VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Lucas 6, 17.20-26

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: -«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.» (Lucas 6,17.20-26).

1º. Jesús, este pasaje, que se conoce con el nombre de las bienaventuranzas, podría llamarse también las paradojas: para conseguir una cosa, me dices que he de hacer lo contrarío de lo que parece que debería hacer a primera vista.

El que es pobre, poseerá.

El hambriento, no tendrá hambre.

El que llora es el que será feliz...

¿Cómo se explican todas estas paradojas?

Se dan estas paradojas porque hay dos mundos: el mundo terreno en el que vivo, y el Reino de los Cielos que me has venido a anunciar.

Y me has recordado que «nadie puede servir a dos señores» (Mateo 6,24).

El que busca la riqueza en este mundo y pone su corazón en los bienes materiales, en los honores humanos, en la comodidad o el placer, no deja espacio en su vida para recibir los bienes espirituales, que llenan mucho más y duran para siempre.

«La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar; ni en la gloria humana o el poder; ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor» (CEC-1723).

Además, Jesús, me has traído este mensaje: «el Reino de Dios está ya en medio de vosotros» (Lucas 17,21).

Por lo tanto, no se trata de escoger entre la felicidad actual y la futura, sino entre dos tipos distintos de felicidades actuales: la «felicidad» egoísta del que se busca a sí mismo, o la felicidad sacrificada del que sabe amarte y darse a los demás.

2º. «No eres feliz, porque le das vueltas a todo como si tú fueras siempre el centros: si te duele el estómago, si te cansas, si te han dicho esto o aquello...

¿Has probado a pensar en Él y por Él, en los demás?» (Surco.-74).

Jesús, bienaventurado significa feliz.

Y hoy me enseñas que la verdadera felicidad, la que llena, la que dura, la que nadie me puede quitar, es la alegría que procede del amor a Dios y a los demás, y por tanto, de la entrega y del sacrificio.

Para los que la escogen, dices: «alegraos en aquel día y regocijaos.»

Sin embargo, a los egoístas adviertes: «¡ay de vosotros; ya habéis recibido vuestro consuelo!»

Jesús, a veces estoy triste porque no hago más que pensar en mí mismo, como si yo fuera siempre el centro: si me miran o me dejan de mirar, si tienen un buen concepto de mí, si me esfuerzo «demasiado», si los demás hacen menos, si en el futuro podré tener esto o lo otro, etc. ...

¿Has probado a pensar en El y por El, en los demás?

Jesús, Tú me indicas el camino de la felicidad, de la bienaventuranza. El camino, aun que en apariencia paradójico, es claro: amarte a Ti y a los demás; servirte a Ti y a los demás.

«De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas» (Mateo22, 40).

Tú me has dado ejemplo hasta el punto de morir por mí.

Dame también tu gracia para que sea capaz de vivir el espíritu de las bienaventuranzas.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.