quedan ahogadas en la realidad mediocre de mi comodidad y mi egoísmo.

¿Qué debo hacer?

Y, de nuevo, el consejo acertado:ama a la Virgen.

Pero, ¿cómo te puedo amar?

Muy fácil.

¿Qué hacen los que se aman?

Entre otras cosas, se dicen piropos, se recuerdan los momentos en que se conocieron y otros momentos felices.

Esto es lo que hacemos en el Avemaría -«bendita tú eres entre todas las mujeres», «llena eres de gracia»-, y en el Ángelus -«El ángel del Señor anunció a María», «He aquí la esclava del Señor»-.

Por eso, el rezo del santo rosario y del Ángelus son dos prácticas de piedad tan recomendadas por los papas y los santos: porque me ayudan a amar a la Virgen y, por tanto, a conseguir de Ella más gracia de Dios.

Ahora que se acerca la Navidad, es un buen momento para rezar más a la Virgen, y para rezarle con más atención, con más devoción, con más intensidad, pidiéndole que aprenda a querer a ese Niño que va a nacer.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.